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Uruguay, representativo y hereditario

¿Cambiar algo para que nada cambie? Esta nota sobre las elecciones uruguayas de octubre describe la trama íntima político-familiar de una alternancia.

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Sanguinetti, reformador contra la izquierda.

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Tabaré Vázquez, un líder con peso propio.

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Jorge Batlle, una suerte de Nixon uruguayo.


Página/12 en Uruguay
Por Alejandro Sosa Días Desde Montevideo

t.gif (862 bytes) Para las elecciones que se realizarán en octubre de este año, las distintas encuestadoras locales coinciden en adjudicar la ventaja a Jorge Batlle, candidato del Partido Colorado, hoy en el gobierno. Los sondeos atribuyen a esta fuerza el 31 por ciento de los votos, así como un 29 por ciento a Tabaré Vázquez del Frente Amplio. Más lejos ubican a Luis Alberto Lacalle de Herrera del Partido Nacional (blancos) con un 25 por ciento aproximadamente. Hay que considerar, dentro de este cuadro de situación, que el país inaugura un sistema electoral muy diferente del que se usó siempre y que este hecho introduce cambios decisivos.
Desde principios de siglo, el Uruguay dirimió sus pleitos electorales con la Ley de Lemas. Cada partido constituía un lema que presentaba varios candidatos que acumulaban votos en común. El lema que sacaba más votos obtenía el gobierno y, dentro de éste, el sublema más votado se quedaba con la presidencia, lo que en ocasiones no coincidía con el candidato más votado. En el seno de los partidos tradicionales, solían aparecer listas centroizquierdistas que, al votar dentro del lema, contribuían al triunfo de los sectores conservadores. Este era uno de los efectos más criticados del sistema. Un plebiscito abolió en 1997 la Ley de Lemas. La iniciativa partió del presidente Sanguinetti y fue apoyada por los partidos Blanco y Colorado. La reforma constitucional estableció la candidatura única por partido mediante una elección interna simultánea en todas las fuerzas políticas. Si el ganador no consigue llegar al 51 por ciento de los sufragios, está programada una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. La izquierda, que toda la vida había criticado la Ley de Lemas, quedó sola defendiéndola, en una posición incómoda. Sin embargo era entendible pues, pese a que la reforma de Sanguinetti moderniza el sistema electoral uruguayo, estaba en parte pensada para obstaculizar su acceso al gobierno. Sanguinetti propicia el entendimiento entre los partidos tradicionales contra el Frente Amplio. Pese a que algunos aspectos de su política fracasaron (Hierro López, su candidato en la interna colorada perdió ante Jorge Batlle) el curso de los acontecimientos parece acompañar sus intenciones originales. El año pasado Vázquez lideraba la intención de voto y ahora se encuentra ligeramente superado por los colorados. Lo más probable es que la segunda vuelta no sea un dato inocente de esta variación.
Las elecciones internas se realizaron en abril de este año. La del Frente Amplio era la menos problemática porque el rival de Tabaré Vázquez, el contador Danilo Astori, líder de los moderados de la coalición, había sido triturado con maniobras de aparato un tiempo antes de las internas. Llegadas éstas, se puede decir que era amplio derrotado antes de competir. Su promotor era el general Líber Seregni, líder histórico del Frente. Una vez derrotado su entenado, el papel del anciano militar se torna aún más decorativo. En cierta manera Vázquez, hombre del Partido Socialista, parece ser el medio más justo para atemperar las diferencias internas. Su partido ha oficiado de bisagra que articula tanto a centroizquierdistas como a radicales (tupamaros, PC, PVP, etc.). Sin embargo sería un error concebir a Vázquez como resultante neutra de estas disputas; él mismo es un dirigente carismático con peso propio desde que se convirtió en el primer intendente de izquierda en Montevideo. En 1994 creó el Encuentro Progresista con el doble objetivo de sumar algunos (pocos) votos y fuerzas políticas, y convertirse en el líder único de la izquierda mediante una estructura cuasicaudillística, ya que esta nueva organización era su propia hechura y no algo a disputar como sería el caso del Frente mismo.
