Por Mario Wainfeld Los rodea una nube de voceros,
asesores, consultores, candidatos de rangos menores un conglomerado de especialistas
al fin siempre dispuestos a atosigarlos con consejos, análisis, lecturas finas de
diarios, slogans o bolillas negras. Pero a la hora de la verdad, en las decisiones
cumbres, los candidatos están solos de toda soledad, de cara al espejo, mano a mano con
el hombre que siempre va con ellos. Tal vez fue siempre así..., en todo caso es lógico
que ocurra ahora, en tiempos de lazos partidarios lábiles, alianzas mudables, banderas
intercambiables y programa casi único.
El karma del candidato peronista Eduardo Duhalde es buscar a diario el aval de un
conjunto, mejor dicho un puñado, de figuras públicas ariscas que necesita como maná
para intentar salir del tobogán electoral, cada una de perfil alto, con juego propio y
muy pendiente de cómo varían los escenarios para su posicionamiento propio. Cada cual
atiende su juego, no hay espíritu de cuerpo y Duhalde, solo, hace lo que puede y debe:
disca personalmente el celular para sumarlos. Fue él quien digitó el número del
lacónico Carlos Reutemann y le pidió compañía en Mendoza. Fue él quien llamó al
extrovertido Domingo Cavallo y concertó una reunión en la casa del ex ministro. También
se movió él para pactar una cumbre con el gobernador cordobés José Manuel De la Sota
para la semana que despunta mañana. Y será él y no otro quien reciba la respuesta
definitiva del esquivo Gustavo Beliz. Duhalde busca novios y todos piden dotes altas, con
precio inversamente proporcional a la intención de voto del PJ nacional en las encuestas.
Recorriendo el espinel
Reutemann le propinó a Duhalde un desaire brutal, casi grosero, dejándolo de lado en el
festejo postelectoral en el balcón de la Casa Gris de Santa Fe. Todo el país hace
semiótica de los gestos de los candidatos y los suyos no admitieron dobles lecturas.
Dejó al candidato presidencial arrumbado en un rincón, como si fuera un colado en la
fiesta, y le propinó el trago más ácido de la semana. El miércoles lo compensó
parcialmente desandando su desdén y mostrándose junto a él en Mendoza. Los hombres del
duhaldismo celebraron la foto que mostró a su gobernador y al de Santa Fe, solos,
acodados a sendas sillas, lo bastante lejos del público como para no ser oídos pero lo
bastante cerca como para ser fotografiados.
Es que esa foto simboliza una meta obsesionante para Duhalde: tener el apoyo del PJ en su
conjunto y en especial el de sus compañeros con buenaimagen. José Manuel De la Sota le
echó una manito de bleque a esa pulsión del candidato señalando, con ingenio, que
los votos no se consiguen por carácter transitivo, sutileza que se guardó
muy bien de formular en noviembre del 98, cuando él ganó la gobernación de
Córdoba y Carlos Menem se amuchó a su lado. Así y todo El Gallego tuvo un gesto de
acercamiento: concertó con Duhalde una reunión para la semana que empieza mañana.
Los gestos mitigan por un rato la bronca en el bunker del gobernador pero no opacan una
sensación: la de estar aislados en su empeño de llevar al triunfo a un partido que tiene
demasiados referentes que prefieren ir a menos. O, como poco, no jugarse del todo.
Buscando socio entre
dos ex socios
El 24 de agosto es el último día para concertar alianzas. Los duhaldistas esperan que,
para entonces, Gustavo Beliz habrá aceptado encabezar la lista de diputados pejotistas e
ir en pos de no menos del 30 por ciento de los votos porteños pavimentando su camino
personal hacia la Jefatura de Gobierno porteño. Aspiran a que el ex ministro del Interior
trueque ese fardo de votos por lijar su perfil crítico hacia el PJ. No es un
costo menor: Beliz comparte con Carlos Chacho Alvarez una apetecible e inusual
calidad, la de ser un emigrante del peronismo que no murió (políticamente) en el
intento. Volver a pegarse con sus ex compañeros puede mellar su patrimonio simbólico.
Para facilitar el portento, los duhaldistas le ofrecen en bandeja la cabeza (leáse la
banca senatorial) del ministro del Interior Carlos Corach, libra de carne que no les duele
tanto, ya que muchos intuyen que fueron las manos del ministro del Interior las que
bordaron el escalonamiento de elecciones provinciales que llenó al PJ de gobernadores en
detrimento de Duhalde. Pero, como ya señaló este diario, todo indica que Beliz no
regresará al PJ.
