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Cómo ganarse las Malvinas
Por Sergio Kiernan


t.gif (862 bytes) De los ositos Winnie Pooh al papi fútbol, el cuerpo a cuerpo de argentinos y kelpers se hace cada vez más cercano. El primer vuelo después de las negociaciones de Londres creó temor al cortocircuito: Guido Di Tella, canciller y repartidor de ositos, llegó a pedir que los criollos no le escriban cosas en los baños a los isleños. En la cobertura de los medios, antes y después del despegue, flotó el tema de la actitud de los malvinenses hacia los argentinos. La cobertura a los cinco o seis duros que se pasearon con carteles por las calles de Stanley bordeó la exageración. Los periodistas visitantes exhibieron una piel bien finita, una sensibilidad aguda a cualquier rechazo.
Y al final, no pasó nada. Jugaron al fútbol; los kelpers ganaron; hubo tragos en el Globe; una señora devolvió un sable. Los isleños se encontraron con gente que hablaba con acento; los argentinos, con ingleses más parecidos a los personajes de las películas de Ken Loach que a lores. Los taxistas contaron sus ganancias extraordinarias; la economía local recibió una inyección de dólares argentinos; un empresario descubrió que en Malvinas sólo hay cerveza en latas y empezó a vender choperas.
Esto recién empieza, pero ya queda en claro qué hay que hacer para que las Malvinas puedan na24fo01.jpg (7535 bytes)ser argentinas: comérselas de hecho, integrarlas al país, aprovechar la fuerza de gravedad. Argentina es un planeta mucho más grande que puede poner en órbita propia a estas pequeñas islas. Con rutas de viaje y carga abiertas entre el archipiélago y el continente, no hay dudas de dónde harían las compras unos isleños que encargan un pantalón cualunque a Londres y tienen que pagar 100 dólares, o que abonan un dólar por cada naranja fresca.
¿Se imaginan a Puerto Stanley como parte del circuito patagónico de turismo? De los millones de turistas que llegan a Argentina cada año, varios centenares de miles van al sur a ver lobos marinos, lagos, glaciares, cordilleras. Basta agregar un archipiélago con campos de batalla y más pingüinos. Esto implica construir hoteles, restaurantes, lavanderías, rutas, estaciones de servicio, hosterías. Cuando nos querramos acordar, habrá un McDonald’s, los chicos van a jugar en peloteros argentinos y los kelpers andarán estudiando folletos de Laverrap a ver si es negocio.
¿Que los malvinenses nos desconfían? Que vengan a veranear por acá (lo más barato que pueden hacer en sus vidas). Un enero en Pinamar, un fin de semana de trasnochadas en Buenos Aires les limarían cualquier aspereza a estos isleños lejanos que nunca vieron un colaless y saben que los bares siguen abiertos después de las once de la noche porque apareció uno en la tele.
Empezamos con las choperas, dejemos las banderas para después. Si todo sale bien y los nacionalistas de cartón dejan hacer, un buen día nos vamos a encontrar, argentinos y malvinenses, con un lugar de hecho bilingüe y binacional. En lugar de dos “razas” desconfiadas y ajenas, va a haber dos grupos con mucho en común, que se conocen bien, que trabajan y se divierten juntos, que tienen que arreglar un problema político. Y ahí hablamos.

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