Domingo
Cavallo habla de una futura flotación del peso, que conduciría a su revaluación contra
el dólar. Soñar no cuesta nada. Pero es preciso recordar por qué Cavallo impuso en su
momento una paridad fija: porque al evitarse la incertidumbre cambiaria, la tasa de
interés sería más baja, lo que favorecería un crecimiento más dinámico de la
economía. Con un sector externo tan vulnerable como el argentino, que está hoy aún peor
que en los comienzos de la convertibilidad y la firma del Plan Brady, la flotación
tendría asociada una alta dosis de incertidumbre, como ocurre con el real brasileño.
Claramente, la discusión argentina actual es
devaluar o no devaluar, y, para el caso de que opte por la primera disyuntiva, cabría la
flotación (libre o sucia) como una forma de instrumentar la devaluación. La realidad
manifiesta es que a la economía nacional le está costando mucho sostener este tipo de
cambio, y sólo lo logra con alto desempleo y creciente endeudamiento. No hay otra
situación a la vista. Y, siendo así, augurar la eventual revaluación del peso es un
sarcasmo cruel e inútil.
Si la decisión es no devaluar, para evitar
la catástrofe de una devaluación, o simplemente para demorar el desastre, el camino
tiene una dirección obligatoria: superajuste y obtención de financiamiento en el corto
plazo, y un shock de productividad que en el mediano y largo plazo permita convivir con
esta paridad sin por ello sufrir una situación tan infeliz y explosiva como la actual.
Incomprensiblemente, Cavallo ha hablado de
flotar el peso sin abandonar la convertibilidad. Esto suena incongruente, porque no
habría manera de seguir garantizando una contrapartida equivalente de reservas para la
base monetaria. Suponiendo que en el punto de partida hubiera 25.000 millones de dólares
en el BCRA y 25.000 millones de pesos circulando en la economía, la flotación cambiaria
alteraría esta equivalencia de manera imprevisible. Si, como fantasea el cordobés, un
peso pasase a valer dos dólares, el Central necesitaría otros 25.000 millones de
dólares para mantener la convertibilidad. ¿De dónde los sacaría?
De todas formas, estos ejercicios especulativos sólo sirven
para esquivar el bulto. Ahora hay que saber cómo se sale de la encrucijada y en qué
dirección reorientar la estrategia económica, perdida la fe en el recetario neoliberal.
Tal vez ayuden la reactivación mundial y el repunte en el precio de las exportaciones
argentinas para caldearle la fría bohardilla al próximo presidente. Pero sin una nueva
concepción de la política económica no tardaría mucho en congelarse. |