La ingeniería de un posible acuerdo con Domingo Cavallo admite más variantes. Esta
semana circuló una que testimonia el nivel de excitación que cunde en el PJ: el ex
ministro reemplazaría a Ramón Ortega a la fórmula presidencial. Nadie sabe quién echó
a rodar la especie que todo el peronismo rechazó con énfasis..., pero ciertamente fue
alguien con capacidad para conseguir que el encuestador oficial del peronismo Hugo Haime
(que sólo recibe órdenes de Duhalde y del propio Carlos Menem) se dedicara a medir la
intención de voto de la nueva dupla. La medición, cuyo sponsor preservó el anonimato,
arrojó dos datos. Primero: la fórmula con Cavallo suma menos que con Ortega. Segundo: en
la primerísima línea del PJ alguien fantaseaba con la variante, que fastidió como es de
imaginar a Ramón Palito Ortega y no pareció ofender a Cavallo.
El ex ministro sigue regando pistas contradictorias acerca de su conducta. Por un lado
asegura que no se sumará a Duhalde. Por otro, se reunió con el presidenciable del PJ y
no para hablar del tiempo (o de macroeconomía, como chicanearon a la prensa). Además su
discurso munido, cual es su estilo, de munición muy gruesa sólo apunta contra la
Alianza. El ex ministro aduce que no hay contradicción entre sus actos y sus dichos. Que
dialoga con Duhalde por amistad, por respeto y porque éste se lo pidió, que no le cierra
tajantemente las puertas para no devaluarlo y que prioriza arremeter contra la Alianza
porque hay un Pacto de Olivos II entre Menem y De la Rúa y él
contradiciendo a su modo a De la Sota construye sus antagonismos por carácter
transitivo.
Sus partidarios más cercanos afirman que Mingo está embaladísimo y
describen un escenario inimaginable un mes atrás: se instala la convicción de que la
Alianza bate al PJ, la polarización empieza a disminuir y se apuntala un voto
útil a una tercera opción, de crítica al menemismo y de freno al ganador. La
entusiasta profecía fue fortalecida con el inesperado logro de un diputado nacional en
Tierra del Fuego y se completa imaginando sacar más de diez puntos a nivel nacional y
quedar terciando con unpaquetito de diputados (tres que ya hay, uno o dos en Capital, otro
tanto en provincia, y otros en Mendoza, Tucumán y Córdoba). Los allegados más cercanos
a Cavallo mezclan en una coctelera estos datos, se nutren de la pasión que exuda el
candidato y concluyen que su jefe será candidato a presidente.
Los peronistas creen, en cambio, que la polarización aumentará, forzándolo a algún
acuerdo bajando su candidatura presidencial a cambio de algunas garantías para formar su
bloque de diputados, aunque no terminan de explicar los términos concretos del convenio.
Sólo Cavallo sabe qué hará Cavallo y (como Beliz o Reutemann) decidirá lo que quepa en
intransferible soledad. Pero está claro que antes de hacerlo no puede dejar de pensar en
una posible Argentina del 2000: con Duhalde y Menem derrotados, con una Alianza de escaso
poder institucional aplicando un programa de ajuste en un marco de restricciones. Un marco
propicio para un proyecto opositor, para la construcción de un Cavallo 2003. Cavallo no
dice que piensa en eso, pero es imposible que no lo piense y que al hacerlo engrose (junto
a Reutemann, De la Sota, Beliz y tal vez Ruckauf) la demasiado larga lista de candidatos
que Duhalde necesita en sus filas ahora, sí o sí, y que a diferencia de él no se
jubilarán si el PJ pierde en el 99. Aliados tan necesarios como hasta ahora
virtuales que están solos como él a la hora de decidir pero que a diferencia de
él tienen muchas fichas puestas en el futuro, en fechas, elecciones y escenarios que no
existen en el horizonte del candidato presidencial del PJ.
Si Malvinas fuera una provincia Los programas de TV y los diarios consignaron durante toda la semana dos
juegos de imágenes: las de argentinos (casi todos periodistas) volviendo a ocupar las
Malvinas y las de otros argentinos (casi todos empleados del Estado) siendo reprimidos en
un número cada vez mayor de provincias mientras reclamaban modestas reivindicaciones. El
periplo por Malvinas se glosó con reiteraciones de reclamos territoriales y de nostalgias
por no poder ejercer la soberanía en ellas. Un ejercicio tan posible como sensato sería
imaginar qué pasaría hoy y aquí si Malvinas fuera una provincia argentina. No es
difícil concluir que sería una de tantas: con las arcas exhaustas, su economía regional
diezmada, su banco provincial en bancarrota y sus docentes, médicos y empleados públicos
en combate con un gobierno local desprestigiado. Con Robocops apaleando ciudadanos y otras
lindezas. Imaginar esas escenas debería motivar a pensar qué quiere decir
soberanía en un país que hace mucho que no garantiza educación, salud,
bienestar ni aún trabajo a muchos de sus habitantes, que carece de política monetaria y
que si se desea ser un poco preciso no gobierna millones de kilómetros
cuadrados que nadie ocupó por la fuerza, en los que flamea su bandera, se habla su lengua
y circula su moneda (¿el dolar?). |
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