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TRISHA BROWN, PRESENTE EN EL FESTIVAL DE BUENOS AIRES
“Improvisar era una mala palabra”

La bailarina, que dedicó buena parte de su extensa carrera a la improvisación y la composición a partir de música no tradicional, presentará una coreografía solista en el Teatro Alvear.

En 1996, Brown hizo un “dúo especular” con Mikhail Baryshnikov.
En “Musical offering” bailó la música y los silencios de Bach.

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Por Silvina Szperling

t.gif (862 bytes) Entre las perlas que entregará al público el Festival Internacional de Buenos Aires en su programación de danza, se destaca el programa de solos que se presentará los días 25 y 26 de setiembre en el teatro Alvear, con coreografías de la argentina Noemí Lapzeson y las neoyorquinas Jennifer Muller y Trisha Brown. Egresada del californiano Mills College, Brown estudió luego con Louis Horst. De sus años de estudiante recordó en diálogo telefónico con Página/12 esta anécdota reveladora: “Yo había presentado en audición un solo que había sido rechazado. Los estudiantes reaccionaron con una petición para que se incluyera el solo en la muestra. Bessie Schoenberg, mi maestra de composición, me dijo: ‘No podés tomar los elementos y colocarlos en cualquier orden’, y lo ejemplificó: ‘No podés tomar esta azucarera y ponerla aquí, poner la taza más allá y la cucharita en este otro lado”. Después miró la construcción de objetos y me dijo: ‘En realidad, se ve bastante lindo’.”
En 1960, Trisha eligió a la ciudad de Nueva York para continuar su camino en la compañía de Merce Cunnigham. Allí se inició en otra manera de ver la danza, con los conceptos renovadores que Cunningham ejercía sobre el espacio escénico, la estructura de los movimientos y la independencia respecto de la música. “Hace poco estuve con Merce, en la apertura de la temporada de verano del State Theatre. Cuando era joven pensaba que Cunningham era el Señor. Lo observaba muy de cerca y su forma de abrir un espacio a la improvisación, esa idea de que una serie de eventos iba a suceder y no estaba definido cómo lo harían me parecía tan humana, tan impredecible, que yo sucumbía ante él”.
–¿Piensa que existe hoy en día algo similar a lo que fuera el movimiento de Judson Church?
–Creo que Judson es como la Bauhaus. Era un momento muy especial, había una urgencia, gente muy talentosa y de mentalidad similar que nos juntábamos bajo los principios compositivos de John Cage. ¡Eran los 60! Toda la nación estaba cuestionando la autoridad, qué mejor oportunidad para una banda de coreógrafos para cuestionar a sus mayores en los “principios compositivos”. Si hubiera algo así ahora, por favor, que me digan dónde está.
–¿Cuál piensa que es el legado de ese movimiento?
–Antes de Judson había un sistema coreográfico basado en la música. Aunque ya había algunos que habían roto ese molde, como Cunningham, Hawkins o Nikolaïs, que trabajaban con la abstracción. Nosotros estábamos en una fiebre de experimentación, todo valía. La improvisación estaba considerada hasta ese momento casi una mala palabra, algo para nada respetable. Pero se convirtió en un punto cardinal, la semilla de improvisación fue sembrada allí, una semilla que Steve Paxton está llevando hasta la luna.
Cuando este ciclo llegó a su fin, fue claro para esta delicada y potente bailarina hacia dónde soplaban los vientos. Mientras paseaba por la ciudad empuñando el cochecito de su hijo, fue tentada por la arquitectura neoyorquina a invadir la ciudad. Junto a los bailarines que conformarían su naciente compañía, se lanzaron a escalar rascacielos. Aquella compañía celebrará sus 30 años en mayo del 2000 con una temporada en el Joyce Theatre, en la cual presentará la versión completa del ciclo sobre jazz cuya primera obra fuera estrenada hace una semana: Five part weather invention, sobre música del trompetista Dave Douglas.
–¿Cuál fue el punto de partida para trabajar con el jazz?
–Me centré en el ritmo, investigando especialmente en el trabajo de los pies. Me enfrenté al problema de presentar improvisaciones en público. Yo creo que la improvisación se adecúa a espacios más íntimos que los teatrosen los que habitualmente trabajamos. Traté de encontrar material sobre las que mis bailarines puedan trabajar, hacer una improvisación y luego volver al material conocido con tranquilidad.
–En este ciclo actual de su creación centrado sobre la música, ¿cómo trabajó en su obra M. O., sobre música de Bach?
–Bueno, Bach es Bach. En M.O., el desarrollo de vocabulario fue complejo, porque descubrí que la forma en que gente ve la danza está influida por lo que escucha y en este caso todos los movimientos se veían muy líricos. Así que hice un esfuerzo para deslirizar el movimiento y que el lenguaje de la danza pueda tener el mismo valor que el de la música, produciendo un diálogo. La estructura de Musical Offering está conformada por partes que pueden ser tocadas en cualquier orden, y también puede haber silencio, que yo utilizo para bailar. Del mismo modo dejé durante uno de los canon el escenario completamente vacío: allí está el Sr. Bach.
–¿Cómo se siente cuando ve a otra bailarina interpretando el solo que usted creó, “If you couldn’t see me” (“Si no pudieras verme”)?
–La primera vez que lo vi bailado por otra en público lloré. Pero en realidad, Kathleen Fischer, que lo interpretará en Buenos Aires, es muy precisa. Ella es una estrella en la compañía. Además estuvo en todos los ensayos que hicimos con Baryshnikov en el ‘96 para una versión de esta obra al cual llamé You can see us (“Puedes vernos”). Era un dúo especular, él enfrentaba al público y yo estaba de espaldas. Pienso como el escultor Don Jones, quien dijo: “Si tengo que elegir entre quién de los dos debe morir, el hombre que realiza mis esculturas o yo, me elegiría a mí”.
–¿Qué siente al llegar a una cierta edad como bailarina?
–Los estereotipos son una forma sencilla de entender una situación, pero el estereotipo de que uno no podía bailar luego de una cierta edad ha sido derribado, lo cual es increíble. Merce Cunningham está aún sobre el escenario. Aunque su danza no es precisamente aeróbica, él está allí; yo todavía estoy bailando, Steve Paxton está allí. Sé que soy la custodia de un cuerpo remarcable, trato de cuidarme, soy disciplinada al extremo, y aun así no sé si podré bailar mañana. Eso me asusta un poco. Lo que le contesté a Baryshnikov hace poco, cuando me preguntó hasta cuándo pensaba seguir bailando, fue: “Tengo un compromiso para bailar el 13 de agosto, así que bailaré hasta el 14”. Si usted me lo pregunta en este momento, le diré que tengo un compromiso para bailar en octubre, y no sé si lo haré.

 

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