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Por Eduardo Videla La mano dura como respuesta a los delitos violentos no resuelve el problema de la inseguridad sino que lo incrementa. La actitud de algunos políticos contribuye a crear el pánico, a que la sociedad se arme y por lo tanto a generar más violencia. El endurecimiento de las penas es la solución más fácil, la menos costosa, y no ayuda a resolver el problema sino que lo agrava. Son las conclusiones a las que arribaron el criminólogo Alvaro Pires nacido en Brasil, nacionalizado canadiense, investigador de la Universidad de Ottawa, y el sociólogo venezolano Roberto Briceño León, titular del Laboratorio de Ciencias Sociales (LACSO) de Caracas. Miembros del jurado del concurso Violencia, seguridad ciudadana y justicia en América latina, organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), los especialistas coincidieron ante Página/12: El delito violento es producto de un gran cambio social, y para superarlo es necesario otro cambio social. En la Argentina se debate si la mayor sensación de inseguridad se corresponde con el aumento de los delitos violentos. ¿Cuál es su diagnóstico? Briceño León: Pese a que los índices de homicidios en Argentina siguen siendo muy bajos en relación al resto de América latina, y de Estados Unidos, las tasas muestran un incremento. Algunas veces, esta violencia responde a que el ciudadano o la policía se arman, se hacen violentos, y entonces el delito también se hace violento. Pires: La noción de delito también comprende la corrupción y el delito económico. Estos delitos provocan mucho más problemas a la gente, pero crean mucha menos inseguridad. Primero, porque no nos vemos físicamente afectados y segundo porque hay menos dramatización del fenómeno. La inseguridad tiene una parte objetiva, que corresponde al aumento de hechos, y otra subjetiva, lo que sentimos por lo que vemos en los diarios o en la TV. B. L.: La percepción de inseguridad en una ciudad donde hay pocos delitos puede ser la misma que en una gran ciudad, donde el índice es mayor, simplemente porque los medios que las informan son los mismos. En general, el miedo es muy superior al riesgo real. ¿Hay una distorsión del problema por parte de los medios? P.: Hay un desafío para los medios que es descubrir una nueva manera de dar la noticia, de no exagerar o dramatizar, tanto al contar el hecho como al analizarlo. El desafío también es para los políticos: su primera reacción ante un hecho es traducir la respuesta en términos de severidad, responder a la violencia con más violencia. Esta actitud de los políticos, además de no ser eficaz, contribuye a crear el pánico, la idea de que tenemos que armarnos para defendernos. Una cadena de reacciones que son fuentes de más inseguridad. B. L.: Lo que puede disminuir la violencia no es la severidad de la pena sino la certeza de su aplicación. Una pena más leve podría ser mucho más eficaz que una muy grande si realmente se aplica. Y por otro lado, la respuesta violenta por parte de la sociedad y de la policía aumenta el nivel de violencia en el delincuente: si un ladrón no está seguro de que va a tener un tratamiento adecuado, si piensa que lo van a matar, prefiere arriesgarse, y eso aumenta su respuesta violenta. La respuesta de la dirigencia política suele ser el endurecimiento del Código Penal. ¿Puede ser una solución? P.: Esta es la solución más fácil porque es la menos costosa. Hacer una ley severa no cuesta mucho. Pero en realidad se está contribuyendo a agravar el problema. ¿Es una medida contraproducente? P.: La tendencia es pensar que la pena es la solución a un problema que no fue causado por la falta de penas. En realidad, está siendo causado por una serie de transformaciones de las sociedades contemporáneas. Unadesagregación de la vida social y cultural. Tenemos que reorganizar este tejido. ¿Cómo deberían bajarse entonces los índices delictivos? B. L.: El delito tiene una causalidad amplia. En América latina ha habido una fractura de los controles sociales tradicionales, que actúan regulando el comportamiento: la familia, la religión y la escuela. Esos controles sociales han venido decayendo. Las familias cada vez tienen menos impacto, el padre y la madre salen fuera del hogar, las poblaciones más pobres son en un porcentaje importante monoparentales (está la madre