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Por Horacio Verbitsky Al aproximarse el fin del ciclo menemista, el pequeño núcleo de empresas e individuos que realizaron superganancias y las fugaron del país evadiendo impuestos procura obtener condiciones de privilegio para retornar alguna porción de los cien mil millones de dólares transferidos al exterior. Así se desprende del anteproyecto de ley para repatriación de capitales mediante nuevas suscripciones de acciones, que la Bolsa de Comercio de Buenos Aires presentó al Congreso, aduciendo que de ese modo se financiarían las actividades productivas y se crearía empleo. A diferencia de todos los blanqueos conocidos hasta hoy, los hijos pródigos que decidieran regresar sus dineros al país no pagarían nada al fisco, que debería conformarse con la esperanza de recaudaciones futuras. Aparte de los fugadores, los únicos beneficiarios de la iniciativa serían las 95 empresas que cotizan en el alicaído mercado de valores, cuyo volumen diario negociado declinó un 37 por ciento entre julio de 1997 y julio de 1999 según estimó esta semana el diario norteamericano New York Times. El Club de los 100.000 millones Los considerandos del proyecto sostienen que la fuga al exterior ocurrió en busca de protección contra un período muy prolongado de inflación creciente que desembocó en la hiperinflación de 1989/90. Sin embargo, el blanqueo propuesto cubre las sumas de dinero y todo otro tipo de bienes que se hallaren en el exterior al 31 de diciembre de 1997. El privilegio se extendería a esos capitales y propiedades y también a sus frutos posteriores, lo cual cubre todo tipo de valorización. La Bolsa dice que fijó diciembre de 1997 como fecha teniendo en consideración que la estabilidad monetaria se había consolidado y no existían ya razones de protección del valor del dinero que justificaran retirarlo del ahorro nacional. Esta ligera afirmación no soporta el cotejo con la realidad, ya que la fuga de capitales nunca fue mayor que en el período de estabilidad monetaria de Menem-Cavallo-Roque Fernández. Al concluir la dictadura las estimaciones más confiables cifraban los capitales argentinos fugados en 50.000 millones de dólares. Esa cantidad disminuyó durante los años de las privatizaciones, ya que las condiciones excepcionales ofrecidas hizo más atractiva la repatriación para invertir en activos estatales que la colocación financiera. Pero este proceso se agotó con las privatizaciones. La fuga de capitales volvió a crecer a partir de 1994, para rondar al 31 de diciembre de 1997 los 100.000 millones de dólares. Toco y me voy La versión preliminar de un libro del economista Eduardo Basualdo sostiene que a
partir de entonces el capital concentrado retomó decididamente un comportamiento
económico fuertemente asentado en la valorización financiera, siendo una de sus
expresiones la creciente remisión de recursos al exterior. Nada más que en el
período 1993-1997, 5.500 millones de dólares declarados como remisión de utilidades
salieron del país. Pero aprovechando la desregulación de los flujos financieros durante
la convertibilidad también se fugaron otros 37.900 millones de dólares, producto de las
superganancias realizadas por las ex empresas estatales privatizadas. Entre 1991 y 1997
los capitales locales depositados en el exterior más la renta que obtuvieron fueron de
57.000 millones. Esto supera incluso el récord de la dictadura militar y Martínez de
Hoz. Sólo la renta que percibieron esos capitales fugados se acercó a los 5.000 millones
en 1997, lo cual desmiente que la crisis se sientaentre los sectores de altos ingresos. La
investigación también profundiza en el origen de esos capitales. Basualdo detectó que
la rentabilidad de las empresas privatizadas fue la más alta de la economía argentina
desde el lanzamiento de la convertibilidad hasta el día de corte del proyecto de blanqueo
de la Bolsa. En 1997, por ejemplo, las empresas privatizadas arrojaron una utilidad del
12,2 por ciento sobre sus ventas, mientras que las no privatizadas apenas llegaron al 2,8
por ciento. Bienvenidos al paraíso A mero título de ejemplo el estudio analiza dos operaciones de venta de acciones de
Cointel, empresa que es propietaria del 60 por ciento del capital de Telefónica de
Argentina. En 1993 el grupo económico Soldati vendió el 5,2 por ciento de Cointel por 85
millones de dólares, cuando tres años antes, en el momento de la privatización de
ENTel, había pagado, aproximadamente 18 millones de dólares. Estos valores
significan que este grupo económico obtuvo una ganancia patrimonial del 370 por ciento en
tres años, equivalente a un incremento del 68 por ciento anual acumulativo. En 1996
el conglomerado extranjero Techint vendió otro 8,3 por ciento del capital de
Cointel por 240 millones de dólares, cuando seis años antes le había pagado al Estado
alrededor de 43 millones de dólares. En este caso el incremento total alcanza al 460 por
ciento, equivalente a un crecimiento anual del 33 por ciento. Ambas ventas se
realizaron en el año posterior a incrementos espectaculares de la rentabilidad operativa:
Soldati, luego del 30 por ciento de incremento de la rentabilidad operativa de 1992 y los
italianos de Techint después del incremento del 60 por ciento que se registró en 1995.
