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Por Fernando DAddario En sintonía casi mágica con realineamientos que exceden a los registros catastrales, las grandes ciudades tienden a expandirse hacia el Norte. Buenos Aires no escapa a esta lógica geográfica, y sucesivas generaciones de porteños fueron testigos pasivos de un reacomodamiento silencioso, casi imperceptible, que bajo el paraguas protector del progreso fue dejando a sus espaldas jirones de cultura y decadencia. El Centro de la Capital Federal vivió su fiesta en Avenida de Mayo, se corrió luego a Corrientes, paseó por Lavalle, se instaló temporariamente en Santa Fe y hoy sigue su marcha firme hacia el Norte, con algo más de vértigo y algo menos de clase. Lo que dejó a su paso es hoy un cambalache. El cine, con sus agonías y resurrecciones periódicas, es el símbolo de una zona histórica que se recicla acatando la lógica del país. Una recorrida de Sur a Norte, desde Lavalle hasta Santa Fe, pasando por Corrientes, es garantía de emociones fuertes, que huelen a descomposición social y se refugian entre utopías aggiornadas. No es casualidad que los viejos cines de Lavalle se hayan transformado en vidriera de tres expresiones marginales, cada cual a su manera: 1) ahí, donde el Alfa y el Sarmiento generaban fantasías en los espectadores, se levantó la frágil ilusión de un bingo. El Concorde trocó sus imágenes por las de modernos videogames, en donde estaba el Ambassador hay otro Ambassador, sólo que en lugar de películas a mitad de precio ahora el Factory Outlet (Autoservice integral de ropa) ofrece todos los días muy bonitas ofertas para la dama y el caballero. 2) El cine Ideal, estandarte del viejo Complejo Ideal (que conserva aún, además de los recuerdos, la señorial confitería homónima que se esconde, casi con vergüenza, al lado del cine) propone un programa de película: en una sala se exhibe Inzest, the Best...ia, en la otra Anal Planet Swinger II, y en la tercera no se animaron a poner el nombre, quizás por cuestiones de delicadeza. Una entrada permite el acceso a las tres salas, oferta cuyos resultados pueden comprobarse observando la tensión en el rostro de los hombres que ingresan y la infinita placidez de los que salen. 3) otras salas, aparentemente inmunes a la ofensiva de saunas, porno-shops y bingos, fueron tomadas por el cine de arte, con el que entablaron una suerte de pacto de supervivencia. Kiarostami, Ripstein, Resnais, Imamura, Kitano, Vinterberg (la lista sigue) se plantan allí, inconscientes de su influencia en un puñado cada vez más grande de argentinos. Cineplex (Lavalle al 700), Metro (Cerrito al 400), Lorange (Corrientes 1300), Lorca (Corrientes 1400), Cosmos (Corrientes al 2000), la Filmoteca Buenos Aires (Guido 1900), son algunos de los cines que transitan por la antigua ruta dorada. De Sur a Norte la recorrida se va estilizando. Cineplex deja convivir a La celebración (Vinterberg) con La edad del sol, sin un target definido. Se abre al cine independiente porque no puede competir con los grandes complejos cinematográficos en su propio terreno. Cruzando la 9 de Julio el panorama comienza a cambiar. La antesala del cine Metro se asoma frente a un puñado de jóvenes como el envión hacia un túnel del tiempo con salida única en 1939. Allí los esperan Clark Gable y Vivien Leigh, que vuelven a inmortalizarse en Lo que el viento se llevó. Este túnel del tiempo ya condujo a más de 2 mil fieles en diez días de exhibición y refleja también una actitud frente al cine. Para nosotros es un orgullo poder pasar estas películas, porque sabemos que no vamos a hacer un gran negocio, pero hay un público fiel que nos sigue. Existe todavía una clase media con inquietudes culturales, que se resiste a ser invadida por la cultura del shopping, subraya Lucy de Cavallero, apoderada del Metro, una sala tradicional que fue fundada en 1956 y que en 1984 sumó dos nuevas pantallas a la por entonces, floreciente cartelera local. El cine Metro no es un espacio de filantropía cultural, pero la coyuntura lo empuja a diferenciarse del circuito dominante. Pertenece a laempresa Film Properties International, a su vez subsidiaria de dos colosos: Universal y Paramount. Metro U.A. es ahora un sello pequeño, si se lo compara con su época de gloria. Lo que el viento se llevó es una suerte de remanente folclórico de aquéllos tiempos, y Lucy explica las variables que maneja: como las producciones de Universal y Paramount no alcanzan a alimentar las tres salas del Metro, queda un espacio para programar cine arte. Eso no pasa en los multicines, en primer lugar porque son alimentados por todas las grandes productoras. Pero además hay una diferencia sustancial: en los multicines es más importante el pochoclo que la película. Lo dice con una sonrisa que logra eludir cierto resentimiento frente a la realidad. Los cines tradicionales, como nos gusta llamarlos, tienen otros costos agrega. Fijate que nosotros tenemos empleados estables, sujetos a convenio laboral, mantenemos la figura emblemática del acomodador. Y tenemos que competir con estos shoppings en donde hacen contratos basura con los chicos que traen de los Mc Donalds, si hasta los gerentes vienen de los Mc Donalds. Y si hay algo que no te gusta no tenés ni a quién quejarte.... El Lorca funciona desde hace 31 años en Corrientes entre Uruguay y