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OPINION

Nada mejor que ser aburrido

Por Eduardo Aliverti

El triunfo de Reutemann, en menor medida el del intendente rosarino y a todas luces la permanencia, al tope de las encuestas, de Fernando de la Rúa, activaron el debate (la seguridad, más bien) acerca de las condiciones que se necesitan, hoy, para ser un ganador de la política.

Ser "aburrido", por ejemplo. En tanto se entienda por ello no la carencia permanente de buen humor o la invisibilidad pública de todo rasgo de alegría, sarcasmo y hasta exabruptos, sino el "tino" de: a) no producir, casi nunca, una definición contundente respecto de nada; b) evitar las tribunas --y por tanto las manifestaciones altisonantes-- y privilegiar el contacto "personalizado" con la opinión pública (recorrer pueblitos en el auto propio, saludar en caravanas, tomar café en un bar para la foto); c) no entrar en polémicas a menos que resulte imprescindible; d) hablar siempre desde el "sentido común" y gambetear todo concepto de carga ideológica; e) mostrar costumbres austeras; f) su ruta.

En ese listado aparecen dos símbolos. Por un lado, el rechazo popular --debidamente explotado por los candidatos "ganadores"-- a las afirmaciones que conllevan politización entendida como tal. Se retroalimentan así el hastío social por la "gran política" que no le mejora la vida a la gente y los políticos que despolitizan cuanto hacen, y dicen, para no perder votos. Es la forma perfecta para que la política siga quedando en manos de quienes se sirven de ella, gracias a una sociedad despolitizada. Y por otra parte, aunque ligado en profundidad con la anterior, aquello del tuerto rey en el país de los ciegos. No está mal apreciar la honestidad individual de Reutemann, Binner, De la Rúa o quien sea.

Pero elevar esa consideración al papel de suficiente --ora para ganar votos, ora para lograr credibilidad-- habla de lo paupérrimo que es el nivel no ya de las campañas electorales, sino de la dirigencia política en general. Tanto como de las expectativas anímicas y, admítaselo, del grado de desideologización del conjunto popular.

Hay una evidente analogía entre esa aceptación del "aburrido pero aunque sea honesto" con la del "duro pero necesario". Y a ambos perfiles los unen, a su vez, numerosos antecedentes que revelan lo corto y frívolo que es esperar de la sola honestidad y de la mera dureza la resolución de problemas estructurales. A una figura del tamaño de Alfonsín no le alcanzó su imagen de manos limpias para eludir un fin de gobierno cuasi bochornoso, en medio de un descrédito popular del que recién se recupera ahora. En el otro polo, un criminal como Bussi se está yendo por la puerta de atrás y lo que ya le ocurre al ferretero Rico es lo que le espera al electricista Patti. El signo de estos tiempos podrá ser que alcanza con poquito. Puede ser cierto para gobernar por un rato, pero nunca para alcanzar grandes objetivos.

 

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