Página/12 en Uruguay
Por Alejandro Sosa Días Desde Montevideo Para las elecciones que se
realizarán en octubre de este año, las distintas encuestadoras locales coinciden en
adjudicar la ventaja a Jorge Batlle, candidato del Partido Colorado, hoy en el gobierno.
Los sondeos atribuyen a esta fuerza el 31 por ciento de los votos, así como un 29 por
ciento a Tabaré Vázquez del Frente Amplio. Más lejos ubican a Luis Alberto Lacalle de
Herrera del Partido Nacional (blancos) con un 25 por ciento aproximadamente. Hay que
considerar, dentro de este cuadro de situación, que el país inaugura un sistema
electoral muy diferente del que se usó siempre y que este hecho introduce cambios
decisivos.
Desde principios de siglo, el Uruguay dirimió sus pleitos electorales con la Ley de
Lemas. Cada partido constituía un lema que presentaba varios candidatos que acumulaban
votos en común. El lema que sacaba más votos obtenía el gobierno y, dentro de éste, el
sublema más votado se quedaba con la presidencia, lo que en ocasiones no coincidía con
el candidato más votado. En el seno de los partidos tradicionales, solían aparecer
listas centroizquierdistas que, al votar dentro del lema, contribuían al triunfo de los
sectores conservadores. Este era uno de los efectos más criticados del sistema. Un
plebiscito abolió en 1997 la Ley de Lemas. La iniciativa partió del presidente
Sanguinetti y fue apoyada por los partidos Blanco y Colorado. La reforma constitucional
estableció la candidatura única por partido mediante una elección interna simultánea
en todas las fuerzas políticas. Si el ganador no consigue llegar al 51 por ciento de los
sufragios, está programada una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. La
izquierda, que toda la vida había criticado la Ley de Lemas, quedó sola defendiéndola,
en una posición incómoda. Sin embargo era entendible pues, pese a que la reforma de
Sanguinetti moderniza el sistema electoral uruguayo, estaba en parte pensada para
obstaculizar su acceso al gobierno. Sanguinetti propicia el entendimiento entre los
partidos tradicionales contra el Frente Amplio. Pese a que algunos aspectos de su
política fracasaron (Hierro López, su candidato en la interna colorada perdió ante
Jorge Batlle) el curso de los acontecimientos parece acompañar sus intenciones
originales. El año pasado Vázquez lideraba la intención de voto y ahora se encuentra
ligeramente superado por los colorados. Lo más probable es que la segunda vuelta no sea
un dato inocente de esta variación.
Las elecciones internas se realizaron en abril de este año. La del Frente Amplio era la
menos problemática porque el rival de Tabaré Vázquez, el contador Danilo Astori, líder
de los moderados de la coalición, había sido triturado con maniobras de aparato un
tiempo antes de las internas. Llegadas éstas, se puede decir que era amplio derrotado
antes de competir. Su promotor era el general Líber Seregni, líder histórico del
Frente. Una vez derrotado su entenado, el papel del anciano militar se torna aún más
decorativo. En cierta manera Vázquez, hombre del Partido Socialista, parece ser el medio
más justo para atemperar las diferencias internas. Su partido ha oficiado de bisagra que
articula tanto a centroizquierdistas como a radicales (tupamaros, PC, PVP, etc.). Sin
embargo sería un error concebir a Vázquez como resultante neutra de estas disputas; él
mismo es un dirigente carismático con peso propio desde que se convirtió en el primer
intendente de izquierda en Montevideo. En 1994 creó el Encuentro Progresista con el doble
objetivo de sumar algunos (pocos) votos y fuerzas políticas, y convertirse en el líder
único de la izquierda mediante una estructura cuasicaudillística, ya que esta nueva
organización era su propia hechura y no algo a disputar como sería el caso del Frente
mismo.
En la interna colorada venció Jorge Batlle, un dirigente histórico del partido. Su
rival, Hierro López, teledirigido por Sanguinetti, pese atener una imagen de hombre
joven, razonable y abierto, fue vencido por el viejo caudillo. En un sentido Jorge Batlle
parece una especie de Nixon uruguayo, pues se ha presentado cuatro veces a la presidencia,
perdiendo siempre. En 1989 estuvo muy cercano a conseguirla, pero su partido fue
aventajado por los blancos y Lacalle salió presidente. Diez años después vuelven a
enfrentarse en elecciones, pero en esta ocasión la fortuna parece que lo acompañará y
después de persistir en su intento obtendrá el mismo premio que Dirty Dick.
