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Por Angel Berlanga Cuando Raúl González Tuñón era adolescente, en el Nacional Buenos Aires, descubrió una frase de Roger Bacon: Contempla el mundo. Esas palabras fueron una definición de lo que venía haciendo en una Buenos Aires de principios de siglo, un mandamiento útil para su vocación de poeta. Para cumplirlo puso en alerta los sentidos y gastó zapatos y geografías; para contarlo, escribió una veintena de libros de poemas y centenares de artículos periodísticos. Ya consagrado, la frase fue una síntesis apta para recomendar a los jóvenes. Hasta el final, cuando a los 69 años lo sorprendió la muerte en su ciudad, 25 años atrás, seguía cumpliendo el mandamiento. Abundan las razones para putear a la muerte, y a él le gustaba putearla. Una frase que Ricardo Güiraldes le escribió lo define: Herido de todos los dolores, no has desaprendido el reír con optimismo y la íntima facultad de amar de tus versos. Claro que hay ojos y ojos para contemplar. Tuñón reconocía para los suyos dos influencias fundamentales: las de sus abuelos, ambos españoles, como sus padres. Al paterno no llegó a conocerlo, pero le contaron que se dedicaba a esculpir en madera imágenes de santos: un artista borracho que le dijo a su esposa Hasta luego, Ramona, y volvió a los seis años. Este abuelo imaginero, decía, le fundó su perfil lírico. Del otro abuelo, el materno, heredó lo ideológico; era un obrero metalúrgico, socialista y asturiano, que lo llevaba a los puertos, a las estaciones de ferrocarril y a las manifestaciones en Plaza Once. En ese barrio, en 1905, nació Raúl. Desde chico comenzó la recorrida por una Buenos Aires que amó. Bares, fondines, teatros, cabarets, estaciones de ferrocarril, calles de los suburbios. Al principio las lecturas fueron Salgari, Verne, Dickens y Los miserables, de Víctor Hugo. Las influencias, para los versos, Rubén Darío, Baudelaire y Evaristo Carriego. En 1923 publicó su primer poema en Caras y Caretas, y dos años después entró gracias a su hermano Enrique a Crítica, de Natalio Botana; allí escribieron, entre otros, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt y Conrado Nalé Roxlo. Con las coberturas periodísticas, los viajes se multiplicaron: burros, librerías, huelgas de cañeros en Tucumán, cabarutes, guerras y revoluciones, fútbol y policiales. Por esos años escribió en Martín Fierro y formó parte del grupo literario Florida. Su primer libro, Violín del diablo, es del 26. Con el segundo, Miércoles de ceniza (1928), consiguió un premio municipal y el dinero para hacer un viaje a Europa. De esas vivencias nació La calle del agujero en la media (1930). A medida que se consolidaba ideológicamente como hombre de izquierda (militó en el comunismo), aumentaron los pronunciamientos vinculados a lo social y político. El poeta no debe renunciar a ser poeta, pero esto no quiere decir que renuncie a ser hombre, escribió en el prólogo de La rosa blindada (1936), considerado como punto máximo de su vertiente social. En una época como la que vivimos, intensa, dramática, de negación y creación, el poeta debe estar al servicio de los otros. Si es un poeta auténtico lo hará sin desmedro de los valores poéticos esenciales. Por entonces, en las vísperas de la Guerra Civil Española (que cubrió como periodista), ya había hecho su segundo viaje a Europa y había conocido a Federico García Lorca, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Antonio Machado, César Vallejo, León Felipe y Rafael Alberti. Fue amigo de muchos de ellos. A principios de los 40 se instaló en Santiago de Chile, donde pasó cinco años y participó de la fundación del diario El Siglo. En 1943 sufrió dos golpes: murieron su primera esposa, Amparo Mom, y su hermano, Enrique. Volvió a Buenos Aires en 1946, con el peronismo ya en el poder. No le caía bien Perón, un nacionalista, burgués, militar de casta, que no cambió las estructuras. En Conversaciones con Raúl González Tuñón, del poeta Horacio Salas, dice: El 17 de octubre no puede celebrarse como día de victoria,porque las masas que intervinieron en la marcha fueron a la larga defraudadas: la verdadera revolución nunca se hizo. Se decía buen bailador de tango y charleston. Olvidó presentarse a la colimba. Se inventó un personaje, Juancito Caminador. Se definía repentista, a quien la inspiración abordaba en cualquier bar. Casi al final decía que le hubiera gustado volver a escribir los poemas que en su juventud dejó en pensiones, en fondines de los puertos. Su segunda esposa, Nélida Rodríguez Marqués, pasó con él sus últimos veinte años. Ella guarda cartas y fotos, artículos periodísticos, primeras ediciones, dedicatorias. En un ejemplar de Luna de enfrente, Borges anotó: Al otro poeta suburbano, cordialmente. La mayoría de los que lo conocieron coinciden en que era un gran tipo, austero para con él, generoso con los demás. Se jubiló del periodismo en 1970, pero siguió con la poesía. Su último poema homenajeó al músico chileno Víctor Jara. En aquel libro, Salas le preguntó qué significaba para él una máquina de escribir. Te contesto con la frase de Enrique, mi hermano: Cuando yo muera no planten un sauce en mi tumba, planten una máquina de escribir. Respuesta de Raúl González Tuñón. Poeta.
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