De los ositos Winnie Pooh
al papi fútbol, el cuerpo a cuerpo de argentinos y kelpers se hace cada vez más cercano.
El primer vuelo después de las negociaciones de Londres creó temor al cortocircuito:
Guido Di Tella, canciller y repartidor de ositos, llegó a pedir que los criollos no le
escriban cosas en los baños a los isleños. En la cobertura de los medios, antes y
después del despegue, flotó el tema de la actitud de los malvinenses hacia los
argentinos. La cobertura a los cinco o seis duros que se pasearon con carteles por las
calles de Stanley bordeó la exageración. Los periodistas visitantes exhibieron una piel
bien finita, una sensibilidad aguda a cualquier rechazo.
Y al final, no pasó nada. Jugaron al fútbol; los kelpers ganaron; hubo tragos en el
Globe; una señora devolvió un sable. Los isleños se encontraron con gente que hablaba
con acento; los argentinos, con ingleses más parecidos a los personajes de las películas
de Ken Loach que a lores. Los taxistas contaron sus ganancias extraordinarias; la
economía local recibió una inyección de dólares argentinos; un empresario descubrió
que en Malvinas sólo hay cerveza en latas y empezó a vender choperas.
Esto recién empieza, pero ya queda en claro qué hay que hacer para que las Malvinas
puedan ser argentinas: comérselas de hecho, integrarlas al país, aprovechar la
fuerza de gravedad. Argentina es un planeta mucho más grande que puede poner en órbita
propia a estas pequeñas islas. Con rutas de viaje y carga abiertas entre el archipiélago
y el continente, no hay dudas de dónde harían las compras unos isleños que encargan un
pantalón cualunque a Londres y tienen que pagar 100 dólares, o que abonan un dólar por
cada naranja fresca.
¿Se imaginan a Puerto Stanley como parte del circuito patagónico de turismo? De los
millones de turistas que llegan a Argentina cada año, varios centenares de miles van al
sur a ver lobos marinos, lagos, glaciares, cordilleras. Basta agregar un archipiélago con
campos de batalla y más pingüinos. Esto implica construir hoteles, restaurantes,
lavanderías, rutas, estaciones de servicio, hosterías. Cuando nos querramos acordar,
habrá un McDonalds, los chicos van a jugar en peloteros argentinos y los kelpers
andarán estudiando folletos de Laverrap a ver si es negocio.
¿Que los malvinenses nos desconfían? Que vengan a veranear por acá (lo más barato que
pueden hacer en sus vidas). Un enero en Pinamar, un fin de semana de trasnochadas en
Buenos Aires les limarían cualquier aspereza a estos isleños lejanos que nunca vieron un
colaless y saben que los bares siguen abiertos después de las once de la noche porque
apareció uno en la tele.
Empezamos con las choperas, dejemos las banderas para después. Si todo sale bien y los
nacionalistas de cartón dejan hacer, un buen día nos vamos a encontrar, argentinos y
malvinenses, con un lugar de hecho bilingüe y binacional. En lugar de dos
razas desconfiadas y ajenas, va a haber dos grupos con mucho en común, que se
conocen bien, que trabajan y se divierten juntos, que tienen que arreglar un problema
político. Y ahí hablamos.
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