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EL ESTADO NO PAGO EL PRINCIPAL PREMIO QUE OTORGA
Premio nacional a la paciencia

Profesor de la UBA e investigador del Conicet, Alberto Solari recibió el primer Premio Nacional de Biología en 1998. Pero la Secretaría de Cultura no se lo pagó ni respondió a sus reclamos.

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Por Andrea Ferrari
t.gif (862 bytes)  No descorchó champagne porque no toma alcohol. Pero cuando se lo anunciaron, el doctor Alberto Solari sintió “una gran satisfacción”: le habían concedido el primer Premio Nacional de Biología General, Zoología y Botánica. Eso dice una resolución fechada el 7 de agosto de 1998 y firmada por la Secretaria de Cultura, Beatriz Gutiérrez Walker. Profesor titular en la Facultad de Medicina de la UBA e investigador superior del Conicet, Solari había obtenido el reconocimiento por su libro sobre genética. Pero con el correr de los meses la sonrisa del profesor se fue convirtiendo en una mueca de desencanto. El dinero del premio –15 mil pesos– nunca llegó a sus manos. Tampoco tuvo lugar la ceremonia de entrega, a la que suelen ir las más altas autoridades del país. Solari primero consultó cortésmente, después presentó una nota, más tarde una carta documento y luego otra. Nunca obtuvo respuesta.
En los últimos días, Solari tomó una decisión: iniciar acciones legales contra la Secretaría de Cultura. Tal vez no sea necesario: horas después de que Página/12 consultara allí sobre el caso del premio impago, un vocero de esa dependencia anunció que “acababan” de recibir una partida que permitiría cumplir con ese compromiso (ver recuadro). “Se le pagará en no más de 72 horas hábiles”, dijo. Al propio Solari, en cambio, nada le fue comunicado.
El investigador supo en julio de 1998 que se había hecho acreedor al primer premio nacional correspondiente al trienio 1993-1996. El jurado, constituido por los doctores Aníbal Franco, Néstor Bianchi y Edda Adler le otorgó el reconocimiento por su libro Genética Humana, un texto que se utiliza en las facultades de medicina del país y del exterior. “Me dicen -aclara con modestia Solari– que es el único en habla castellana que trata el tema ‘genoma humano’.”
Ha recibido a lo largo de su carrera otros premios: el Cherny, el Konex, el de la Sociedad Científica Argentina. Pero para el investigador éste se trataba de un honor especial. El Premio Nacional a la Producción Científica Artística y Literaria, instituido en 1913, es la mayor distinción que concede el Estado en estas áreas: entre quienes lo han recibido aparecen nombres tan célebres como Marechal, Borges o Houssay (ver aparte).
Por eso a Solari aún le duraba la alegría por la noticia cuando se dispuso a completar los trámites necesarios para el cobro. “Hice muchos trámites, muchos –recuerda–. Había que llenar formularios, abrir una cuenta en el Banco Nación, certificarla...” Esa cuenta es el toque maestro del maltrato al que ha sido sometido el científico: no sólo no ha cobrado el premio, sino que ha pagado por haberlo obtenido. Cada mes, debe poner dinero para cubrir los gastos de manutención de una cuenta cuya inutilidad es tan grande como la paciencia del profesor.
En los primeros meses del año, preguntó en la Secretaría de Cultura cuándo se haría efectivo el premio. “Me dijeron que como se otorga en un acto donde van autoridades nacionales, la Secretaria prefería dar ella personalmente los cheques a los premiados antes de ese acto.” Siguió esperando.
El 24 de mayo se decidió a presentar una nota. Allí solicita información “en razón de haber transcurrido varios meses sin que se haya realizado el citado depósito y dado que no se me ha informado de ninguna razón al respecto”. Nadie le respondió.
El 26 de junio optó por una herramienta más enérgica: una carta documento donde reclama “el pronto despacho acerca de mi solicitud de una fecha para la efectivización del pago”. Tampoco le contestaron.
Un mes después, el 30 de julio, envió una nueva carta documento, donde en un verdadero trabalenguas “reitera el pedido de pronto despacho de mi solicitud”. La irritación no impidió que en cada misiva el doctor Solarise despidiera saludando “con la mayor atención” a la doctora Gutiérrez Walker. Pero no por ello le respondieron.
Fue entonces cuando decidió consultar a un abogado. “Yo puedo resignarme, hasta tomarlo con cierto espíritu de gracia –dice–, pero esto me trasciende. No es ya por mí, pero no lo puedo dejar pasar. Un premio nacional no puede estar sujeto a estas coyunturas.”
Solari relaciona lo que le ha pasado con la situación de la ciencia en el país, con la política hacia los investigadores, con el corte de subsidios del Conicet, con “aquella vez que nos mandaron a lavar los platos”. Pero dice que no siente rabia. Se ríe: “Me parece que he sido objeto de una maldición china. Son maldiciones muy crueles y sofisticadas”, cuenta. Y cita algunas: “Que seas el único vencedor es la próxima guerra termonuclear; que sobrevivas a tus hijos y tus nietos”. La que le ha tocado a él, dice, es “que te consagren con el Premio Nacional argentino”.

 

Con “gratitud nacional”
Los premios a la Producción Científica, Artística y Literaria fueron instituidos en 1913. Se otorgan por trienio y constituyen la más alta distinción que otorga el Estado. En su origen el importe del premio era, según recuerdan algunos científicos “una verdadera fortuna”. Ya no lo es tanto: actualmente el primer premio recibe 15.000 pesos, el segundo 9000 y el tercero 5000.
Aunque el retraso en el pago no parece demostrarlo, los premios pretenden, según el reglamento, “honrar a personas que por haber consagrado sus vidas a la creación y a la investigación científica, artística o literaria y por la trascendencia de su obra merezcan la gratitud nacional y por consiguiente el reconocimiento del Estado”.
Entre quienes han recibido la distinción hay muchas personalidades célebres. En el área de las letras figuran, por ejemplo, Conrado Nalé Roxlo, Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Carlos Gorostiza. Entre los científicos están Luis Agote, Bernardo Houssay, Luis Leloir y José Arce.

 

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