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OPINION

El Estado paralelo

Por Julio Nudler

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo está manejando en la Argentina un paquete de proyectos por más de 1100 millones de pesos, solventados casi totalmente con plata del Estado nacional o de gobiernos provinciales. Dentro de la penuria presupuestaria de la ONU, este apéndice situado en Buenos Aires se asegura una vida holgada gracias al fisco argentino, que le retribuye generosamente el servicio de mediar en el mantenimiento de una estructura estatal paralela, mezcla de precariedad laboral, negreo previsional y favoritismo político, dentro mismo del aparato oficial. Nadie puede medir el grado de corrupción que existe en ese segundo Estado, porque en sus vericuetos se mezclan técnicos y profesionales genuinos, que deben resignarse a esas condiciones laborales superflexibilizadas, con acomodados, activistas y ñoquis. Lo cierto es que la plata invertida y las deudas contraídas para poner en marcha y sostener cientos de programas no lograron resultados visibles. La superestructura se come los recursos, y la realidad a modificar sigue igual o peor.
El sistema de triangulación, que empezó con el PNUD y siguió con el Banco Mundial y el BID, se está practicando también con la Cepal y hasta con la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad de Buenos Aires. Cada uno de estos organismos cobra un overhead o comisión –que en algunos casos llega al 22 por ciento del monto involucrado– por la gestión administrativa, que en la práctica consiste en servir de paraguas, preparar los contratos y extender los cheques, porque los contratados cobran en la ventanilla del ente intermediario.
En Económicas, el sistema se convirtió en una opción laboral para recién recibidos o próximos a recibirse, pero en realidad tanto estudiantes como graduados siempre estuvieron en minoría en relación con los nombres puestos por el Ministerio de Economía. La Facultad no se anima a cuestionar estas imposiciones porque el dinero lo provee el ministerio, y ante todo por la jugosa tajada financiera que obtiene la casa de Córdoba y Junín. Económicas llegó a embolsar más de 10 millones de pesos anuales por gestionar proyectos, y con parte de ese dinero está pagando sueldos docentes adicionales ante la explosión de su matrícula. Franja Morada no ha creído oportuno denunciar estos tratos irregulares, instrumentados desde el Poder Ejecutivo.
Todos los contratos son precarios, por períodos que van de tres a seis meses, y excepcionalmente doce, renovables. No hay aporte previsional, ni obra social ni derecho al pataleo ante una rescisión abrupta. El único descuento es la retención del impuesto a las Ganancias, si corresponde, salvo en el caso del PNUD, que deja librado el asunto a la declaración impositiva del contratado. Cuando el ajuste alcanza hasta ese extraño confín de la burocracia estatal, llega la orden de no renovar los contratos, y cientos de profesionales quedan varados. Ahora, a tres meses y medio del cambio de guardia en el poder, miles de consultores cuentan los días que les restan. Aunque los programas duren varios años, cambiarán los coordinadores y éstos –se supone– pondrán a su gente.
La falta de transparencia y de control sobre el sistema –a pesar de la formal intervención de auditoras como Price o Arthur Andersen– permite que los jefes de proyecto, y sus superiores en la jerarquía ministerial o del organismo público que sea, incorporen familiares y allegados a los programas. Esta forma de nepotismo y amiguismo no implica riesgos porque el verdadero contratante no aparece en este papel y queda mediatizado por la entidad gestora, aunque con el inconveniente de que sus favorecidos no quedan incorporados en planta. Es cierto que tampoco deben someterse a ningún concurso. Algunas veces, la inclusión de parientes es apenas un complemento del sistema de diezmos, por el cual los contratados deben ceder parte de su paga como retorno a sus superiores.
No sólo el gobierno nacional y sus operadores menemistas apelan a estos mecanismos oblicuos para contratar gente con agilidad, esquivando lasrestricciones formales y los debidos procedimientos, además de no figurar en el presupuesto con su verdadero carácter. Los gobernantes radicales de la ciudad de Buenos Aires se valen del mismo atajo. Un ejemplo de esto es el actual cálculo del Producto Bruto porteño, trabajo en que la Cepal pone la cara. En cambio, la mayoría de los técnicos que se ocupan de medir el PBI nacional son precarizados que cobran en la ventanilla del BID. Este, para el caso, no actúa como banco prestamista sino como gestor. Obviamente, también el gobierno provincial de Eduardo Duhalde desarrolló un amplio Estado paralelo.
Para los profesionales no hay opciones: la única forma de ingresar al Estado es aceptar esta vinculación indirecta a través de contratos precarios, que no les ofrecen más que un horizonte provisorio. Sin embargo, pueden tener la ventaja de ganar sueldos muy superiores a los que paga el sector público, a veces con muy poco esfuerzo. El abanico salarial es muy amplio. Abarca desde los pasantes de Económicas, que cobran entre 600 y 800 pesos, hasta los contratados del BID o del PNUD, cuya retribución va desde 900 hasta 12.000 pesos (tope que por ejemplo ganaban los asesores de los que se rodeó el ex DGI Ricardo Cossio cuando se instaló en La Plata como subsecretario de Ingresos Públicos). Todo depende de cómo y entre cuántos quieran los jefes de proyecto repartir el dinero asignado al asunto en cuestión.
Además de su costado financiero neblinoso, el sistema triangular permite introducir en el Estado cuerpos enteros de funcionarios técnicos que sirven de soporte inmediato para los niveles políticos y están imbuidos de la cosmovisión de los organismos multilaterales. Pero además de la sintonía ideológica con gobiernos como el de Carlos Menem, los representantes de esos organismos prefieren vivir en armonía con el gobierno local porque, en lo personal, no encuentran de qué quejarse: trabajan en oficinas suntuosas (como las de Esmeralda 130 u otras), perciben sueldos envidiables, gozan de beneficios extrasalariales, y hasta en situaciones de emergencia cuesta ubicarlos en menos de cuatro días. No les vale la pena arriesgar su status mostrándose rigurosos con los gobernantes. Su espíritu tolerante es digno de imitación.

 

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