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Por Juan Ignacio Ceballos ![]() Dos meses tardó Graf, tal vez la mejor jugadora de todos los tiempos, en descifrar el mensaje de su corazón y tomar coraje para hacerle caso. Pero ayer lo hizo: en una conferencia de prensa realizada en un hotel de Heidelberg, Alemania, la ex número uno del mundo anunció su salida definitiva del tenis, tras 17 temporadas de una carrera profesional única, rebosante de éxitos. Yo misma estoy sorprendida por el momento en que llegó esta decisión; es más, pensé que jugaría hasta finales de este año, manifestó Graf, de 30 años. Y agregó: Pero ya es tiempo de hacer lo que quiero. Los problemas físicos que la alemana sufrió en las últimas semanas, aceleraron su decisión. No diría que este último Wimbledon fue un tormento. Pero en la final de Londres donde cayó ante la norteamericana Lindsay Davenport ya no tenía energías; no podía luchar, dijo Graf, quien perdió sus últimos dos partidos por abandono: en una exhibición en Mahwah, ante la estadounidense Jennifer Capriati; y en el torneo de San Diego, frente a la norteamericana Amy Frazier. No fueron semanas sencillas: por primera vez perdí la felicidad y la diversión con el tenis aclaró la actual número 3 del ranking. Fue una sensación muy extraña, que no había experimentado nunca. Y durante días di vueltas, hasta que comprendí que (el retiro) era mi deseo. Nacida el 14 de junio de 1969 en Bruhl, Graf le puso así punto final a lo que siempre fue, paradójicamente, el deseo (y el motor) de su vida: jugar al tenis. Fueron los éxitos sobre los courts (107 títulos, 377 semanas como número uno del mundo, más de 20 millones de dólares en ganancias oficiales) la máxima fuente de sus alegrías. Y fue el juego, la competencia, su único respiro frente a los gravísimos conflictos familiares que, en los últimos diez años, debió enfrentar. ![]() Somos nosotros contra el mundo, fue la filosofía que, durante buena parte de su carrera, llevó a Graf a convertirse en una máquina de ganar. En base a un furibundo drive su arma letal, un incisivo revés con slice y al mejor par de piernas las más fuertes, las más veloces que el tenis femenino haya visto jamás, Steffi se apoderó del liderazgo del WTA Tour a mediados de los ochenta, derrocando a dos de las grandes reinas de todos los tiempos: Martina Navratilova y Chris Evert. En 1987 ganó su primer gran título (Roland Garros) y llegó al número uno del mundo. En 1988 consiguió el Golden Slam algo que nadie logró jamás-, tras conquistar los cuatro grandes torneos (Australia, el Abierto de Francia, Wimbledon y el US Open) y la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Seúl, ganándole la final a Gabriela Sabatini, su gran rival. La argentina sólo pudo ganarle 11 de los 40 partidos oficiales que jugaron. Para 1989, su dominio absoluto del circuito ya no tenía oposición. Sin embargo, sólo cuando el infranqueable escudo de su gélida imagen se quebró ante las desavenencias de su padre adúltero, alcohólico y estafador Peter Graf fue encarcelado por evadir impuestos en 1997, Steffi comenzó a ganarse el cariño del público. Sus lágrimas desnudaron sus sentimientos. Las múltiples lesiones de los últimos años la hicieron vulnerable. Y en la derrota, Graf encontró lo que los fríos éxitos no le habían dado: la entrada al reino de los ídolos populares. En este último y espectacular Roland Garros donde se abrió paso venciendo a Monica Seles, Davenport y Hingis, la alemana terminó de sellar su pacto con la gente. Quizás me falló la motivación después de la victoria de París, confesó ayer Steffi, tras el anuncio de su retiro. Pero lo que viví en aquel momento era tan intenso que tuve el sentimiento de que no podría encontrar nada igual. Allí, hace dos meses, Steffi Graf comenzó su despedida. Ahora, acaba de concretarla. El lugar entre los más grandes deportistas del siglo, por supuesto, ya lo tiene asegurado.
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