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“ESPEJOS Y LABERINTOS”, UN LOGRADO HOMENAJE TEATRAL
Borges, voluntad y representación

Un conjunto de actores y músicos se lució en la interpretación de textos y poemas prototípicos de la cosmogonía borgeana, en una puesta dirigida por Leonor Manso en el Teatro San Martín.

En el final, aplauden al público Manuel Callau, Patricio Contreras, Bernardo Baraj –semi tapado– Duilio Marzio, Susana Rinaldi y Federico Luppi.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) Rescatando a Jorge Luis Borges como figura-mito del arte literario y de Buenos Aires, la puesta celebratoria que con el nombre de Espejos y laberintos realizó Leonor Manso el martes por la noche en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín dejó a todos queriendo más. Al término de una función que duró hora y media, el público aplaudía de pie, demorando la salida. Afuera encontraría otra faceta menos satisfactoria del arte en la ciudad. En el hall central del teatro, los alumnos de la Escuela de Arte Dramático reclamaban al gobierno comunal el cumplimiento de una promesa de vieja data: la entrega de un espacio digno donde desarrollar sus tareas, hasta hace poco más de un mes cumplidas en el ruinoso edificio de Perú 372, donde sucedieron varios derrumbes de mampostería. La protesta, a ritmo de tambor, ponía así un colofón estridente pero políticamente oportuno a un homenaje que se convirtió en fiesta para el público. Los textos y poemas de Borges habían sido espléndidamente vertidos por “intérpretes de lujo”, como se dijo en la platea, donde algunos propusieron que sea éste y no otro el espectáculo que inaugure el Festival de Buenos Aires.
La minimal escenografía de Carlos Di Pasquo y la penumbrosa atmósfera lograda por Héctor Calmet dieron sobrio marco a un montaje en el que no faltaron laberintos ni mitologías, incluidas la de los antepasados heroicos y la del universo de tapias y duelos a cuchillo, creado por Borges, porque “el trágico universo no estaba aquí/y fuerza era buscarlo en los ayeres”, como escribe en el poema “Mil novecientos veintitantos”. Tampoco faltaron espejos vueltos hacia el público, extrañamente un recurso utilizado en obras que trataron el tema de la culpa. Textos y poemas fueron dichos por Duilio Marzio, Hugo Arana, Horacio Roca, Federico Luppi, Patricio Contreras y Manuel Callau, todos destacables, especialmente Arana.
La elección de los textos, a cargo de Patricia Corradini, privilegió aquellos en que Borges, sin vocación de beligerante, mostró que su patrimonio temático eran él mismo y el universo. De esta disposición surgió un espectáculo reflexivo, irónico y “metafísico”. Las frases tomadas de “Fragmentos de un evangelio apócrifo”, por ejemplo, recitadas de forma contundente por los actores, sonaron como máximas, a veces jocosas e ingenuas (“Felices los amados y los amantes, y los que pueden prescindir del amor”). Se desecharon textos conflictivos, como el siempre sorprendente cuento “El Otro”, por ejemplo, incluido en 1975 en “El libro de arena”, y se ofrecieron, en cambio, para disfrute de la platea, relatos y poemas reflexivos y cosmogónicos: “Ajedrez”, “El instante”, “Las nubes”, “El sueño”, “Las cosas”, “Los enigmas”, “Two English Poems”, “Remordimiento”, “El mar” y “La casa de Asterión”. Esta primera parte se complementó con otra dedicada casi exclusivamente a Buenos Aires, al malevaje, esa “chusma valerosa”, y al tango, a excepción de pasajes como “Borges y yo”, una hazaña actoral de Duilio Marzio.
Bernardo Baraj (saxo y flauta), el primero en subir al escenario de la Coronado y conjurar con su música a los fantasmas literarios, ejecutó junto a su Quinteto una lucida versión de “Milonga de Jacinto Chiclana” (de Borges y Piazzolla) y un tema propio, “Milonga borgeana”. Sin intervalos, la celebración derivó en potente recitado y canto con el ingreso de Susana Rinaldi, quien acompañada por su conjunto (con Walter Ríos en bandoneón, Juan Carlos Cuacci en guitarra y Juan Esteban Cuacci en piano) interpretó “Alguien le dice al tango” (Borges-Piazzolla), y sobre ritmo de milonga (cuyas letras Borges entonaba con voz temblona y resonante, según decía “para fastidiar a Madre”) otras tres composiciones: “Milonga de los dos hermanos” (Borges-Guastavino), “Milonga de Manuel Flores” (Borges-Piro) y “Milonga de los morenos” (Borges-Plaza). En eltramo final, en el que participaron los seis actores recitando “Elegía”, los paneles espejados que antes conformaron la escenografía de “El mar” y “La casa de Asterión” fueron girando hasta enfrentar al público que, por la “magia” del azogue, se convirtió él mismo en espectáculo.

 

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