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OPINION

Personas desplazadas

Por James Neilson

El mundo ya se había acostumbrado a los “desplazados”, a aquellos contingentes de refugiados mal vestidos y de mirada aún desconcertada que han sido forzados a dejar el país en el que se criaron por razones políticas, étnicas o religiosas. Ultimamente ha comenzado a habituarse a la presencia de otro grupo de refugiados cada vez más extenso cuya situación es casi idéntica. Aunque a diferencia de los desplazados tradicionales sus integrantes pueden quedarse en el lugar donde nacieron y comparten los mismos genes, creencias y formas de hablar que el resto de la sociedad, es como si se encontraran un día en un país pesadillesco que es a la vez muy familiar y terriblemente ajeno. Como es natural, quieren regresar a la “normalidad” cuanto antes, de ahí las protestas violentas que están brotando en provincias que han sido abandonadas a su suerte, pero a esta altura debería serles evidente que los viejos métodos no sirven más: los disturbios callejeros asustan a los inversores que, en teoría por lo menos, podrían crear “las fuentes de trabajo” que imploran, de modo que cualquier clase de “lucha” es contraproducente y “revolución” es sinónimo de suicidio. Para los que están perdiendo terreno porque el mundo los está dejando atrás la nostalgia es una droga peligrosa, pero abundan los que se dedican a distribuirla.
Mal que bien –y todo hace pensar que es para mal– el cambio que se inició en los países más ricos y que pronto se difundiría por los demás es irreversible. Esta máquina colosal que es la economía globalizada, no tiene necesidad de pactar con nadie: si se topa con rebeldes, les pasa por encima luego de señalarles que la opción es entre morir de hambre o subir a bordo lo mejor que puedan. Por lo tanto, la tarea del “dirigente” no puede sino consistir en preparar a quienes pretenden dirigir para sobrevivir y, si es posible, prosperar en el mundo tal como efectivamente es y como con toda probabilidad será en las próximas décadas. Pocos tienen interés en hacerlo. En buena parte del interior, los gobernadores han tratado de convencer a sus clientelas de que tarde o temprano las cosas volverán a ser como en las buenas épocas, equivocación cuyos costos están siendo pagados por quienes los tomaron en serio. Por su parte, los candidatos presidenciales parecen creerse en Francia o España, no en un país en el que una proporción importante de la población no encaja en cualquier “modelo” socioeconómico concebible: fue capacitada para la Argentina de los años sesenta, no para la finisecular que, por mucho que se la maldiga, no se irá sino que, por el contrario, se hará más exigente por momentos.

 

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