Ambos están invirtiendo ahora en la privatización de empresas públicas de otros países
latinoamericanos, que ofrecen oportunidades equivalentes a las que el menemismo brindó en
sus primeros años. Fuga con premio Lo más asombroso es que semejante proyecto se plantee cuando el nudo de la regresiva
estructura tributaria y el incumplimiento de muchos de los contribuyentes más poderosos
está estrangulando a la economía argentina. En los países de mayor desarrollo los
impuestos a las ganancias producen una recaudación que equivale a 16 puntos del Producto
Interno Bruto; en Brasil y Chile, de 4 al 5 y en la Argentina apenas 3. La estructura de
la recaudación de ese impuesto varía en forma sustancial según el tipo de países. En
Estados Unidos y los países desarrollados de la OECD el 80 por ciento de la recaudación
por ganancias proviene de las personas físicas; en Chile el 49 por ciento y en la
Argentina apenas el 30 por ciento. Esto significa que la Argentina desestimula la
inversión productiva y premia la fuga. Caldo magro Naturalmente, los organismos privados que financian las grandes empresas han producido
abundantes investigaciones sobre la ineficiencia del gasto pero ninguna sobre evasión y
mora. El año pasado FIEL publicó un trabajo tributario de 600 páginas que no incluye
estudio alguno sobre evasión. El sector público apenas mejora esa indiferencia. La
Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) sólo ha realizado un estudio sobre
incumplimiento en el pago del IVA, que el año pasado habría llegado al 26 por ciento y
este año podría llegar al 30 por ciento de la recaudación potencial, es decir cerca de
los 9.000 millones sólo en ese impuesto. Y está establecido que la evasión previsional
supera el 50 por ciento de todo lo que debería recaudarse. Pero no hay estudios oficiales
sobre evasión en ganancias o bienes personales, que son los impuestos directos que
impactan sobre los sectores de más altos ingresos. En las provinciasla carencia de
información es completa, con las únicas excepciones de la provincia y la Ciudad de
Buenos Aires. Allí hay un par de estudios parciales y puntuales, encomendados no
casualmente por los candidatos presidenciales del PJ y de la Alianza. En cambio existen
datos interesantes sobre blanqueos, moratorias y regímenes de presentación espontánea.
En el tramo dedicado a la Argentina el estudio del Banco Mundial Política
tributaria para la estabilización y la recuperación económica describe las
características de cada medida. Mediante el blanqueo quedan cancelados los
impuestos y las sanciones por evasión a cambio de un impuesto compensatorio reducido; las
moratorias se limitan a eliminar los intereses y los ajustes por inflación de los
impuestos atrasados, y la presentación espontánea da más tiempo a los contribuyentes y
puede reducir el ajuste por inflación de la cantidad adeudada. Es decir que la
propuesta de la Bolsa es un superblanqueo, ya que ni siquiera incluye el pago de un
impuesto compensatorio, por reducido que fuera. Ese estudio del Banco Mundial, publicado
en 1990, revela que los blanqueos, moratorias y regímenes de presentación espontánea
dictados durante los treinta y cinco años previos a esa fecha tuvieron un rendimiento
minúsculo, como se detalla en el cuadro: Fuente: Política tributaria para la estabilización y la re
cuperación económica. Argentina, BIRF, 1990. ¿Negocio para quién? Para comprender qué dicen esas cifras es necesario compararlas con las del déficit proyectado para el año 2.000: 3 por ciento del PIB para la Administración Nacional y 1 por ciento para las provincias, municipios y gobierno autónomo de Buenos Aires. Ese 4 por ciento de déficit consolidado equivale a 11.200 millones, es decir casi tres veces más que la mejor recaudación obtenida en casi medio siglo con este tipo de políticas. Pero mucho más significativo es contrastar la magra cosecha de todas las indulgencias impositivas con los cálculos que los tributaristas hacen respecto de la evasión impositiva, que cada año oscila entre el 12 y el 17 por ciento del Producto Interno Bruto. Esos porcentajes de evasión equivalen al 35 y el 50 por ciento de la recaudación potencial, es decir del total que debería recaudarse. Quienquiera que proponga un blanqueo conspira en forma lisa y llana contra el difícil combate contra la evasión porque no hay nada más dañino que la reiteración de perdones para la creación de una conciencia tributaria o, con palabras del recaudador jefe, Carlos Silvani para convencer al contribuyente de que el mejor negocio es pagar los impuestos a tiempo. Según el Banco Mundial la repetida condonación de los impuestos es un síntoma del reconocimiento político de la parálisis administrativa ya que en la práctica, constituye un intento de reemplazar una administración deficiente con la legislación. En el caso de los blanqueos, neutralizan las facultades de auditoría fiscal. Estas medidas constituyen políticas de avance intermitente que hacen considerablemente más difícil la aplicación de impuestos a través del tiempo, porque llegan a formar parte de las expectativas normales de los contribuyentes. En esa calidad, actúan como incentivo para evadir o demorar permanentemente el pago de los impuestos . Por lo que se ve, las vísperas electorales siguen siendo el momento propicio para que los capitales más concentrados prosigan la educación presidencial que iniciaron con rigor y feliz resultado en 1989.
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