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OPINION
¡Desconcentrémonos!

Por Juan Sasturain

Boca no se concentra. Mejor, qué quiere que le diga: mejor. Ojalá que este pretexto no sea un hecho aislado y se dejen de hinchar con este verso todos los equipos. Lo ideal sería que no se concentrara nadie, como antes. ¿Por qué lo hacen los futbolistas? ¿Acaso los actores se concentran? ¿Los médicos, antes de operar? ¿Los músicos de las orquestas sinfónicas? ¿Las parejas antes de casarse o antes de parir? Nooo. Nadie se concentra excepto los militares, los frailes y las monjas, que viven siempre concentrados, recluidos, separados del mundo, digamos. ¿Qué tiene que ver semejante autoexclusión –más o menos enferma o fundamentada– con el mecánico encierro futbolero? Nada. Es tan alevosa la desproporción que pone el mundo de un lado y el fútbol aparte (porque de eso se trata), que vale la pena descular los fundamentos de semejante aberración. Concentrarse tiene, en este fútbol exagerado y laboral, una doble significación, antes de y durante el partido. Antes, en términos de tiempo y espacio, concentración se opone a dispersión: hay que estar juntos en el mismo lugar al mismo tiempo porque si no, quién sabe adónde va y qué hace cada uno. Mejor estar sin ganas pero todos juntos jugando a las cartas. Esa es la ideología de la reclusión preventiva. Durante, en términos mentales, concentración se opone a distracción: hay que estar atentos para no cometer errores que cuestan goles que cuestan puntos que cuestan dinero. Es la ideología del miserable tacticismo: primero, el cero. Así, el año dos mil nos encontrará en plena concentración: juntos, obsesionados, aburridos, al pedo pero con la valla invicta. ¡Desconcentrémonos!

 

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