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Cuatro días después del brutal terremoto que sacudió a Turquía, la situación se torna cada vez más caótica. Con 10.000 muertos oficialmente reconocidos y más de 45.000 heridos rescatados, las estimaciones de la ONU señalan que las víctimas fatales rondan los 40.000. A las escalofriantes cifras se suma el caos de las tareas de rescate, cuya polémica trascendió las fronteras turcas: Rusia denunció que la ayuda enviada no llegó a destino. En medio del desastre, Turquía se debate sobre otro escándalo: la falta de control sobre las construcciones. La magnitud del desastre se debe justamente a la enorme cantidad de edificios levantados fuera de las normas antisísmicas. Para aplacar la indignación masiva, el gobierno hizo detener ayer a cuatro constructores, en lo que aparece como el primer paso de una seguidilla de prisiones para arquitectos e ingenieros (ver aparte). Como si todo esto fuera poco, los médicos prevén epidemias masivas y los expertos anuncian nuevos sismos. El jefe de la oficina para Europa de Asuntos Humanitarios de la ONU, Sergio Piazzi, declaró que de acuerdo con cálculos efectuados por las autoridades turcas, en los edificios desplomados vivían alrededor de 40.000 personas. "35.000 están aún bajo las ruinas, es posible que muchos de ellos ya no estén con vida", aseguró. Las autoridades turcas enfrentan graves acusaciones por parte de la gente, que las responsabiliza de haber llegado demasiado tarde para ofrecer ayuda y ponen el acento en la falta de coordinación en las acciones de rescate. A esta crítica se sumó el embajador ruso, Aleksander Lebedev, quien dijo que su país había enviado un avión con espuma y un equipo especial para apagar el fuego de la refinería en Izmit, los que nunca fueron trasladados al lugar del incidente. En tanto, el primer ministro turco, Bulent Ecevit, respondió que "es injusto culpar al Estado de las insuficiencias en las operaciones de ayuda y rescate". Por su parte, el ministro de Defensa, Sabahattin Cakmakouglu, afirmó que desde las primeras horas tras el terremoto, 53.400 soldados están trabajando en las tareas de rescate. En medio de la polémica, los equipos de socorristas continúan con las búsquedas, a pesar de que el plazo máximo de supervivencia está calculado en 72 horas, un lapso que venció anoche. Al paso del tiempo se suman las altas temperaturas --ayer rondaron los 30 grados--, que disminuyen las esperanzas de encontrar gente con vida. En contra de estos pronósticos, ayer los perros entrenados en búsqueda de personas detectaron la presencia entre los escombros de varias personas vivas. En un caso, los bomberos trabajaron 13 horas hasta que lograron ver los pies de un hombre de 36 años que yacía acostado sobre su cama, en donde había sido sorprendido por el terremoto. Pudo ser rescatado con vida luego de haber permanecido todo el tiempo al lado de su mujer muerta. También una bebé de nueve meses fue rescatada con vida, tras permanecer 67 horas bajo las ruinas. Las secuelas del sismo parecen ser infinitas. Médicos de los equipos internacionales de salvamento temen que, como consecuencia de las altas temperaturas, de los daños producidos en las redes de agua potable y por el hedor de los cuerpos en descomposición, broten epidemias. El riesgo aumenta por el hecho de que la gente vive desde hace cuatro días a la intemperie, los niños están muy débiles y faltan medicamentos. Los profesionales creen que se están creando las condiciones para que proliferen enfermedades como la disenteria y el cólera. La falta de espacio en los cementerios sigue siendo un inconveniente. En Izmit, epicentro del terremoto, 380 cuerpos en avanzado estado de descomposición fueron enterrados en fosas comunes, sin las plegarias y ceremonias que prescribe la religión islámica. En esta misma ciudad una pista de patinaje sobre hielo está, actualmente, oficiando de morgue; pero allí tampoco queda ya lugar. El pánico sobre la posibilidad de otro terremoto todavía está en las mentes de los turcos, quienes fueron alarmados sobre esta posibilidad por el Instituto Sismológico de Kandili. Ante semejante predicción la gente prefiere seguir viviendo al aire libre y no ser sorprendidos a medianoche por otra catástrofe natural, aunque no sea de la misma magnitud que la anterior.
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