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ENTREVISTA A VICTOR HEREDIA
“Sin las Madres, no habría en qué creer”

El autor de “Todavía cantamos” dedicará el jueves un recital a la recaudación de fondos para que Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora, pueda comprar una casa para su sede. En esta entrevista, cuenta por qué.

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Por Fernando D’Addario
t.gif (862 bytes)  El 17 de junio de 1976, un comando del Ejército llegó a la localidad bonaerense de Paso del Rey, entró a la casa donde vivía María Cristina, la hermana de Víctor Heredia, y la secuestró, junto a su pareja, ante la mirada de la hija de ambos, una niña de dos años. La música de Víctor, desde entonces, se ha convertido en un ejercicio de exorcización del pasado. Veintitrés años después sigue cantando sus “Marcas”, un puñado de dolores y homenajes que hoy se materializan con menos épica revolucionaria. En medio de presentaciones por distintas localidades bonaerenses (próximamente actuará en Luján, San Miguel, Pergamino, Venado Tuerto, Quilmes y Banfield), este jueves actuará en una función especial a beneficio de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, que está recaudando fondos para adquirir una sede propia. El concierto, un homenaje a la lucha por la Memoria, será a las 20.30, en Belgrano al 2527. La entrevista que sigue se detiene especialmente en el tema de la relación del autor de “Todavía cantamos”, “El viejo Matías” y “Sobreviviendo” con los derechos humanos y su sensación al ser hijo, hermano, cuñado y tío de desaparecidos.
–Usted dice que hoy se siente más músico que militante. ¿Con los derechos humanos sigue manteniendo el espíritu de militancia de hace treinta años?
–Es que para estas cuestiones no me puedo negar. Cuando ves laburar a Hebe, a Tati, a Norita, a las Abuelas, sin ningún apoyo oficial, sentís que ayudarlas es un deber moral. A veces me da miedo aparecer como una figurita repetida, y les digo, “convoquen a artistas más jóvenes”. Pero cuando me llaman estoy. Hay que apoyar estas luchas, que son causas, porque cada una de estas organizaciones, cada cual con su perfil, son pilares de la memoria colectiva. Sin las Madres, no habría en que creer, no tendríamos de dónde agarrarnos.
–¿Este apoyo va más allá de la certeza de que existen diferencias entre las distintas organizaciones de derechos humanos?
–Sí, porque la lucha de las Madres y los organismos excede lo político. Es una lucha por la verdad. Las Madres muestran diversos perfiles para expresar lo que piensan. Hebe es una luchadora incansable, un ejemplo para muchos de nosotros. Las otras organizaciones persiguen lo mismo, quizá con otra metodología. Y hay Madres que no están en ninguna de las organizaciones y esto no les quita compromiso. Porque sufrieron igual que las demás y luchan por la misma justicia.
–¿Es el caso de su madre?
–Claro, ella está cerca de Abuelas de Plaza de Mayo, pero no milita. Tiene 76 años y una entereza increíble. Todos nosotros estamos cerca de Abuelas, y yo mismo tengo una relación muy especial con Estela Carlotto.
–¿Por qué?
–Estamos buscando a mi sobrina, a la nieta de mi mamá. Cuando secuestraron a mi hermana, María Cristina, estaba embarazada de cinco meses. Tenemos las pruebas de ADN y desde hace tiempo estamos esperando algún indicio, algo que nos devuelva alguna esperanza. La otra hija de María Cristina se llama Yamila, tiene 25 años, y también trabaja con Abuelas.
–¿Tienen esperanzas?
–Sí, claro, porque hubo muchos casos de restitución. Pero la situación es difícil. Y también sería delicado si encontraran a mi sobrino, porque no se trataría de un bebé, sino de un muchacho de 22 años, con una vida encaminada. Lo que no se puede abandonar es la búsqueda de la verdad. Pero hasta ahora no pudimos saber nada.
–Usted no se exilió durante la dictadura. ¿Quedarse fue aún más duro?
–Fue tremendo. Yo no me fui porque no podía. Padecí el exilio interno que era más terrible. Tuve que quedarme a cuidar a mi madre, que en el término de un año se quedó sin su hija, sin su yerno y sin su marido, porque mi papá no se bancó la desaparición de María Cristina y falleció.Mi viejo era bancario, a mi mamá le quedó una pensión mínima y la familia destrozada. Y encima encaminados en la inercia de la búsqueda, porque no entendíamos nada. Eran las primeras desapariciones y andábamos de aquí para allá, con abogados, hábeas corpus, reuniones con militares, con la Iglesia. Llegamos hasta el Vaticano, a través de la mamá de mi cuñado, pero nada, en ningún lado nos ayudaron.