Paraná. Hace poco menos de un año, el éxito inesperado de El sabor de la cereza (125 mil espectadores) cimentó una especie de minifenómeno de cine off Hollywood, potenciado por el festival de Cine Independiente realizado en Buenos Aires. Este boom se le vino encima al Lorca, que en los 70 solía programar a Wajda cuando el cine polaco estaba de moda como hoy lo está el iraní, pero que en tiempos de vacas flacas se veía tentado a meter algún film mainstream entre su programación de luxe. Vivió, casi de prepo, algo así como la invasión del otro mercado. Lo de El sabor... fue una jugada riesgosa y nos salió bien, pero no es una señal definitiva. Con La anguila (Imamura), que compartió con El sabor... la Palma de Oro en Cannes, perdimos guita a lo loco, así que no hay manera de saber qué es lo que hay que programar, dice Norberto Bula, dueño del cine. Bulla tiene una oficina en el primer piso, con una máquina de escribir Remington (sí, todavía está en uso) como testimonio involuntario del espíritu artesanal que anima a la empresa. Durante mucho tiempo teníamos que mechar con material comercial porque nadie quería distribuir cine de arte. Después empezamos a ver que se podía hacer otra cosa, como pasa en Madrid, que hay un circuito alternativo que está en movimiento. Acá también anda bien pero no tanto. Es un negocio chiquito, que en cualquier momento se puede ir al diablo, porque para que una película independiente funcione necesitamos que la vean al menos 15 mil personas en el término de dos meses. Reconoce que maneja un cine de supervivencia, y cuenta que hace doce años Mc Donalds quiso comprar el cine y no quiso venderlo, y que en 1996 fue el Banco Ciudad el que ofreció el doble del valor del inmueble y tampoco hubo negocio. Hasta donde se pueda lo vamos a aguantar porque es lo único que sabemos hacer. En el futuro, si aumenta el nivel cultural de la gente, nos irá un poco mejor.... Cambiar el perfil de programación sería suicida: Sólo programo lo que me gusta y para eso me veo 300 títulos por año. Si exhibiera Esa maldita costilla no vendría nadie y al poco tiempo tendría que cerrar. El público se compone de cinéfilos y estudiantes, principalmente. Los universitarios tienen acceso a un carnet, mediante el cual todos los días se convierten en miércoles (3,50 la entrada). Bula maneja también el Lorange, sala que había cerrado y que reabrió para el Festival Independiente con buena convocatoria. Cuando una sala va mal, es una máquina de perder dinero. Podemos perder mil pesos por día.... Subiendo por Corrientes, hay cines que se fueron (donde estaba el Lorraine se instaló la librería Gandhi, que a su vez volvió a mudarse, tampoco están ni el Losuar ni el Loire), otros que fluctúan entre el cine comercial y el artístico (el Premier deja convivir Flores de fuego -Kitano con Virus, un auténtico Hollywood clase B) y sobreviven como pueden. Cruzando Callao, pasando Riobamba, se levanta el Cosmos comoúltimo baluarte de viejas banderas. Nosotros nos manejamos con material desahuciado, expone Luis Vainicoff, alma mater e hijo de Isaac Argentino Vainicoff, emblemático exhibidor de cine del otro lado de la cortina de hierro, preferentemente soviético. Mucha gente descubrió allí a cineastas como Eisenstein, Pudovkin, Dovjenko, canalizando la vertiente cinéfila de la militancia. Como tantas otras cosas, a fines de los 80 se derrumbó. Pasaron por allí el Pastor Giménez y la discoteca Halley, hasta que Vainicoff hijo reinauguró hace dos años. Nosotros agarramos las películas que descartan los demás, explica con sinceridad Vainicoff. El odio, por ejemplo, fue rechazada por todos. Se había editado en video, y nosotros la tomamos. Y nos fue bien, porque nuestras expectativas no son tan grandes. Nos mantenemos con un público chico, que es fiel. Muchos jóvenes, algunos de ellos hijos de quienes venían en los 60 y 70. Es inevitable, a esta altura, contar lo que representaba aquél Cosmos: era el emprendimiento titánico del viejo Vainicoff, cuyos padres llegaron a la Argentina antes de la revolución del 17. En los años 40 empezó a traer cine soviético, que llegaba a Buenos Aires vía Estados Unidos, a través de la distribuidora propia Artkino Pictures. Aquí sufrió censura con todos los gobiernos: nos multaban hasta por no barrer la vereda. Durante la dictadura trajimos ¿Por qué sonríe Mona Lisa?, una película checa de dibujitos animados. Evidentemente, los censores consideraron que la sonrisa de Mona Lisa era sospechosa, y la declararon prohibida para menores de 18 años. Disparates al margen, el Cosmos cimentó un prestigio que la preserva como un pequeño tesoro. Al público que viene acá no le gusta que lo traten como ganado, dice Vainicoff. Allí terminaron su vida útil en la cartelera (antes de llegar al video) películas que llegaban de otras salas más grandes, y títulos que le dieron al Cosmos el privilegio de la exclusividad. Por ejemplo, Ladybird, Ladybird, de Ken Loach, fue un hit: 8.500 personas pagaron para verla. Pese a la crudeza habitual en el británico para retratar el lado oscuro del sueño tatcheriano, el film termina siendo edificante: a la salida del cine, a pocos metros, la desoladora madrugada de la avenida Corrientes muestra a un puñado de chicos y grandes esperando por sobras frente a un local de fast food.
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