UNO Hablemos de cualquier cosa, hablemos de golf. Hablemos del
golf como uno de los mejores deportes para ver por televisión. Una forma de hipnosis en
cámara lenta, una especie de sueño verde. El golf es un viaje de ida y, enseguida, uno
está ido. Hay algo en el acto de ver golf por y en televisión que equivale a recitar un
mantra un millón de veces hasta alcanzar el Nirvana. Y lo bueno es que todo el trabajo lo
hace el otro, el que está jugando ahí adentro, lejos.
DOS Todo esto para decir el otro día vi por televisión la última
jornada del torneo de la PGA, iniciales que no tengo la menor idea de a qué corresponden.
Experiencia interesante. Me dolía la espalda. Nunca jugué al golf y es más que probable
que nunca lo juegue. La anécdota de Mirtha Legrand con la mujer de De Vicenzo nunca me
causó mucha gracia, jamás jugué al jueguito de golf que vino con mi computadora y mi
experiencia más cercana al tema fue vivir varios años junto a un campo de golf en
Venezuela, pasar algunas semanas junto a un campo de golf en Guadalajara y asistir
completamente borracho al torneo de Saint Andrews en Escocia. No me acuerdo de nada (los
verdaderos fanáticos del golf que conozco me odian por mi falta de respeto al santuario
donde todo comenzó) pero me acuerdo que la pasé muy bien. Seguía a un jugador cuyo
nombre nunca supe y aplaudía en todos los momentos equivocados. El tipo no demoró en
odiarme a mí y a mi sonrisa etílica. Aun así, entonces, poco y nada me costó
comprender que el golf junto con el baseball, deporte del que sí sé bastante por
más que algunos (los mismos que se van a reír leyendo todo esto) no me crean
demasiado es el más zen de los deportes. Pero donde el baseball es puro límite y
contención, el golf es espacio abierto y el placer primal y nómade de poner un pie
detrás del otro y darle para adelante. Por eso es lindo de ver golf por televisión y no
es casual que sea el deporte que más se beneficia de la transmisión en video: mucho
verde y solcito, ver de cerca lo lejano y la gratificación primal de pegarle a una pelota
con un palo; de apuntar y dar en el blanco. Los dos son deportes caminantes por más
que el baseball postule el espejismo de un equipo y asquerosamente individualistas.
Y el golf probablemente sea el deporte más parecido a la literatura: parece fácil pero
es complejo. Y cuesta mucho. Y cansa. Pero, ah, el placer de escribir un gran cuento de un
solo golpe sin entender muy bien cómo hicimos para que entrara tan limpiamente en ese
hoyo tan pequeño.
TRES Todo esto para decir que por aquí en Barcelona y en
España se habla, se habla y no se para de hablar de El Niño. Sergio García.
Diecinueve años y la nueva esperanza blanca del golf que pone nervioso a Tiger Woods, la
nueva certeza negra del golf. En la última jornada del torneo de la PGA hay un momento
encantador que tiene que ver con el satori y la epifanía: El Niño saca una pelota
imposible a la altura del hoyo 16 y la persigue corriendo y corre y da un saltito
sacudiendo las piernas en el aire mientras todos los norteamericanos blancos, anglosajones
y protestantes aprenden a pronunciar la letra ñ coreando El Niño... El
Niño... como si le arrojaran flores a uno de esos toreros ridículos que
aprendieron a apreciar con Hemingway las siempre insoportables versiones de Sangre y
arena. Como dije, lo vi por televisión y entonces comprendí por qué Todo
Golf supo ser el programa favorito del teleadicto noctámbulo Andrés Calamaro por
los tiempos en que nadie salía vivo de allí. El golf distrae, hace pensar en cualquier
cosa sin por eso dejar de prestarle atención. Me dolía la espalda pero, cuando vi la
repetición del salto de júbilo de El Niño, no pude evitar una sonrisita de felicidad
enserio: el tipo de felicidad que uno no sabe de dónde viene y no se espera y, por eso,
bienvenida sea. El golf cura.
CUATRO Después, enseguida, las interesantes repeticiones en cámara
lenta y las innumerables entrevistas a El Niño y, siempre, sus declaraciones con una
sencillez de Buda. Me la pasé bomba, Ha sido la semana más bonita de
mi vida, dijo muy feliz y muy lejos de todas esas parrafadas existencialistas y
psicologistas a la que nos tienen acostumbrados nuestros jugadores de fútbol, el deporte
menos zen que existe, salvo cuando como en ese segundo gol de Maradona a los
ingleses el fútbol se golfiza, el gol se hace golf.
CINCO En su libro de ensayos Golf Dreams, John Updike recuerda que El
sonido y la furia de William Faulkner empieza con un idiota contemplando un partido de
golf. Así, hasta un idiota o hasta alguien con dolor de espalda, alguien que nunca
jugó al golf, que difícilmente lo juegue alguna vez y que también difícilmente vuelva
a escribir alguna vez sobre el asunto puede disfrutar del golf y puede comprender
que todos esos muchos que entienden al golf como ejercicio clasista pensando que, por eso,
son diferentes, mejores o que han llegado a alguna parte, no entienden nada ni van a
entenderlo. Nunca van a pasarlo bomba durante la semana más bonita de sus vidas y nunca
despertarán una incomprensible sonrisa en alguien que los mira por televisión sin
entender qué pasa pero, aun así, entendiendo que muchas gracias, de verdad
algo pasó.
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