OPINION
Una alianza demasiado frágil
Por Adolfo Gilly * |
Con
un moderado escepticismo he seguido desde lejos el proceso de discusión de una
hipotética alianza electoral entre el PAN y el PRD. Este proceso fue lanzado en
Cuernavaca por Cuauhtémoc Cárdenas a fines de febrero pasado, tomó vuelo durante la
presidencia interina de Pablo Gómez y parece llegar a una conclusión con la actual
presidencia de Amalia García. Lo más llamativo es que la discusión se ha concentrado en
cuestiones de procedimiento, sin entrar casi nunca a las cuestiones de sustancia. En otras
palabras, han tenido lugar agotadoras y minuciosas negociaciones sobre el método de
elección del candidato presidencial (encuesta, consulta, votación restringida, elección
primaria), pero salvo vaguedades como sacar al PRI del gobierno y asegurar la
gobernabilidad (palabra ambigua que muchos entienden como que se pongan de
acuerdo los que gobiernan para que no se metan los gobernados), nada sabemos en concreto
sobre el programa que la alianza ofrecería al país.
Pocas cosas dicen tanto sobre la pesada herencia que nos deja la inexistencia histórica
de un verdadero sistema de partidos en México -comparable, en esto, a los casos de Rusia
o de Argelia como la inmadurez de una coalición donde se discute exhaustivamente el
cómo se unirán los interesados sin que antes quede claro el para
qué.
La dirección del PRD poco dice o hace sobre el curso alarmante de las provocaciones
militares del gobierno federal en Chiapas o sobre la prolongada huelga de cuatro meses en
la UNAM, el movimiento urbano de resistencia más importante en mucho tiempo contra la
política de despojo de bienes y desmantelamiento de derechos del pueblo mexicano que
conduce el gobierno federal. Mientras el PAN calla porque, como es costumbre, está de
acuerdo con el gobierno en su política contra los indígenas y contra los estudiantes de
la UNAM, el PRD calla en contra de sus propios programas, compromisos y políticas, y se
distancia de los movimientos de resistencia y de aquellos enormes sectores cada vez más
excluidos de todo a los cuales se debe. En esto, el PAN es coherente consigo mismo, el PRD
no.
Vicente Fox se declara continuador de la guerra cristera, anuncia que sacará de Palacio
Nacional a estos hijos de la revolución y, como conclusión, en su reciente
manifiesto declara: No tenemos tiempo que perder: ya perdimos un siglo. El
siglo de la revolución mexicana, de Madero, de la Constitución de 1917, de Zapata, de
Cárdenas y del Estado social, entre muchas otras cosas, es para Fox un siglo perdido.
Imposible definición más sincera sobre sus convicciones y sus propósitos.
Otras razones tengo para afirmar que una alianza con el PAN, en estas condiciones,
implicaría para el PRD y para su corriente histórica un costo elevadísimo. Daré una
sola: el PAN es un partido ligado simbióticamente al régimen del PRI y nunca, en ninguna
cuestión de fondo, ha cumplido sus acuerdos con el PRD o ha faltado a su compromisos con
el régimen: elecciones de 1988, quema de las actas en 1991, reformas al artículo 27 y al
artículo 3 1/4, debate en las elecciones de 1994, presupuesto, Fobaproa, presupuesto para
el gobierno del Distrito Federal. La lista es interminable.
¿Por qué quiere la dirección del PRD creer que esta vez cumplirá? ¿Cuáles prendas
han recibido de que las largas sesiones en la residencia particular de Diego Fernández de
Cevallos no son una nueva añagada como todas las precedentes? Si aprueba la alianza,
deberá explicarlo al partido y al pueblo.
Una razón última, que por sí sola ahorraría todas las precedentes. Si el ejército se
lanzara a aplastar a las comunidades indígenas en Chiapas, si el gobierno federal
decidiera romper por la violencia la huelga de la UNAM, si resolviera forzar la
privatización de la energía eléctrica, si una imprevista cuestión política de fondo
surgiera de la crisis misma del país antes de julio del 2000, ¿qué política tendría
la alianza, qué posición tomaría su candidato? Esta alianza es muy frágil. Cualquier
ataque serio del régimen o de la realidad la haría saltar en pedazos. Nonecesito decir
quiénes pagarían el costo más alto ante sus partidos, ante sus responsabilidades y ante
el futuro.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12. |
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