Gente
rara, los santiagueños. Uno imaginaría que a esta altura estarían tan hartos de vivir
en la provincia más pobre del país que aprovecharían cualquier oportunidad para
librarse del "caudillo" que ha hecho más que ninguna otra persona viva o muerta
para defender el atraso. Pero no, una vez más han manifestado su amor, veneración,
gratitud o lo que fuera por el Tata local, Carlos Juárez, el cual, lejos de pedirles
perdón por los resultados magrísimos de sus cuatro gestiones anteriores, aludía con
cierto orgullo a la miseria ubicua para reclamar, en el estilo ampuloso que es típico de
los caciques de su clase, "una reivindicación histórica por el olvido que la ha
hecho recogerse en las penumbras del pasado", lo cual, traducido, quiere decir que
--los mandamás y sus amigos aparte--, los santiagueños son paupérrimos porque nadie les
da limosnas.
Juárez exagera. Aunque Santiago del Estero
no puede equipararse con La Rioja, este año ha recibido mucho dinero de Carlos Corach,
logro que brinda al Tata el derecho a señalar que él mismo o, si se prefiere, "la
política" sigue siendo el recurso económico más importante de su feudo. Pero
sucede que la capacidad para mendigar plata fresca en Buenos Aires nunca fue suficiente
como para impulsar el desarrollo y en adelante servirá para cada vez menos. Por
terrorífica que les parezca la idea, en adelante los santiagueños, como los riojanos,
tucumanos y muchos otros, tendrán que aprender a valerse por sí mismos, lo cual es una
pésima noticia para aquellos caudillos como Juárez que se especializan en la
autocompasión pero que a la larga podría permitir que sus provincias se alejen de
"las penumbras del pasado".
La mitad de los santiagueños dependen, aunque sólo fuera
psicológicamente, de Juárez y de la misma manera éste depende del presidente de turno.
Mientras persista la relación premoderna así supuesta, ni Santiago del Estero ni otras
provincias de mentalidad feudal similar podrán adaptarse a las nuevas circunstancias no
sólo nacionales sino también internacionales. Para buena parte de sus habitantes ya es
tarde para cambiar --son como peones en una estancia abandonada por el patrón-- pero a
los demás les convendría entender que si no quieren continuar siendo los más pobres de
todos en un país en el que la palabra "interior" se ha hecho sinónimo de
"miseria", tendrán que olvidarse de la caridad disfrazada de
"reivindicaciones históricas" y empezar a pensar en serio sobre lo que sí
podrían hacer para salir del pozo en el que, a juzgar por el voto del domingo, los más
están contentos de quedarse. |