Los blancos desde su salida del gobierno en 1994 han vivido sumidos en un feroz internismo
cuyo pico fue el año pasado con el discutido suicidio de Villanueva Saravia, uno de los
más recalcitrantes enemigos de Lacalle dentro de su partido. Este, pese a todo, salió
victorioso de la interna blanca. Su candidatura parece enfrentar obstáculos insalvables.
El principal es que su partido no lo respalda. Los principales referentes de las otras
líneas (sobre todo Ramírez y Zumarán) no aceptaron postularse a ningún cargo y restan
casi toda colaboración en la campaña. Seguramente, en su fuero interno no dejarán de
ver con buenos ojos que bajo el liderazgo de Lacalle el Partido Nacional esté varios
puntos abajo de los colorados y el FA. Otro inconveniente es que su candidatura no atrae
demasiado al electorado independiente, especialmente por los casos de corrupción durante
su gobierno y que Sanguinetti se preocupó en exponer a la luz con inopinada prolijidad.
Por otra parte sus reformas económicas orientadas al libre mercado chocan con el sentido
común imperante en la sociedad uruguaya que ve con desconfianza los procesos
privatizadores. Esta circunstancia tiende a restarle votos.
Jorge Batlle tiene tras de sí un partido unido. Tuvo el gesto de ofrecer la
vicepresidencia a su rival en la interna después de su triunfo, lo que contribuyó a
limar rápidamente asperezas. Los colorados son, además, un partido acostumbrado al
poder. Con excepción del paréntesis autoritario de 1973 a 1985 y tres gobiernos blancos,
los colorados se han arreglado para obtener el gobierno, la mayoría de las veces por vía
democrática. Por último, tanto Lacalle como Jorge Batlle han anunciado que en caso de
que uno de ellos enfrente en la segunda vuelta a Tabaré Vázquez, llamarán a sus
votantes a votar contra la izquierda. Lo que las encuestas muestran indica que ese papel
deberá ser cumplido por Lacalle. Lo cual, teniendo en cuenta la historia del país, no
deja de ser gracioso ya que Jorge Batlle es descendiente de José Batlle y Ordóñez,
gobernante que dejó una huella profunda en el Uruguay moderno, e hijo de Luis Batlle
Berres, gobernante democrático populista de los años 50. Lacalle es nieto de Luis
Alberto de Herrera, caudillo nacionalista conservador y acérrimo enemigo del batallismo
toda su vida. El Uruguay, como una vez dijo el economista Ariel Durán, es una democracia
representativa y hereditaria.
La oportunidad que pueda tener Tabaré Vázquez estriba en ganar la mayor cantidad posible
de votantes independientes y en que los votantes de primera vuelta de los otros partidos
(que en su mayoría serán blancos y colorados) no hagan caso de lo expresado por los
candidatos tradicionales. Esta parece la variante menos probable. Aunque, en cierto
sentido, la tentativa antifrentista de Sanguinetti tiene un carácter anacrónico, casi
heredado de la Guerra Fría, pues contiene el riesgo institucional de marginar a una
fuerza política significativa de la posibilidad de ser gobierno. Además la franja que
considera un eventual gobierno frenteamplista como un salto al vacío o un riesgo
inaceptable tiende a estrecharse. El principal argumento en contra es su falta de
experiencia en el manejo del Estado y su cuestionable gestión en la capital uruguaya. Sin
embargo el Frente Amplio ha abandonado hace rato cualquier programa drástico de
estatizaciones y se orienta hacia un reformismo distribucionista, común a toda la
izquierda latinoamericana realmente existente, de lo cual da testimonio su más reciente
formulación programática titulada 20 medidas para combatir la pobreza. La
más que probable segunda vuelta servirá para comprobar cuánto abarca el núcleo duro de
votantes de los partidos y cuán independiente es la visión de los dirigidos respecto de
la de los dirigentes.
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