Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

 

Los racistas en la etapa superior del neonazismo

Después de fallar con milicias y grupos revolucionarios, la derecha en EE.UU. se expande en células de una o dos personas

La hora del guerrero solitario.
Es la “resistencia sin líder”.

na24fo03.jpg (17557 bytes)

Por S.K.

t.gif (862 bytes) La ultraderecha norteamericana parece haber entrado de lleno en la etapa de la insurrección individual, algo que sus ideólogos y organizadores predicaron por años. “Buena caza, lobos solitarios”, fue la lacónica definición de uno de los peores y más revulsivos racistas de EE.UU., Tom Metzger, el líder de la Resistencia Aria Blanca. Metzger saludaba así a Buford Furrow Jr., el patético y desequilibrado supremacista que por las suyas, y sin apoyo de ningún grupo, se metió en un centro comunal judío de Los Angeles e hirió a balazos a cinco personas.
Al contrario que a la argentina, a la ultra norteamericana siempre le costó infiltrarse en el Estado. Si bien instituciones como el FBI y los cientos de departamentos de policía del país distan de ser progres, cuesta encontrar Ribellis o “Chorizos” en sus filas: para bombardear las AMIA de este Primer Mundo, no vale recurrir a “malditos policías”. Enfrentados a fuerzas legales que cuentan a los judíos y negros entre los ciudadanos a proteger, los neonazis desarrollaron una doctrina de guerra contra el estado individual e hiperfoquista: la célula terrorista ideal es la que cuenta con un solo miembro, con un guerrero solitario que toma las armas, mata y da el ejemplo. Es el caso de Furrow, solito con su fusil, y de la bomba de Oklahoma, que cobró 168 muertos y fue armada y colocada por dos amigos que no respondían a ninguna organización.
Desde 1995, cuando McVeigh y Nichols destruyeron el edificio federal de Oklahoma, el peor acto terrorista en la historia de EE.UU., los neonazis se galvanizaron. Habían visto la doctrina en funcionamiento: dos individuos sueltos, sin mucho dinero ni entrenamiento, siguiendo las instrucciones de los manuales de explosivos que circulan en el mundo de ultraderecha, habían llevado a cabo “el buen acto” de combatir al Gobierno Sionista de Ocupación. Era el camino a la Rahowa, la guerra santa racial (Racial Holy War).
Es un sistema de acción que está expandiéndose. El FBI informa que pudo prever atentados que planeaban varios grupos y milicias convencionales, incluyendo otro ataque a un edificio federal en Virginia, en julio de 1997. Pero no pudo hacer nada contra los “sacerdotes de Fineas”, un grupo de apenas tres personas que en 1996 pusieron bombas en un banco, un diario y una clínica abortista en el estado de Washington. Tampoco hubo modo de atajar a los hermanos Williams, que en julio incendiaron tres sinagogas y mataron a escopetazos a una pareja gay en California. No hubo inteligencia previa que detuviera a Benjamin Smith, un pibe de 21 años que pasó el 4 y 5 de julio de este año disparando contra negros, asiáticos y judíos, y que mató a dos e hirió a nueve antes de pegarse un tiro. El sistema también falló en el caso de Eric Rudolph, que puso la famosa bomba de los Juegos Olímpicos de Georgia en 1996 y siguió sus acciones contra dos clínicas abortistas y una disco gay. Para cuando desapareció en los bosques de Carolina, Rudolph había matado a dos personas y herido a 124.

 

PRINCIPAL