sola); la escuela dominantemente tiende a ser instruccional, todo aspecto valorativo, normativo que podía cumplir la escuela deja de tenerlo. Y la religión, fundamentalmente la católica, ha dejado de tener peso en la vida de las personas. Estas instancias normativas son las que hacen que la gente se ajuste a determinada norma social. Es eso y no el temor a una pena lo que hace que la gente se comporte bajo un determinado patrón. P.: Hay que apuntar a proyectos de ayuda, programas de mediación para los jóvenes. Tenemos que tener un poco más de confianza en las ideas nuevas y no en las viejas ideas que no funcionan. B. L.: Un grupo de riesgo muy importante que es víctima de la violencia pero también es victimario son los jóvenes. Si uno pretende una política de prevención importante, tiene que hacer algo con los jóvenes que quedan fuera de la escuela y del trabajo. Los problemas que estamos viviendo son producto de un gran cambio social, y para superarlos es necesario otro cambio social. ¿Qué incidencia tiene la pobreza? B. L.: No puede asociarse directamente la pobreza con la delincuencia, pero sí el empobrecimiento. P.: Hay una reducción enorme de oportunidades para las personas para poder realizarse. Menos espacios públicos para los niños, menos lugares para hacer deportes. Hay una gran presión sobre los jóvenes, sobre todo cuando están desfavorecidos, lo que puede dar lugar a comportamientos graves. ¿Debería reformarse el sistema carcelario? B. L.: La persona que va a la cárcel difícilmente se rehabilite, más bien al contrario, tiende a aprender más. Y a la sociedad tampoco le sirve. La sociedad cree que es una solución, tiene esa ilusión. Pero en los Estados Unidos hay más de dos millones de personas en la cárcel. ¿Para qué criminalizar más a las personas? Se ha propagandizado la doctrina de la tolerancia cero como una estrategia exitosa para combatir el delito, ¿cuál es su interpretación? P.: La tolerancia cero produce costos sociales muy elevados. Algunas veces crea el problema de estigmatización de los grupos. La situación en Nueva York no está del todo clara porque se están descubriendo muchos problemas que no se detectaron al comienzo. La tolerancia cero es siempre discriminatoria de las minorías. Hay que preguntarse entonces qué precio político y ético estamos dispuestos a pagar para resolver el problema. Los que propagandizan esta doctrina dicen que en Nueva York se disminuyó el índice de delitos. B. L.: En Nueva York ha habido muchas otras políticas paralelas a ésta. Estados Unidos ha tenido el crecimiento económico más alto de todos los tiempos, el empleo aumentó, los salarios aumentaron. Hubo prevención con los grupos en riesgo, les daban equipos de fútbol, casas juveniles. Hubo mucho más que represión, que es lo a veces no se ve. Además, si uno tiene alguna duda sobre cómo puede comportarse la policía, cualquier política de tolerancia cero va a aumentar mucho más la inseguridad ciudadana y la indefensión frente al Estado. La policía represiva se va a sentir cada vez más fuerte y más poderosa. P.: Hay un esfuerzo para desarrollar una policía más próxima a la gente. Ese modelo puede resolver parte del problema de la seguridad y al mismo tiempo no es incompatible con la tolerancia. Se habla de la toleranciacomo un valor negativo, cuando es parte de toda vida social. Atacándola no estamos haciendo un servicio a la comunidad. ¿Es posible un régimen penal alternativo al régimen carcelario? P.: Hace 200 años que estamos con el régimen de prisión. Hay muchas ideas para cambiar el sistema, para que la prisión se torne una institución para casos excepcionales. No puede desaparecer totalmente, pero tenemos que dirigir nuestra acción en una reducción importante. Sin embargo, ninguna reforma penal reciente lo encaró. La estructura penal no acompaña el progreso de conocimiento que tenemos hoy. La materia penal es el campo de las ciencias donde hay más distancia entre lo que sabemos y lo que hacemos. Paradójicamente, en el momento en más necesitamos avanzar es cuando recurrimos a las soluciones a que estamos más acostumbrados. B. L.: Creo que el próximo siglo puede ser un siglo sin cárceles. Porque no va a haber manera de soportarlas. Es un efecto multiplicador, la gente entra como delincuente junior y sale como senior.
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