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Por Fabián Ortiz Desde la coruña Boca se paseó mientras no tuvo delante a ningún equipo serio. Pero apareció el Celta, un grupo armadito, ordenado y con algunos jugadores de gran clase (Karpin, Revivo, Gustavo López) y puso fin a lo que pudo haber sido una minigira triunfal de punta a punta. Es cierto que Bianchi puso un equipo pensando ya en el compromiso con Racing, cuando vuelva a Buenos Aires. Córdoba, Serna, Samuel, Guillermo, Palermo, Riquelme de entrada se quedaron en el banco, y cuando fueron entrando en la segunda parte se encontraron con el marcador en contra y muy poco tiempo para poder remontar. ¿Qué imagen dejó Boca en este garbeo por España? Sin duda, la de un equipo, un bloque, un conjunto con escasas fisuras, más allá de los nombres, de los titulares o de los menos. Dejó un perfume de macho, de tipos que meten la pierna a lo Boca; así le ganó al Barcelona de los holandeses, no sin una gran ayuda del árbitro y el asistente que concedió el no-gol de Barijho. Así se impuso también a los brasileños del Corinthians, no sin algunos problemas en el arranque, hasta que entró Riquelme. Y así también, a lo Boca, perdió ayer con el Celta, que aguantó bien la presión, que movió la pelota, la escondió cuando hizo falta y encontró el gol en uno de los pocos fallos defensivos xeneizes. Quedan, para ver si florecen en un futuro no muy lejano, las semillas sembradas por Riquelme, uno de los que más gustaron entre la afición y la crítica españolas. El pibe deslumbró porque, con lo poco que jugó, demostró a la gilada que todavía es posible pisar la pelota, amasarla, levantar la cabeza en el área de enfrente y decirle a un compañero (en este caso, Palermo, la noche contra el Barça) tomá, metela. Sólo ese detalle, en el fútbol español y léase también europeo de hoy ya es un asunto que marca diferencias. Porque eso sólo se le ve, y muy de tarde en tarde, a Rivaldo o algún otro espécimen perteneciente a la especie protegida (y en vías de extinción en este continente) jugador a la antigua. Riquelme tiene chapa de crack, ya venía sonando con insistencia en el mercadeo futbolístico de cada verano, y seguro que después de estos tres partidos aparece, subrayado en rojo grueso, en las agendas de cuanto intermediario se mueva por el ambiente de la Bolsa de la pelota. También gustó Cagna, el hombre por quien sigue suspirando Miguel Brindisi, que lo quiere en su Espanyol de Barcelona. Sobrio, inteligente, generoso, el mediocampista de Boca se dejó querer en Alicante (sueño con jugar en Montjuïc, dijo, en referencia al Espanyol), donde hizo un buen segundo tiempo cuando las miradas eran muchas más que contra Corinthians y Celta. Enfrente estaba el Barça, el campeón español, y eso pesa en las audiencias. Y Cagna no defraudó. En otro registro, La Paglia aparece también como un jugador interesante para el fútbol español. Metedor, de mensaje sencillo en su juego, fue demás a menos con el transcurso de los partidos, pero en todos dejó la imagen de lo que por acá denominan como jugador de club. O sea, lo que en otros tiempos el Flaco Menotti definía como la rueda de auxilio que todo futbolista quisiera tener al lado. Esa especie es muy apreciada en los equipos españoles, donde los entrenadores no escapan de la mediocridad general reinante en el mundo entero, y prefieren tipos industriosos, que anteponen el músculo a la finta, el sudor al perfume de una gambeta. La Paglia estuvo en esa línea, y si eso se esperaba de él, cumplió. El que no lo hizo, al menos por el cartel que traía, fue Palermo. Se vuelve a casa con apenas un gol en el zurrón (regalito de Riquelme ante el Barcelona), algo de lucha y un rifirrafe con la defensa del Celta en el partido de ayer. Precedido de su nefasta fama de falla-penales, el público español se dedicó a cargarlo cada vez que tocó la pelota, aunque esas cosas al Flaco lo traen sin cuidado. Pero si de esta minigira esperaba sacar lustre a su fama de goleador, Palermo se fue sin haber logrado el objetivo. El Atlético de Madrid se lo pensó dos y tres veces antes de dar el paso, y acabó echándose atrás. Si no hace un buen campeonato, y eso significa meter goles hasta con la espalda, parece difícil que vuelva a fijarse en él por lo visto en esta mini-gira. Otro que tendrá que volver con mejor equipaje es el mellizo Guillermo. Y por una cuestión de gustos locales: al español no le agradan los jugadores piscineros, es decir, los que se tiran al agua en cuanto huelen una pierna adversaria. Y Guillermo Barros Schelotto abusó de esas tretas, un recurso que a lo mejor le funciona bien con el referato argentino, pero que no cuela cuando los que pitan son españoles. Claro que también fue una referencia permanente en el ataque de Boca, sobre todo cuando se tiraba a la raya para recibir más libre de marca. Pero en el mundo de la imagen, la del Melli no gustó entre la hinchada local. Tendrá que cambiar de hábitos para ganarse un lugar bajo el sol de España. Párrafo aparte merece Samuel, que estuvo muy duro contra el Barça (le produjo un esguince de tobillo al portugués Simao Sabrosa, que por eso se perdió la vuelta de la Supercopa contra el Valencia) y notable ante el Corinthians, sobre todo cuando el equipo se asentó, con Riquelme ya en la cancha. Con el Real Madrid buscando incesante e infructuosamente un defensor central desde hace seis años, parece mentira que este jugador se le haya escapado al calcio. Por lo demás, la expectación que produjo la visita del campeón argentino fue más bien poca. Los torneos de verano, en un país cuyo campeonato de Liga empieza cada vez más temprano (domingo 22) y que dio semáforo verde a la competición oficial el pasado día 8 (Supercopa), son cada vez más un negocio para las televisiones y las marcas comerciales que patrocinan o proveen a los equipos. Boca no se escapa de esa norma: maniatada por un contrato leonino con la fascistoide Nike, tuvo que pasar por el aro y pasó. Eso sí: lo hizo dignamente. A lo Boca.
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