Por Eduardo Fabregat El comienzo de la historia
artística de Peter Hammill, curiosamente, no lo tiene como protagonista. En el verano de
1967, el baterista Chris Judge-Smith hizo un viaje iniciático al San Francisco del amor,
y allí hizo una lista de nombres para el grupo de rock que quería formar. De regreso en
Inglaterra, Smith se juntó con el tecladista Nick Peame y el cantante y escritor Hammill,
y los tres seleccionaron el nombre de un artefacto que genera electricidad estática: el
Van der Graaf Generator. Curiosamente, de esa célula madre sólo quedó Hammill. Centro
de una leyenda que se desvanece al establecer un diálogo con él, y descubrir que está
lejos de los títulos nobiliarios, el músico inglés que ya superó los 50 inscribió con
VdGG y su extensa carrera solista una página inspirada de la música inglesa. Una obra
sin fronteras, con textos que denuncian su pasión por la literatura y el análisis de las
relaciones humanas.
Dueño de una voz profunda y sugerente, generador de climas que sumergen a un auditorio en
algo parecido a la hipnosis, Hammill está realizando su quinta visita al país,
nuevamente sólo con piano y guitarra: mañana (a las 22) y el domingo (a las 20) en el
Teatro del Globo (Marcelo T. de Alvear 1155), el lunes en Córdoba, el miércoles en
Mendoza, el viernes 20 en Rosario y el 21 en Mar del Plata. Aún me excita tocar,
escribir, encontrar nuevas cosas para decir o nuevas formas de expresar ciertos temas
desde otra perspectiva, dice en una entrevista con Página/12. Siento que
básicamente sigo siendo el mismo. Quizá el momento en que me planteo la diferencia es
cuando me paro frente al espejo del baño, veo mis canas y digo Eh, sí, estoy
envejeciendo.
Usted actuó en lugares como Rusia, Israel, Polonia, Hungría, Estados Unidos,
Canadá, Japón... y Argentina. ¿Qué une a públicos tan diversos?
En cada lugar encuentro un público muy dedicado, pero a la vez muy demandante: no
es ciegamente leal. Suele decirse que mi público es de culto, pero yo no lo veo así.
Siempre hay alguien a quien no le gusta algo, pero me abre un crédito para otras cosas
diferentes. Eso es muy saludable. En cada cultura, aunque sea opuesta, aparece algo que se
aplica a ese público, de esa cultura determinada. Hablo en un sentido amplio: no hay una
definición precisa. Pero puedo decir que el público latino conecta más por el costado
emocional. En otros países esa conexión se puede dar por la fuerza. Repito, sin que eso
sea definitivo: se dan ambas cosas en diferentes públicos, pero trato de hacer una
apreciación balanceada.
Su música parece demandar una sola cosa: atención. Lo cual, hoy en día, no parece
fácil de conseguir. Internet, la televisión... hay demasiado ruido alrededor.
Sí, el ritmo de la TV, que todo se resuelve en diez segundos, lo cual no se
corresponde mucho con lo que yo hago. Es duro, y bastante exigente para la gente. Pero eso
es también la razón por la que hay un público al que le interesa otra clase de
relación. Es difícil, porque el rango de atención es más corto.
Siempre trabajó en los márgenes del gran negocio. ¿Qué impresión le produce el
desarrollo de Internet y cosas como el MP3, que permite a los músicos evitar a las
grandes compañías?
Es algo que será cada vez más interesante. Hablo desde un lugar de observador,
porque ni siquiera tengo un sitio oficial, ni tengo nada en MP3. Pero es una alternativa
creciente. La manera tradicional en que uno se acerca a las músicas nuevas tiene que ver
con investigar, ir a los shows, escuchar algo por ahí, uno o dos artistas. Y en Internet
es posible acercarse a muchos artistas en un solo lugar. Ese devaneo significa, por un
lado, que la gente puede ir de un sitio a otro encontrando diferentes cosas. Por otro
lado, puede llegar un momento en que uno se pierde... hay tantas cosas, y lugares donde
alguien puso su foto con el perro. En cuanto al MP3, la industria está preocupada, porque
es un problema muy grande para ellos. De cualquier modo, el acto de comprar un CD o un
libro sigueteniendo encanto. Tener el objeto en las manos, algo palpable, sigue siendo
diferente de bajar un MP3 o las letras. Quizá lo mejor es que los reproductores de MP3 se
volvieron baratos, y que los músicos pueden poner lo suyo en Internet. Pero aún toma
tiempo bajar un disco entero, y todavía puede comprarse un disco completo, con su diseño
gráfico y arte de tapa.
