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EDUARDO MENEM NO TENIA CUSTODIA EL DIA DEL ATENTADO
Con el aroma a zona liberada

Tres años después de la agresión la Justicia descubrió que no estaban en su puesto los policías que debían custodiar al senador.

Amnesia: –¿Estaban o no estaban los efectivos vigilando la casa? –inquirió el juez. El policía pareció sufrir los efectos de un repentino ataque de amnesia.

Dante Salto, uno de los acusados, entra al Juzgado.

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Por Laura Vales

t.gif (862 bytes) El juicio oral por el ataque a la casa de Eduardo Menem está dejando en claro que la investigación por la que se juzga a tres detenidos hace agua por los cuatro costados. Ayer, 37 meses después de la agresión armada, el tribunal se topó con la novedad de que la policía federal debía custodiar la cuadra donde viven los Menem, pero curiosamente la noche del ataque no hubo allí un solo efectivo. La segunda sorpresa la dio uno de los vecinos del senador; el hombre fue llamado a testificar porque había descrito en detalle a dos de los agresores, pero al ser interrogado en la audiencia pública aclaró que en realidad nunca había alcanzado a verlos.
Las dos inesperadas revelaciones dejaron a la comisaría 51ª en el centro de las sospechas. No sólo porque esa dependencia era la que tenía la obligación de vigilar la zona y no lo hizo, sino también porque fue allí donde el vecino de Eduardo Menem describió a los agresores que nunca vio. Y lo hizo, según explicó ayer, en base “a alternativas que me iba dando la policía”.
Los jueces Carlos Currais, Gustavo Anadón y Carlos Acerbi interrogaron a fondo a cada uno de los testigos. A las once y media de la mañana entró a la sala del tribunal oral Nº 16 Eduardo Andrés Soto, quien era jefe de calle de la comisaría 51ª cuando ocurrió la agresión armada. De piloto azul, con el pelo crespo algo crecido y barba candado, el corpulento policía escuchó con cara de concentrado la primera pregunta.
–¿Había efectivos vigilando la zona?
–Había gente de parada las 24 horas –respondió sin dudar–; era una prioridad cubrir las dos esquinas de la casa del senador y también la calle de atrás. La disposición era que siempre hubiera custodia, las 24 horas del día y todos los días de la semana.
Le aclararon entonces que la pregunta era, específicamente, si el día del supuesto intento de robo había o no policías vigilando. Soto enarcó las cejas, pensó un momento y se despachó con un confuso párrafo sobre disposiciones policiales, el funcionamiento de la comisaría y la falta de personal.
El presidente del tribunal, Carlos Arcerbi, cortó por lo sano:
–¿Estaban o no estaban? –inquirió.
El policía pareció sufrir los efectos de un repentino ataque de amnesia.
–No recuerdo los nombres de los policías asignados –dijo, y después– ...no recuerdo si esa noche estaban cubiertos los servicios de calle.
Con cierto esfuerzo, Soto logró recordar algunos otros datos. Cuando el fiscal general Pablo Ouviña le preguntó si los nombres de los policías destinados a vigilar la cuadra se archivaban, explicó que quedaban anotados “en un parte diario”, y que una copia de esas actas eran elevadas a la jefatura del distrito. Los jueces debieron pedirle precisiones sobre cuál era la jefatura en cuestión, y los abogados defensores lograron entresacarle que “no era normal que no hubiera custodia”.
Las palabras del jefe de calle dejaron en evidencia –por primera vez en el juicio oral– que la desastrosa investigación que llevaron adelante el ahora destituido juez Francisco Trovato y los hombres de Robos y Hurtos de la Policía Federal sólo se orientó a probar que todo se trataba de un simple intento de robo.
El segundo testigo fue Daniel Bautista Zella, el vecino que había descrito a dos de los agresores, a quienes –al menos hasta ayer– se creía que había visto de cerca, cuando el auto en el que escapaban pasó frente a él. Pero Zella tiró por tierra casi todo lo que había declarado:
–El coche era un Gol y me pareció que tenía los vidrios oscuros, por eso no pude ver a los que iban en su interior –se despachó apenas tomó asiento en la sala de audiencias.
–Usted dijo en su primera declaración que adentro del auto iban tres hombres –le recordó el fiscal.
–Dije que podía ser, pero que no estaba seguro –contestó Zella, mientras con un ademán nervioso se pasaba la mano por su cabeza rapada ycubierta de tatuajes–. Ellos me lo preguntaron y dije que podían ser uno, dos o tres. La verdad es que no los vi.
Manuel Benítez, defensor de Mauricio Rolón, insistió sobre el punto:
–Usted aseguró que una de las personas que iban adentro del auto tenía el pelo largo, atado en una cola...
–Eso es lo que me preguntaron –repitió Zella– y también dije que era posible, pero no los vi porque pasaron a varios metros de distancia.
En los diez minutos que siguieron Zella agregó que lo que figura en su declaración “es lo que iban contando” y que el sólo decía que eran posibles “las alternativas que me daban los que mostraban las fotos”, es decir, los policías. Sin embargo, ratificó que la firma que figura en las declaraciones en cuestión eran suyas. El juez Gustavo Anadón, visiblemente irritado, terminó por preguntarle si las había leído antes de firmarlas.
–No las leí –admitió Zella. Sin embargo, no pareció entender del todo la importancia de lo que estaba en juego, y antes de retirarse, cuando le preguntaron por tercera vez si ratificaba el contenido de los escritos que había firmado, dijo simplemente que sí.
Por último, otros dos vecinos fueron escuchados por el tribunal. Ambos coincidieron en que no sólo no hubo policías en la esquina de la casa del senador la noche del ataque, sino que tampoco los vieron en los meses anteriores. Ahora se intentará reconstruir, a través de los libros de la comisaría 51ª, por qué motivos no hubo vigilancia en la zona. Una medida que debió haberse tomado hace más de tres años, cuando el senador Eduardo Menem y su esposa Susana Valente todavía reclamaban que no se descartara ninguna hipótesis.

 

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