En el aeropuerto de
Francfort compro el diario local. El título de tapa me asegura poder seguir de cerca la
polémica creada acerca del consecuente camino del primer ministro socialdemócrata
alemán Schroeder para que no se lo confunda con un socialista y para confirmar su
alejamiento de todo aquello que lo sospeche de izquierdista. El quiere situar a su partido
definitivamente en el Nuevo Centro. Un lugar cómodo en política, si se toma como
política sólo el arte de ganar elecciones. Se está en el centro, se es simpático. De
esta manera se quita toda sospecha que podría originarse porque, en su juventud,
perteneció al movimiento estudiantil del 68. El capital lo mira ahora con buenos
ojos, hasta con sonrisas y aplausos. El jefe del bloque de socialdemócratas del
Bundestag, doctor Peter Struck, lo ha reforzado con palabras bien claras para que todos,
definitivamente, entiendan que la socialdemocracia, aquel partido que cantaba
La Internacional, es hoy el Nuevo Centro. Para que no quede ninguna duda, dijo
esta sorprendente frase: La vieja posición de un partido de los Trabajadores,
aquello de quitarles a los ricos para darles a los pobres, no puede ser ya la política de
una sociedad moderna. La frase me dejó pensando durante todo el vuelo que me
aproximaba a tierras latinoamericanas. Recordé a los grandes pensadores del socialismo
alemán: Marx, Engels, Kautzky, Bernstein, Eisner, Bebel y me dije: ¿Qué
pensarían de este nuevo manager del pensamiento socialista
actualizado?. Traté de reordenar mis ideas buscando comprender en toda su
profundidad esta especie de anatema histórico de Struck contra todo el pensamiento
humanista de siglos. Me acordé de aquel sensible francés, Graco Babeuf, y su libro: La
guerra de ricos contra pobres, en su nueva versión de: No quitarles a los ricos
para darles a los pobres. ¿Y la violencia? Porque las estadísticas señalan que
hay cada vez menos ricos más ricos y cada vez más pobres más pobres desde la
globalización del neoliberalismo. Parece ya una regla matemática. Entonces, ¿cómo es
la cosa?: Si de la torta no toco los pedazos grandes, y subdivido los trozos de los
pobres para darle cada vez trozos más chicos, llegaremos a las migajas. No, no
puede ser, me digo, lo que pasa es que yo tengo una mentalidad de principios de siglo
cuando se pronunciaban aún las palabras solidaridad y dignidad. No, lo que quiere el
señor Struck es producir una torta más grande, así los ricos pueden alimentarse más a
gusto y sin temores de que se les toque sus trozos grandes y al mismo tiempo los pobres
si se portan bien y no le dan sustos a los ricos podrán seguir recibiendo sus
trocitos, si están en el primer mundo, y migajas si están en latitudes que ya no tienen
remedio. Pero me queda la duda: ¿producir más para qué, lo aguantará el planeta? ¿No
sería más inteligente regular lo que tenemos y ver si alcanzapara que los niños de
Guatemala dejen de trabajar y puedan ir a la escuela o ir a jugar y las mujeres de
Pakistán dejen de trabajar dieciséis horas por día cosiendo pelotas Adidas? No, no.
Porque las leyes de la actual economía nos dicen que para producir más y el capitalista
no se enoje y no se vaya, la mujer pakistaní deberá dejarse de protestar y
flexibilizarse, si la empresa se lo pide, y trabajar dieciocho horas. Lo acaba de decir
claramente el señor De la Rúa, argentino, él, quien con voz tonante de candidato
recitó la regla de oro: La Argentina debe bajar los costos. Esto es bueno
así les hacemos más atractivo al país a quienes tienen dinero, así los Benetton pueden
comprarse el Aconcagua y Ted Turner, adquirir con exclusividad los derechos de pescar en
el Nahuel Huapi y para que los políticos del sistema puedan llevarse dos profesores de
golf y tres peluqueros en sus giras. Ahora la cosa es fácil. No como en 1907 que los
obreros de Ingeniero White tuvieron el tupé de exigir que se les bajara el kilaje de las
bolsas de 80 kilos que les deformaba las espaldas y trabajar ocho horas en vez de once. Y
para eso salieron a la calle y combatieron a brazo partido. No, ahora la cosa es más
fácil: ante subversivos y anticuados pedidos de justicia se recurre a los Patti y a los
Rico y a las malditas policías que van a aumentar a medida que las protestas se
incrementen, porque a la gente no le gusta trabajar y éste es un país grande y que el
que quiere puede como decía mi abuelo.
