También
en economía, lo que es bueno para unos puede ser malo para otros. Ocurre así, por
ejemplo, con la apreciación de la moneda. En los 50 meses concluidos en junio de este
año, el dólar se revaluó un 28 por ciento contra una canasta de otras 34 monedas (y,
por tanto, al peso le sucedió lo mismo). ¿Cuáles fueron las consecuencias para Estados
Unidos? Se abarataron las importaciones y bajaron las tasas de interés (por la afluencia
de capitales al dólar, atraídos por su ascenso y por otro vasto fenómeno conocido como
"fuga hacia la calidad"). Esto provocó un aumento en la capacidad adquisitiva
del consumidor estadounidense y en su demanda de crédito. Así, el gasto en consumo
creció más que lo necesario para compensar el efecto recesivo del déficit comercial. Al
incrementarse las ganancias de las empresas y subir las cotizaciones, mayores masas de
inversión ingresaron desde el exterior, realimentando el proceso. La eliminación del crónico déficit fiscal norteamericano contribuyó a
acelerar ese proceso expansivo de la economía privada, porque cada dólar de deuda
pública que cancelaba el Tesoro era reinvertido por quien lo percibía en papeles
empresarios. De esta manera, la demanda privada de capitales y financiación ya no debía
competir con la toma de fondos por parte del sector público. Además, el superávit
presupuestario creó la posibilidad de aplicar políticas fiscales anticíclicas, las que
funcionan como una red de seguridad para los inversores privados. Es exactamente lo
contrario a lo que acontece con el déficit fiscal, que obliga al Gobierno a disputarle el
crédito al sector privado y le impide añadir gasto cuando cae la actividad.
El largo proceso de revaluación, iniciado en abril de 1995,
en el momento más negro del efecto tequila para la Argentina, coincidió en el país con
el rápido agotamiento de las reformas que había lanzado Domingo Cavallo en 1991.
Discútase o no si esas reformas debían ser profundizadas o reconducidas, lo real es que
la política económica ingresó en una fase de parálisis, acentuada con la asunción de
Roque Fernández en julio de 1996. El dinamismo brasileño, los buenos precios mundiales
de las commodities (materias primas e insumos) y las bajas tasas de interés le depararon
a la Argentina otro par de años de bonanza entre mediados del '96 y mediados del '98.
Pero nada ocurrió con la productividad local como para
convalidar la fuerte apreciación del peso. Lo que fue bueno para Estados Unidos fue malo
para la Argentina, que pagó --y está pagando-- con recesión y desempleo, y con una
generalizada desconfianza hacia su capacidad de sostener la convertibilidad. |