En la interna colorada venció Jorge Batlle, un dirigente histórico del partido. Su rival, Hierro López, teledirigido por Sanguinetti, pese atener una imagen de hombre joven, razonable y abierto, fue vencido por el viejo caudillo. En un sentido Jorge Batlle parece una especie de Nixon uruguayo, pues se ha presentado cuatro veces a la presidencia, perdiendo siempre. En 1989 estuvo muy cercano a conseguirla, pero su partido fue aventajado por los blancos y Lacalle salió presidente. Diez años después vuelven a enfrentarse en elecciones, pero en esta ocasión la fortuna parece que lo acompañará y después de persistir en su intento obtendrá el mismo premio que “Dirty Dick”.
Los blancos desde su salida del gobierno en 1994 han vivido sumidos en un feroz internismo cuyo pico fue el año pasado con el discutido suicidio de Villanueva Saravia, uno de los más recalcitrantes enemigos de Lacalle dentro de su partido. Este, pese a todo, salió victorioso de la interna blanca. Su candidatura parece enfrentar obstáculos insalvables. El principal es que su partido no lo respalda. Los principales referentes de las otras líneas (sobre todo Ramírez y Zumarán) no aceptaron postularse a ningún cargo y restan casi toda colaboración en la campaña. Seguramente, en su fuero interno no dejarán de ver con buenos ojos que bajo el liderazgo de Lacalle el Partido Nacional esté varios puntos abajo de los colorados y el FA. Otro inconveniente es que su candidatura no atrae demasiado al electorado independiente, especialmente por los casos de corrupción durante su gobierno y que Sanguinetti se preocupó en exponer a la luz con inopinada prolijidad. Por otra parte sus reformas económicas orientadas al libre mercado chocan con el sentido común imperante en la sociedad uruguaya que ve con desconfianza los procesos privatizadores. Esta circunstancia tiende a restarle votos.
Jorge Batlle tiene tras de sí un partido unido. Tuvo el gesto de ofrecer la vicepresidencia a su rival en la interna después de su triunfo, lo que contribuyó a limar rápidamente asperezas. Los colorados son, además, un partido acostumbrado al poder. Con excepción del paréntesis autoritario de 1973 a 1985 y tres gobiernos blancos, los colorados se han arreglado para obtener el gobierno, la mayoría de las veces por vía democrática. Por último, tanto Lacalle como Jorge Batlle han anunciado que en caso de que uno de ellos enfrente en la segunda vuelta a Tabaré Vázquez, llamarán a sus votantes a votar contra la izquierda. Lo que las encuestas muestran indica que ese papel deberá ser cumplido por Lacalle. Lo cual, teniendo en cuenta la historia del país, no deja de ser gracioso ya que Jorge Batlle es descendiente de José Batlle y Ordóñez, gobernante que dejó una huella profunda en el Uruguay moderno, e hijo de Luis Batlle Berres, gobernante democrático populista de los años 50. Lacalle es nieto de Luis Alberto de Herrera, caudillo nacionalista conservador y acérrimo enemigo del batallismo toda su vida. El Uruguay, como una vez dijo el economista Ariel Durán, es una democracia representativa y hereditaria.
La oportunidad que pueda tener Tabaré Vázquez estriba en ganar la mayor cantidad posible de votantes independientes y en que los votantes de primera vuelta de los otros partidos (que en su mayoría serán blancos y colorados) no hagan caso de lo expresado por los candidatos tradicionales. Esta parece la variante menos probable. Aunque, en cierto sentido, la tentativa antifrentista de Sanguinetti tiene un carácter anacrónico, casi heredado de la Guerra Fría, pues contiene el riesgo institucional de marginar a una fuerza política significativa de la posibilidad de ser gobierno. Además la franja que considera un eventual gobierno frenteamplista como un salto al vacío o un riesgo inaceptable tiende a estrecharse. El principal argumento en contra es su falta de experiencia en el manejo del Estado y su cuestionable gestión en la capital uruguaya. Sin embargo el Frente Amplio ha abandonado hace rato cualquier programa drástico de estatizaciones y se orienta hacia un reformismo distribucionista, común a toda la izquierda latinoamericana realmente existente, de lo cual da testimonio su más reciente formulación programática titulada “20 medidas para combatir la pobreza”. La más que probable segunda vuelta servirá para comprobar cuánto abarca el núcleo duro de votantes de los partidos y cuán independiente es la visión de los dirigidos respecto de la de los dirigentes.

 

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