Este año hubiera
cumplido 74. Se llamó José María Gatica y en la época de esplendor su solo nombre le
producía soriasis a más de uno. Dentro o fuera del ring, enardecía al público que lo
aclamaba y al que lo vituperaba. En lo profesional fue un boxeador de carisma absorbente y
con cualidades naturales que, por exceso de fatuidad, jamás pulió y, por esta
indolencia, su esperado fulgor internacional quedó en ansia. Las más de las veces subía
al ring sin la disposición apropiada, incluso en peleas estimadas trascendentales. Vital
fue la cumplida con el norteamericano Ike Williams que, aunque no se disputaba el título
mundial que el negro poseía, en caso de haberla ganado lo habría consagrado
internacionalmente; pero desaprovechó la oportunidad sin ninguna vergüenza.
Desde que en 1942, Lázaro Koci lo descubre en los festivales de la Misión Inglesa de las
avenidas San Juan y Paseo Colón, y lo hace participar en el Campeonato de Novicios, donde
es vencido en su primera pelea por Ricardo Castillo, hasta su último día de vida, Gatica
nunca dejó de separar las aguas entre admiradores y contreras. Gozaba a sus vencidos;
cuando los tenía a punto para la lona, los apoyaba sobre las cuerdas para que se
sostuvieran en pie y los golpeaba con una resolución tan perniciosa que superaba en mucho
el empeño imprescindible para lograr el triunfo. Tuvo muchas víctimas, pero también
tuvo vengadores que supieron contentar al ring-side; sin mencionar a Prada que lo demolió
en la última de las 6 controversiales y memorables peleas, hay que referirse a Clarence
Sampson, el aludido Ike Williams, y la malhadada parodia de catch con Karadagián en la
cancha de Boca, de donde salió totalmente estropeado y con una pierna tan deteriorada que
nunca más recuperó su normal función; y todo por pasarse de vivo y querer sorprenderlo
a Karadagián, que había organizado el espectáculo para hacer un buen negocio que no se
dio.
Gatica, como toda persona humilde, y aún escondido en una caparazón de soberbia
agresiva, se dejó usar por los jerarcas del peronismo creyendo que él a su vez los
utilizaba a ellos. No se daba cuenta de que esa es la creencia de los giles. Sí, a pesar
de su capacidad intelectual, lo mismo le ocurrió a Discépolo, que fue usado y destruido
por los mismos cortesanos, ni pizca de posibilidad de salir indemne le cabía a un
boxeador analfabeto. Hacía gala de una destemplada franqueza: como toda persona humilde
carente de formación y disfrutando una situación económica holgada, no tuvo empacho en
comportarse con total pedantería, aunque con leves e inconscientes acercamientos a las
diferencias de clase.
Luego de años de silencio, vuelve a ser noticia en 1959; las lluvias inundan la ribera y
en una villa miseria es descubierto por un periodista cuando, con el agua a la cintura,
salvaba a un loro enjaulado. Así vuelve a la primera plana de los diarios. Prada se
acerca e intercede ante el gobernador Alende que incorpora a Gatica a la Dirección de
Educación Física provincial y a su tercera mujer le concede un puesto de enfermera.
Prada lo hace trabajar de gancho en el restorán sobre Paraná y Corrientes.
El negocio no resulta muy brillante y Gatica termina como portero en el club nocturno del
cantor Alberto Morán, al tiempo que los domingos vende unos diablitos rojos en la cancha
de Independiente. En esta última ocupación, al intentar subir a un colectivo en marcha,
cae bajo las ruedas que lo destrozan hasta el knock-out definitivo. En realidad, Gatica,
que odiaba el mote de Mono prefiriendo el de Tigre por
comparación a sus ojos azules y la fiereza desplegada, estuvo lejos de ser un
fuera-de-serie, era sí un buen boxeador, no mucho más, lo sustancial fue que encarnó su
clase de pertenencia y la representó en los atributos y en las carencias; cosa que hizo,
asumiéndose siempre, hasta el final, cuando en la cama del hospital Rawson, sabiendo que
ya debía morir, cerró los ojos, sin ayuda, a la hora 8.55 en la noche del martes 12 de
noviembrede 1963. Había nacido en San Luis (Villa Mercedes) el 25 de mayo de 1925. Dejó
un record de 94 peleas como boxeador profesional (85 triunfos, 2 empates, 7 derrotas);
dejó tres esposas, amantes, hijas que adoró, autos extravagantes, ropa estilo Divito,
whiskies y tintos de marca, cigarros de hoja importados, anillos detonantes, sombreros
texanos, y muchos otros ejemplos que aún hoy persisten infiltrándose en descuidados
elegidos; también dejó una impresionante posibilidad de historias, ciertas y falsas que,
llevándolo a la mistificación, lo convierten en referente ineludible del boxeo
argentino.
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