Le hago una visita a mi
viejo conocido el licenciado Almayer, director y alma mater de Zeus S.A., Instituto de
Formación para el Exito.
Almayer le digo, estoy cansado de andar penando en el llano, quiero
estar en la cima de la colina.
Vino al lugar indicado, mi querido amigo me dice, lo felicito por la
decisión de abandonar la planicie, su sitio son las alturas.
Me siento reconfortado.
Por favor, instrúyame le digo. La verdad que ando más tirado que el
perejil.
Mi Instituto está perfectamente pertrechado para resolver su problema. Tengo bajo
mis órdenes un equipo de profesores de altísimo nivel, gente muy afilada, especializada
en sociología, psicología, oratoria, comunicación y supervivencia en situaciones
límites. Le voy a enumerar las reglas básicas para que vea cómo funciona nuestro
entrenamiento. Regla número uno: debe hacerse amigo de todos sus compañeros, ganarse su
confianza y su corazón e inmediatamente traicionarlos.
¿Sin más ni más? A mí siempre me enseñaron que el que tiene un amigo tiene un
tesoro.
Recuerde el viejo dicho: amigos son los testículos y también se golpean. La
segunda regla se deduce de la primera: todos los que lo rodean son sus enemigos, ódielos,
destrípelos sin asco.
¿Me está hablando metafóricamente?
Nada de metáforas, en el Instituto Zeus tripas quiere decir tripas y ninguna otra
cosa.
Comprendido, maestro.
La tercera regla se deduce de la primera y la segunda: a los adversarios, que son
todos, tiene que devorarles los sesos.
¿Intelectualmente?
Nada de intelecto, les tiene que hacer un agujero en el cráneo y chuparles los
sesos, para que no les quede ni una sola idea. No le haga asco a nada. A los débiles de
estómago y a las almas dubitativas se los comen los chimangos.
Comprendido, maestro.
Ultima regla y regla de oro: en la olla del guiso, si está bien condimentado, la
verdad y la mentira tienen el mismo gusto. Apréndaselas de memoria y, cuando termine su
preparación, podrá acometer con éxito el ascenso a la colina.
Entendí, maestro, sin duda es un curso muy estricto y puntilloso. Pienso que sería
perfecto si yo aspirara a ser un killer eficiente, un sicario desalmado, un despiadado
profesional del crimen. Pero me asalta una duda: ¿para qué le sirve todo ese
entrenamiento a un tipo como yo quesolamente quiere dejar de penar en el llano y alcanzar
la cúspide de la colina?
Mi buen amigo, los que se acomodaron en la cúspide llegaron utilizando reglas
parecidas a las nuestras. Si usted quiere asegurarse una
subida rápida, no dude, aplique al pie de la letra las enseñanzas. A saber, elija uno o
dos de los que están arriba y dedíquese a demolerlos sistemáticamente. Indague sus
costumbres sexuales, consiga pruebas de las más bochornosas, las que no resisten la luz
del sol, y desparrámelas. Revise prolijamente sus finanzas, aunque tenga que revolver los
tachos de basura, busque hasta encontrar las pruebas de alguna matufia económica y
pregónelas a tambor batiente. Con mirada de entomólogo investigue las relaciones
afectivas de los fulanos, las posibles fallas en su grupo familiar, elija las más
dolorosas, las que producen vergüenza, y échelas a los cuatro vientos con toda la voz
que tenga. Y lo que no encuentre, invéntelo. De todos modos, seguramente algo de cierto
habrá. Todos esconden algún secreto.
Pero me van a hacer pomada.
De ninguna manera. Si usted llega a ser un rufián lo suficientemente ruidoso, que
pega justo y difama con convicción, comenzarán a prestarle atención. Cuando hagan sus
cálculos y vean que acallarlo resulta caro, incómodo y trabajoso, lo aceptarán como uno
de sus iguales y le tenderán una escalerilla para que ascienda a la cima de la colina, se
mezcle con ellos y se convierta en uno más de los elegidos, los intocables, los que
están más allá del bien y del mal.
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