Por Fernando DAddario Palo Pandolfo, uno de los
emblemas de aquel Buenos Aires dark de los 80, hoy vive en el oeste profundo del
conurbano bonaerense, entre quintas, caballos, y festivales de doma y folklore. Don
Cornelio y la Zona, el grupo que hace más de diez años le dio prestigio en el under, es
una leyenda urbana para quienes tuvieron la oportunidad de disfrutarlo (y de sufrirlo).
Los Visitantes, su siguiente emprendimiento, adquirirá en breve el status de mito, porque
Palo acaba de anunciar su separación hasta el 2001. Un réquiem que, de algún modo,
cierra un ciclo coincidente con el calendario. Como tantos otros grupos de los 90,
Los Visitantes fueron emergentes de un proceso cultural que germinó durante la década
pasada. Cinco discos (recientemente se editó Herido de distancia, una compilación con
dos temas inéditos), militancia under, un contrato tardío con una multinacional,
desgaste y separación surgen como postales previsibles de una banda imprevisible por
naturaleza.
¿Haber estado en Universal, una multinacional, fue perjudicial para un grupo con
espíritu under, como Los Visitantes?
De algún modo fue destructivo, pero no a nivel de nuestra música, porque estoy
conforme con los discos Maderita y Desequilibrio. Pero las multinacionales son buenas
sólo si uno vende discos. Es una cuestión de expectativas: Maderita vendió 30 mil
discos, y para nosotros estaba muy bien. Nos dieron el disco de oro y todo. A los tres
meses nos rajaron.
¿Dónde estuvo la falla?
A mí me resulta increíble la cantidad de gente que vive alrededor de una pobre
canción que escribe un pobre tipo. ¡Una burocracia infernal para Los Visitantes! Para
cada cosa hay un gerente artístico, un productor, un encargado de marketing. Nunca pude
hacerme amigo de nadie ahí, y en esa relación salí perdiendo, porque no entiendo nada.
Yo voy para adelante, odio la guita, para mí vender arte es prostituirse. Creo que
cualquier tipo que tiene un don debería regalarlo ...
¿Entonces por qué firmaron contrato con un sello de esas características?
Porque también necesitábamos vivir. Creo que los músicos deberíamos hacer otra
cosa para así poder tener más libertad artística. Me acuerdo de que en la época de
Salud Universal yo me ganaba la vida trabajando como empleado de una importadora de
lentes. Como yo me borraba sistemáticamente para las grabaciones, un día mi jefe me
agarró y me dijo: Lentes o música. Le di la mano, mucho gusto, y me fui.
Empecé a vivir del rock. Cuando tomás esa decisión, empezás a estar sujeto a otras
cosas.
Dentro de la evolución de la música nacional de los 90, ¿Los Visitantes se
quedaron a mitad de camino entre el rock alternativo y el rock barrial?
Sí, pero creo que una de las cosas buenas que tuvimos fue imposibilitarles a los
otros una clasificación. Para el marketing fue muy malo, hay que reconocerlo, pero para
nuestra música fue positivo.
El público que seguía a Don Cornelio y después a Los Visitantes quedó
desconcertado cuando empezaron a incluir chacareras y cumbias. ¿Ustedes no eran
hiperurbanos y darks?
Es que la música es el arte de los contrastes. Y ese pasaje de lo urbano a lo rural
estaba latente, era una necesidad expresiva. Don Cornelio había llegado a un extremo.
Seguir en esa línea hubiese sido echar más leña al fuego. Ya habíamos hecho la
catarsis, y después de eso había que seguir.
¿Su proyecto solista va a continuar en esa línea de experimentación con otros
géneros?
Estoy obsesionado con el concepto de canción. Va a ser lo más acústico posible.
¿El rock ya fue?
El rock argentino ya dio mucho. Y es absolutamente autodestructivo. Pero siempre me
molestó su postura pasiva frente a la realidad, su manera liviana de pararse frente a los
hechos políticos. Creo que básicamente eso ocurrió porque el rock es, de algún modo,
elitista y concheto. Yo encontré en la cumbia, en el chamamé, en la milonga, una música
mucho más pesada, más densa que en el rock, porque es música de base. El rock argentino
está anquilosado, y sin embargo lo tengo ahí, presente, siempre.
¿Por qué?
Porque quiera o no, sigue siendo el idioma universal de comunicación entre los
jóvenes. Yo lo llevo en la sangre, es mi folklore. Tengo adentro el Twist &
shout que escuchaba a los cuatro años y ahora es la cortina de Tinelli.
Antes se refirió al rock como elitista y concheto. Pero ni Don Cornelio
ni Los Visitantes se caracterizaron por ser grupos populistas ...
Pero a mí siempre me gustó que viniera gente a vernos. Una vez, en el primer
Buenos Aires Vivo, nos vieron 30 mil personas. Lo que pasa es que yo siempre quise a
nuestro público, y no por elitista, sino por el espacio de libertad que se permitía. Y
que nos permitían a nosotros, porque yo nunca escribí para la gente. Escribo para mis
amigos. No concibo a esos músicos que modulan los sentimientos para que la gente los
entienda. Cuando pasó eso, el arte se acabó.
Da la sensación de que toda su vida artística estuvo marcada por contradicciones y
abruptos cambios de rumbo. ¿Fue así?
Sí, claro. Yo tuve una niñez beatlesca, y a los 12 años me partió la cabeza
Pescado Rabioso. Fui estudiante de química, militante del PC, vi a Silvio Rodríguez y a
Pablo Milanés en Obras, después se me quemó la cabeza con la euforia del retorno de la
democracia, y de la catarsis de los viejos tiempos de represión, muerte y policía pasé
a cortarme el pelo. Empecé a escuchar Ultravox, Human League, esas cosas, formamos Don
Cornelio y la Zona, tomamos cocaína, fue una década donde nos pasaron muchas cosas, pero
aunque parezca contradictorio, y lo sea de algún modo, todos esos flashes que se me
cruzaron por la vida tienen una ilación ideológica, cultural.
Pero de todo ese cambalache cultural de los 80 el público sólo conoció, en
el caso de su música, el oscuro desencanto de Don Cornelio.
Fue todo muy fuerte. Cuando escuché por primera vez una canción mía sonando en la
radio, el ego se me exaltó de manera exorbitante. Imaginate esa época: para nosotros,
fue empezar a grabar y empezar a tomar merca. Hubo momentos en que si no había cocaína,
no salíamos a tocar en el Parakultural. Eran tiempos muy desequilibrados, en los que uno
se convencía de que la merca era lo mejor, y ésa era, realmente, la mejor conclusión a
la que se podía llegar cuando la sociedad no te daba la posibilidad de amarte a vos
mismo. Amigos míos se fueron a Brasil, se picaron con merca, y se murieron de sida. Yo no
llegué a picarme, pero no fue porque no me animé. Al contrario, me animé a vivir, y si
me drogué fue por una cuestión de búsqueda. El problema no son las drogas. El problema
es el desequilibrio social.
¿Y ahora qué pasa?
Yo estoy en una onda de oda a la vida, voy a ser padre dentro de poco. Para
reventarse y morir lentamente ya está Charly García. Igual veo lo que pasa. El presente
indica que cuando te limpiás de la merca te encontrás con el mercado, descubrís la
realidad. Y es peor.
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