Me reprimo porque esas cosas ya no se pueden decir, son antigüedades. Las escribían
Rodolfo Walsh o el Paco Urondo y así les fue. No, mejor, sigamos leyendo el Frankfurter
Rundschau porque están las jugosas declaraciones del ministro de Economía del gobierno
alemán, Müller. Habla Tacheles que, traducido al buen porteño, quiere
decir: Señores, se acabó la joda. Basta de pedir, basta de llorar, a
ajustarse los pantalones porque sino van a tener que bajárselos una vez más. Dice
Müller taxativamente: La cuota del Estado debe ser reducida al cuarenta por ciento
mediante la eliminación de subvenciones, la revisión de reclamos sociales y el
achicamiento de la administración pública. Tampoco los sistemas de seguro social deben
cerrarse a los cambios sociales sino que serán acomodados dinámicamente y sometidos a
una reforma estructural. Y una frase definitiva: Sólo un Estado social que se
puede pagar es un Estado social seguro. A esto se lo califica realismo
como también a la frase que, traducida, quiere decir más o menos: si vivís en una
región pobre, arreglátelas como puedas: Los próximos convenios laborales deberán
firmarse de acuerdo con las diferencias de calificación y de región, pero también de
acuerdo con las condiciones del mercado de trabajo en cada caso. Es decir, si vives
en Catamarca trata de venir a Escobar, o mejor, a Miami, porque vas a terminar como
Espartaco y los suyos, en el 73 antes de Cristo.
La única solución es reducir los costos. Por ejemplo, Julia. Christa Hintze, de la
Congregación Evangélica Alemana de Buenos Aires, describe en la Revista Parroquial la
vida de Julia, habitante de una villa de emergencia del Gran Buenos Aires. Julia tiene
más hijos que dientes. Siete hijos y no puede adquirir una prótesis dental, lo que no es
impedimento para que se ría con la boca bien abierta. Igual sigue adelante: cobra
doscientos pesos por mes como barrendera y trabaja cuatro horas por día. Su marido no
tiene trabajo y es alcohólico. Julia está orgullosa de sus hijos y ya tiene, como primer
paso, una reducida casilla de madera. Pero a la noche sólo toman mate cocido con pan
y a veces nada. La religiosa Hintze señala que Julia y su familia
pertenecen a los 3,5 millones de indigentes con un ingreso mensual de hasta 200
pesos por mes que están incluidos en el total de 13,4 millones de pobres existentes en la
Argentina con un ingreso mensual de hasta 400/420 por mes. La canasta de alimentos mínima
para cuatro personas se valúa en 480 pesos. Es una canasta de alimentos muy elemental,
debajo de ella hay problemas de sobrevida biológica. Julia barre por sus hijos y
por la vida. Pero tienemiedo por el futuro de esos hijos. ¿Cómo se abrirán camino en un
país que tiene que bajar los costos?
La Luciérnaga se llama la revista que venden los pibes pobres de Córdoba que no quieren
humillarse a pedir limosna. A la hora del semáforo rojo, ahí están, con sonrisas
mostrando con orgullo el producto de ellos y de la gente de buena voluntad que nunca
muere. La Luciérnaga es una revista con luz. En este número está Agustín Tosco en la
tapa. Los maestros del barrio Carrillo y de la villa Fátima en Capital
Federal, sí, en Capital Federal, hacen cursos voluntarios para que los chicos y las
chicas de las villas aprendan plomería, electricidad y hasta inglés. Los hijos de
desocupados, en Comodoro Rivadavia, hicieron una agrupación para pedir becas sociales de
cien pesos y así poder estudiar. Se llaman Rocío, Ana Claudia, Jorgelina, María Elena,
Roxana, Leandro, Malena, y tienen entre seis y ocho años. No se rinden, aunque terminen
como Julia, con más hijos que dientes.
¿Nos corremos al centro y bajamos los costos argentinos? ¿O los imitamos a Julia, a los
maestros de Fátima y a los niños de Comodoro, para luego hablar más fuerte?
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