Por Martín Pérez El vaquero está desnudo,
bañándose en un tanque de agua. Y acompañado por una señorita. La señorita más
que apetecible y también desnuda lo besa, pero él responde sólo mecánicamente.
Allá abajo, al nivel del suelo, acaba de llegar su misión y el vaquero no se pierde ni
un detalle, mirando por un agujero del tanque de agua. La señorita no soporta que su
hombre se distraiga, así que tapa el agujero con los calzoncillos del vaquero. No
podés meter las cosas personales de un muchacho en un agujero de esa manera, se
queja él, y se queda pensando en lo que acaba de decir.
En cualquier serie televisiva, ése sería el momento de la pausa para las risas grabadas.
Pero el gran aporte de Wild Wild West, las aventuras de Jim West es que no hay pausa para
risas. La acción y las frases ingeniosas siguen, y siguen, y siguen, como el
conejito de la publicidad de cierta pila alcalina. Y lo único que deben hacer Kevin
Kline, Kenneth Brannagh y especialmente Will Smith es golpear los platillos
una y otra vez como lo hace el mecánico animalito, para la cámara de Barry Sonnenfeld,
el director que pasará a la historia por haber gastado cien millones de dólares en una
película sin película. Pero, eso sí, llena de muñecos golpeando sus platillos sin
cansarse jamás.
Como tantos despropósitos del Hollywood más reciente Los vengadores, The Mod Squad
y siguen las firmas Wild... canibaliza la fama televisiva de The Wild Wild
West, una serie de culto contemporánea a las películas de James Bond y el Batman
televisivo de la segunda mitad de los sesenta. Protagonizada por Robert Conrad, la serie
ubicaba a un agente secreto del flamante gobierno de los Estados Unidos post Guerra de
Secesión en medio de aventuras llenas de acción, chicas y trucos a lo Bond y guiños a
lo Batman. Bajo la dirección del artífice de las exitosas y festejadas El nombre del
juego y Hombres de negro, el nuevo Jim West mantiene la mayoría de las características
de aquel que sobrevivió por cinco temporadas en la pantalla chica, pero con un pequeño
cambio: pone a Will Smith en el lugar de Robert Conrad. Y, además, llena el guión de una
interminable catarata de chistes de doble sentido, que hace que el film termine recordando
más a Rompeportones que a la serie de los años sesenta que pretende
homenajear.
No hay que confundirse, sin embargo: Wild... es un espectáculo divertido. Que comienza
con el episodio del tanque de agua, y sigue con una burdel volando por los aires gracias a
una carreta repleta de nitroglicerina. El vértigo continúa en una fiesta de disfraces,
en una carrera de trenes blindados y en varias escenas de persecución y huida en medio de
un desierto muy western clásico, si no fuera por una gigantesca tarántula mecánica
reemplazando al vulgar caballo del típico final consol, horizonte y jinete de todo film
del género. El problema es que, como todo espectáculo, no debe detenerse jamás. Y,
claro, en algún momento hay que presentar los personajes, las motivaciones y hasta hacer
los chistes. Construir una película. Y es allí, cuando el vértigo se detiene, que el
film de Sonnenfeld se muestra como lo que realmente es: un gran soporte vacío. Tan
vacío, que cada parlamento parece resonar en medio de un gran eco. Después de todo,
¿cuál es la gracia de ver a un malabarista tomándose un respiro?
Con todo esto, está claro que Wild Wild West, las aventuras de Jim West es un producto
construido bajo una estricta receta de lo que se supone debe ser una comedia de acción.
Entonces hay un poco de aventura como en las películas de James Bond, chistes de
temática sexual como en la saga Austin Powers, una chica sexy con un indispensable
para el momento en Estados Unidos toque latino (Salma Hayek), y un divertido
actor como Will Smith, capaz de entretener al público con cada gesto o palabra, incluso
antes de su propio linchamiento. Una especie de Frankenstein ideal para el especialista en
marketing del estudio de turno. El trabajo de Barry Sonnenfeld, entonces, es apenas
sacudir la coctelera para dejar felices a quienes quieran pasarla bien, mientras les dure
el trago. Salvo un par de toques bizarros aquí y allá, y detalles muy de culto y casi
privados, el nuevo vehículo de lucimiento para la estrella negra del momento, Will Smith,
se trata simplemente de un mezcladito en donde terminan los restos de tragos y noches
ajenas. Un vértigo de chistes malos y persecuciones inútiles que sólo conducen a una
crónica borrachera tonta y festiva, con arañas gigantes incluidas.
|