Por Eduardo Fabregat La anécdota sirve para dar
una adecuada semblanza del personaje. Sobre el escenario, un hombre alto, delgado, de pelo
casi enteramente blanco, acaba de cerrar un bloque de canciones ejecutadas al piano, y
toma su guitarra. Presenta una canción llamada Tenderness. A pesar de la
ternura del título, el hombre se tuerce sobre su instrumento en una pieza de alta
intensidad. Tanto, que finalmente hace saltar una cuerda y debe terminar el tema
abruptamente. El hombre toma la guitarra y le pide a un asistente técnico del teatro que
le preste un destornillador. Mientras cambia la cuerda, cuenta una historia: Hace
mucho tiempo fui a ver a Jimi Hendrix, y le sucedió exactamente lo mismo que a mí.
Entonces le pidió una cuerda a un asistente, y siguió haciendo su solo mientras la
cambiaba, dice mientras termina de tensar y afinar la cuerda. Entonces rasguea un
acorde, levanta la vista y remata: Obviamente, yo no soy Jimi Hendrix. El
público estalla, y Peter Hammill vuelve a concentrarse en el oficio de buscar las perlas
más raras del océano del alma.
Hace ya tiempo que el ex líder de Van Der Graaf Generator dejó de ser una rareza para el
público argentino. Lo fue para los fanáticos que lograron asomarse a su obra en el
desarrollo de la década del 70, pero la última década del siglo recompensó tanto a los
veteranos como a quienes se fueron sumando en los años más recientes: en siete años,
Hammill hizo cinco visitas a Argentina, para encontrarse siempre con un público que él
definió para Página/12 como leal, pero exigente. A pesar de esa exigencia
(que la hay, porque al público no le gustan necesariamente todas las canciones), los
shows del inglés conservan ese cierto aire ritual que también campeó en la ya mítica
reunión de King Crimson en 1994, grupo con el que Hammill tiene más de un vínculo.
Ese aire de misa, sin embargo, no es forzado, sino provocado por las mismas
canciones. Al piano y a través de obritas como Unrehearsed, el casi
vodevilesco Just good friends o Summer song (in the autumn) (de
Fools mate, el disco que realizó en 1971 junto a los ex VdGG y Robert Fripp), Hammill va
generando una especie de campana aislante que encierra al escenario y al público en una
atmósfera suspendida, con la música como principal protagonista. Sobre el escenario hay
poco que ver, y en el extraño tramado de melodías y armonías que propone Hammill su
imagen termina convirtiéndose en apenas una referencia. Hasta que una nota inesperada, un
mínimo gesto, ponen el broche, y siempre se imponen un par de segundos de silencio hasta
que la gente reacciona. Esa magia adopta modos más directos cuando la base es la guitarra
y suenan títulos como Shingle song, del disco protopunk Nadirs big
chance, de 1975. Como haciendo honor al nombre de su vieja banda, Hammill utiliza un
instrumento desenchufado para generar electricidad estática, y entonces sus canciones no
van envolviendo al oyente, sino que lo sacuden de los hombros.
En la gira que lo paseó por la Capital, San Isidro y algunas localidades del interior,
Hammill mantuvo su costumbre de ir variando el repertorio noche a noche... lo cual resulta
bastante sencillo al contemplar una discografía de más de cincuenta discos. Pese a ello,
el músico siempre reserva un lugar a clásicos necesarios como Sign
(Firmá el cuadro y salí del marco; firmá el cuadro y tiralo lejos)
Stranger still, Easy to slip away o Too many of my
yesterdays (No trates de decirme quenada ha cambiado. No trates de decirme que
no hay nada nuevo. Demasiados de mis ayeres están perdidos en vos), o perlas más
recientes como Nothing comes y Since the kids, una pieza que
conmueve fibras íntimas aun en quienes no entienden el inglés.
Se trata precisamente de eso, sobre todo cuando Hammill adopta el formato solista (una
sola vez estuvo aquí con una banda, para presentar el poderoso The Noise en 1993) y el
escenario queda despojado de todo. Reducido a la mínima expresión de un hombre que
traduce los dictados de su sensibilidad en canciones, Peter Hammill le da forma al milagro
de la música sin edad, sin reglas ni fronteras. La oferta es generosa. Y la recompensa
significa mucho más que un buen recuerdo de un teatro a oscuras.
Fripp es muy valiente En la entrevista realizada con Página/12 a su llegada, Hammill analizó los
últimos movimientos de Robert Fripp, con quien tiene una larga relación profesional y de
amistad.
Fripp y usted tienen mucho en común, pero en general la prensa inglesa suele ser
mucho más dura con Fripp que con usted.
Somos similares, en una manera particular de encarar nuestro trabajo. Quizá la
prensa está algo confusa con respecto de lo que está tratando de hacer de Robert con los
Projeckts en los que dividió ahora a KC. Que según mi punto de vista es simplemente
continuar su propio trabajo, los soundscapes y esa clase de sonido. En el caso de King
Crimson, él trata de que ese proyecto avance. Robert no es la clase de persona que hace
algo y se detiene, que dice bueno, listo, y se dedica a hacer eso para
siempre. Yo creo y en esto no quiero hacer un juicio del estilo esto es bueno,
aquello es malo, sino algo referido a la mecánica interna de trabajo que es
necesario reinventarse. Parte de esa reinvención tiene lugar en el ensayo, en la
composición, con los cambios de personal. Y al llevar a cabo esos proyectos los pone en
la arena pública, que es una cosa interesante y valiente de hacer. Teniendo en cuenta
eso, todo toma mucho más sentido que ateniéndose exclusivamente a las grabaciones de KC.
Es muy valiente poner en la arena pública un trabajo en progreso, algo entendido para
encajar dentro de otra cosa. Pero, claro, cuando uno se expone en público tiene que
aceptar lo que se diga de su trabajo. |
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