Todavía hay una generación para la cual leer en una pantalla no es satisfactorio:
necesita el papel en sus manos.
Permanece como característica humana. Tener el paquete completo produce una mayor
sensación de compromiso, y por lo tanto uno le concede atención. Mientras se baja un
archivo de Internet, uno puede ir hasta la puerta, hacer café, mirar a la pantalla y
decir uf, esto está tardando demasiado, abandonar... es trabajo descartable,
ése es el problema.
En 1975 usted creó un alter ego, Rikki Nadir, un adolescente de 16 años que
rompía guitarras y que fue definido como un protopunk. ¿Qué piensa de ese
personaje, 25 años después?
No es un personaje que me resulte tan sorprendente. Todavía mantengo cierta parte
de ese personaje. Es como empecé, cómo quería hacer las cosas, tres acordes...
Obviamente, a los 50 nada puede ni debe ser igual. Pero todavía hay un elemento en mí
que ama hacer cosas con tres acordes.
Su sello Fie! lanzó una remasterización de Aerosol grey machine, el primer disco
de VdGG en 1968, para la cual escribió las liner notes. ¿Cómo fue su reencuentro con
ese material?
Me sorprendió descubrir que no era embarazoso, que no sonaba demasiado viejo. El
sonido y la producción denuncian que fue hecho en doce horas, pero fue interesante
descubrir al menos una canción no afectada por el tiempo. Teniendo en cuenta que era un
mundo, y una música, tan diferentes.
Hace tiempo dijo que todo esto no debería ser exclusivamente sobre una
cultura joven, y en sus canciones hay una multitud de referencias al hecho de
envejecer. ¿Cómo se siente en sus 50?
Hay muchas canciones que hablan de lo nuevo y de lo viejo. Todavía creo que hay una
forma en el medio, una forma creativa que permite decir cosas. En la literatura, en la
pintura, en el cine, en la música clásica, lo que los artistas hacen es expresar
cambios, no sólo lo que les pasa a ellos sino a todo el mundo. Es una responsabilidad de
cualquier artista, más allá de las generaciones. Cualquier obra, una pintura, una
canción, una película, es de un artista que tomó algo que flotaba en el aire y lo
tradujo en algo para la gente. La gente reconoce allí algo que ya sabía, pero nunca
había ubicado en ese lugar, con esa forma. Quizá yo comencé a hablar de la vejez muy
tempranamente, en canciones escritas cuando aún estaba en mis veintipico. Pero... es un
tema interesante.
Desde Johnny Rotten y David Bowie en adelante, mucha gente lo ha citado a como
influencia. ¿Y sus influencias?
Mis influencias originales tuvieron que ver con grupos de soul, grupos ingleses,
Jimi Hendrix, los Beatles, un montón de grupos. Esas influencias me dieron el empujón
para hacer lo mío. En general seguí a artistas que tuvieron una fuerte inspiración, una
visión, y se dedicaron a seguirla, e hicieron cosas en función de eso y no de lo que
estaba o no de moda.
Borges dijo que su patria era la literatura. ¿La música también es una patria?
Sí, creo que sí, si no en lo físico en lo espiritual. Es un mundo en el que hay
cosas familiares y en las que puedo sentirme en control, pero en el que también soy
controlado, porque no puedo forzar conscientemente que las canciones caigan en mis manos.
Está bien la idea: mi patria es la música. Una patria que llevo conmigo donde vaya.
Definitivamente, la música es un lugar universal.
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