–¿Pensó que en cualquier momento podía desaparecer también usted?
–Era una posibilidad, pero creo que me salvó el hecho de ser un artista conocido. A mí no me mataron, pero me mataban todos los días indirectamente, a través de amenazas, prohibiciones, censura. A principio de los ‘80 empezó a descomprimirse un poco la olla. Recién entonces volvimos a cantar “normalmente”. Es decir, había razzias y todo eso, pero cuando veíamos venir un patrullero era un alivio. Imaginate, después de haber vivido a los Falcon verdes ...
–Eran parte de la vida cotidiana.
–Había coches que me seguían de tal modo que yo me diera cuenta de que me estaban siguiendo. Las primeras amenazas fueron de la Triple A. La primera vez me dieron 7 días para irme del país. La segunda, 14. Como no me fui, empezaron a amenazar a los empresarios que me contrataban. A algunos los metían presos cuando organizaban algún recital. A veces tocábamos igual, con amenazas de bomba y todo, pero avisándole al público. Entonces, de 200 personas quedaban 50. Juan Alberto Badía pensaba que con algunos temas míos no había problemas, y pasó una vez en la radio “El viejo Matías”, que no es una canción revolucionaria ni nada por el estilo. Le dieron tres días de suspensión.
–¿Y qué pasó con su contrato discográfico?
–Polygram se portó bien. Me dieron un pasaje, me mandaron a grabar a España, para descomprimir. Teóricamente, eran tres meses. Pero al mes y medio no aguanté más y me volví. Acá me necesitaban ...
–¿Seguía militando políticamente?
–En el ‘78 renuncié a mi afiliación al PC.
–¿Por qué?
–Por diferencias de criterio. No estaba de acuerdo con la manera en que se manejaba el partido en aquellos tiempos.
–¿Cuál era esa manera?
–No, yo no quiero polemizar con este tema. Es algo bastante doloroso y ya se habló bastante del asunto. Lo cierto es que no me gustó cómo se manejaba el tema de los desaparecidos. Aunque, en realidad, la dictadura no fue tan puntillosa: al final no hizo distinción entre afiliados o no afiliados al PC. Mi hermana había renunciado antes que yo y no sé dónde estaba militando cuando la secuestraron.
–¿Cómo era María Cristina?
–Una luchadora increíble. Era maestra, enseñaba en una escuelita rural en Moreno. Alumnos, padres, maestros la querían muchísimo por su ternura. Le decían La Negra. Siempre estaba preocupada por la cuestión del gremio de los docentes, pero teniendo a los chicos como objeto final de sus preocupaciones.
–¿Supieron cómo se la llevaron?
–Sí, nos contaron unos vecinos. La hija de María Cristina, Yamila, tenía 2 años y vio todo. Después contaba que a papá y mamá los habían rociado con un líquido que se usaba en la estufa, era kerosene. Uno de los milicos se la llevó a Yamila, golpeó la ventana de la casa vecina y cuando la abrieron, la tiraron envuelta en una frazada. Y se fueron. Los vecinos nos avisaron, y fuimos a la comisaría. Pensábamos que era un procedimiento de rutina, que estaban detenidos, nada más. Pero pasaron los días, los meses, los años, y nunca pudimos saber dónde estuvieron, ni ella ni su marido. Una de las posibilidades que barajábamos era que a él lo hayan matado enseguida, y que a mi hermana la dejaran viva hasta que naciera la hija, y después sí, la asesinaran. Es espeluznante.
–Usted había escrito una canción dedicada a María Cristina, antes de su desaparición ...
–Sí, se llama “Carta a María Cristina”, y fue editada en 1973, en el disco Razones. “Orgulloso estoy de verte amanecer”, le cantaba, porque era como un saludo, después de la primera manifestación en la que participó ella. Le pegaron con balas de goma. Nosotros siempre teníamos charlas políticas, y yo la convencí de que empezara a militar. Fue tomando conciencia y fue a esa manifestación y la ligó. Después también escribí otras canciones dedicadas a su memoria, como “Todavía cantamos” y “Mandarinas”, esta última menos contestataria, más íntima, porque el dolor fue haciendo su trabajo. Durante mucho tiempo no quise hablar de María Cristina, no quería que se lo interpretara como que la estaba usando para sacar un beneficio artístico.
–¿Cómo se podía seguir siendo artista en esos tiempos?
–Y ... una cosa es escribir una canción contestataria ahora y otra cosa hacerlo entonces. Era hacer arte con un revólver en la cabeza. Mis primeras canciones habían sido muy duras. Y después seguí. Escribí “Informe de la situación” en 1978. La cantaba en recitales clandestinos que hacíamos, y la gente se sentía identificada. Por suerte yo tenía un público amplio, que excedía a los comprometidos políticamente. Digo por suerte, porque eso creo que me salvó.

 

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