Entretenerse es,
de algún modo, dejar de tenerse por un tiempo. Un entretiempo en el tenerse. Entretenerse
en esta época no es fácil, y la prueba es la existencia cada vez más consistente y
sofisticada de la industria del entretenimiento, esas catedrales del ocio que crecen como
hongos al costado de las autopistas, los complejos centrales o suburbanos en los que reina
la ilusión de la diversión para toda la familia. Los días feriados son la apoteosis de esa ilusión: son días desabrigados de la rutina
que se soporta o se inventa para defenderse de la intemperie del tiempo libre, y entonces
la gente sale en masa a cualquier parte donde no tenga que dirigirse la palabra, donde el
único lenguaje posible sea ése fragmentado e interrumpido por los chirridos de los
juegos electrónicos, por el eco deforme de los patios de comidas, por el zumbido regular
de las escaleras mecánicas y por el lloriqueo de los chicos que aprenden, en esas salidas
familiares presuntamente entretenidas, el pozo inagotable de la insatisfacción.
Estamos teniendo una mala relación con el tiempo. Al desocupado el tiempo vacío le quema
en el reloj. Al subocupado que busca otro empleo para completar ingresos el tiempo se le
escurre. A la mujer que vuelve del trabajo y llega a su casa a seguir trabajando el tiempo
se le angosta. Al padre o a la madre que no encuentran tiempo para ocuparse de los chicos
la angustia los carcome.
El tiempo social se entrecruza con el tiempo personal, y los dos se aceleran. Los jóvenes
deben sacarle al tiempo todo el jugo posible antes de los cuarenta, porque después
ningún lugar estará disponible. Los que pasaron ese umbral deben sacarle al tiempo todo
el jugo posible porque si no es ahora que la vida se vuelva aunque sea a veces una fiesta,
cuándo. El psicoanalista británico Adam Phillips, en su libro Flirtear que no
trata sobre el flirteo sino sobre la relación que los sujetos establecen con el tiempo,
las contingencias y sus propios recuerdos cuenta que a raíz del caso de una
paciente de 55 años que había iniciado una terapia mientras hacía el duelo por su
madre, él advirtió que las personas no sólo hacen pactos entre ellas, sino también con
el tiempo: querer determinar de antemano cómo serán las cosas es un modo de suprimir el
tiempo y sus accidentes, los imprevistos. Sentir que el tiempo vacío de actividades es un
tiempo que quema a veces demanda un pacto por el estilo.
Sus conversaciones con esa paciente dieron pie a Phillips para plantearse una serie de
preguntas que intenta responder en el libro, pero flirteando con esas ideas: es decir, a
sabiendas de que estas cuestiones no tienen respuestas acabadas, y que toda teoría
respecto de ellas es provisoria y poco seria, pero profundamente fascinante.
¿Qué clase de aventura amorosa está teniendo una persona con el tiempo, y qué
clase de objeto es el tiempo para ella? ¿Es, por ejemplo, algo que necesita ocuparse? ¿O
es algo que tendemos a malgastar? ¿Nunca es suficiente o muchas veces hay que matarlo?
¿Qué es lo que nos hace sentir que tenemos tiempo de sobra o que se nos escapa? Si
dedicamos mucho tiempo a planificar cómo lo empleamos, ¿cuál es el riesgo de dejar las
cosas al azar?
Entretenerse es dejar de tenerse por un tiempo, y entretenernos cada tanto se nos hace
legítima y vitalmente necesario. Esta época nos regala formas industriales de
entretenimiento porque de nuestras vidas la distracción no mana naturalmente, porque el
ocio ya no es creativo sino un fardo vestido de tedio. Distraerse, entretenerse, no son
cuestiones menores. Pessoa escribió alguna vez que sentir es estar
distraído.
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