Desde
hace casi cinco años almuerzan jueves por medio. El plato central es siempre el mismo:
devaluación con fritas o puré, a veces a la coreana, otras a la rusa, y más
recientemente a la brasileña. Sueñan con el día en que su apetecido manjar les sea
servido alla argentina, aunque no concuerdan sobre todos los ingredientes de la receta ni
el chef más idóneo para prepararla. Los conjurados son nueve. Dicen que predican la
devaluación por afán de verdad y amor a la patria, pero hay gente que los mira como a
pájaros de mal agüero. Se llaman Héctor Valle (desarrollismo y Frepaso), Eduardo Conesa
(ex Fuerza Republicana), Eduardo Curia (justicialismo), Daniel Pérez Enri (UCR), Roberto
Favelevic (UIA), etcétera. Juan José Guaresti (nieto), director del Banco Central entre
1983 y 1985 por decisión de Raúl Alfonsín, conservador de tinte
nacionalista, oficia de anfitrión en su viejo estudio de la calle Tucumán, donde cuelga
una panoplia por encima de la boiserie, como presagiando guerra. Los miembros de esta
cruzada sienten que, por decir la verdad que otros callan, se los condena al ostracismo.
Dicen saber que la verdad a menudo devora a quienes la levantan. Lo sintió en carne
propia el aristócrata Winston Churchill, quien por haber denunciado, aun antes del Tercer
Reich, que Hitler era el gran peligro para Europa, fue gradualmente apartado de la
sociedad inglesa. El comienzo de la guerra lo salvó de la ruina, porque lo habían
convertido en un paria. De todas formas, los pertinaces miembros del llamado Encuentro de
Economistas Argentinos no se sienten tan solos en el mundo. Citan por ejemplo a los
economistas Jeffrey Sachs y Paul Samuelson, ambos de posición contraria a la
convertibilidad y al tipo de cambio fijo, y hasta un escrito de Robert Rubin, secretario
del Tesoro estadounidense, en el que hace años indicó que el peso estaba sobrevaluado y
esto le ocasionaría toda suerte de problemas a la Argentina. Del pensamiento vivo de los
devaluaciones pueden espigarse las siguientes convicciones. * La devaluación es inevitable. Y hay sólo dos clases de devaluación: la
que hacen los gobiernos, y las que impone el mercado.
* En la Argentina hubo dos devaluaciones exitosas, hechas por
el gobierno: la de Krieger Vasena en 1967, y la de Sourrouille en 1985. Al día siguiente
el país respiró, y ese aire le alcanzó por cierto tiempo. Hubo también devaluaciones
fracasadas, como la de Federico Pinedo en 1962. Al día siguiente lo echaron. Lo único
que había hecho era devaluar, sin haber preparado otro conjunto de medidas.
* Las devaluaciones decididas por los mercados nunca son
exitosas, porque los mercados deciden normalmente a expensas de los pueblos.
* Las devaluaciones no deben improvisarse, ni son para
improvisados. Un gobierno serio, firme, capaz, puede organizar una devaluación con bajo
costo. Algún costo siempre habrá: no hay devaluaciones gratuitas. Pero por el camino
actual, la Argentina no tiene salida.
* El país está en crisis por la sobrevaluación del peso.
Los dos principios básicos de una buena economía son una moneda correctamente valuada y
un presupuesto estatal en equilibrio. Si hay algún desequilibrio, que sea para obras y no
para ñoquis.
* Cada día hay más deuda, más intereses a pagar y más
déficit fiscal. En el 2000 la Argentina tiene que juntar 24.000 millones de dólares. Con
sobrevaluación cambiaria no pueden aumentarse las exportaciones ni reducirse la
desocupación. Esta paridad convierte al desempleo y la caída de empresas en
estructurales. El Estado, en vez de emitir moneda, emite deuda, externa sobre todo. Este
es otro de los morbos provocados por la sobrevaluación.
* La economía argentina no es improductiva. El agro soporta
altas tasas de interés y peajes que son exacciones legalizadas, y aun así compite con la
producción de países que subsidian al campo. La Argentina prefiere, al sobrevaluar el
peso, subsidiar al productor extranjero.
* Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, empezó
con un marco infravaluado. Lo mismo ocurrió con Japón y posteriormente con Corea. Para
lanzar a la Argentina a exportar no basta con eliminar la sobrevaluación cambiaria. El
peso debería estar subvaluado.
* Los que afirman que una devaluación provocaría un aumento
equivalente de los precios, por lo que resultaría inútil además de desastrosa, no leen
los diarios desde hace años. Inglaterra devaluó la libra en 1992, y también fueron
devaluados el franco francés, la corona sueca, la peseta, el won coreano y el real. En
ninguno de esos casos hubo una estampida de precios. En la Argentina hay un tremendo
margen de capacidad ociosa. Ante una devaluación, lo más probable es que haya sólo un
pequeño reacomodamiento de precios, como sucedió este año en Brasil.
* Al problema de los endeudados en dólares habrá que darle
alguna solución política, aunque hay que admitir que la devaluación causará algún
dolor. Pero es preciso que anticiparse a un dolor futuro que será mayor. El camino del
desajuste cambiario no lleva a ninguna parte.
* Al haber atado el peso al dólar, la Argentina renunció a
su soberanía cambiaria. Pero todos los países del mundo, salvo éste, Hong Kong,
Bulgaria, Panamá, Sierra Leona, Monrovia y otros pocos y no significativos, preservan la
facultad de modificar su paridad de acuerdo a las necesidades de sus economías. Fue
razonable atar el peso en 1991, tras la hiperinflación, pero sólo como un recurso
temporario.
* Los encuentristas sienten desconfianza hacia la
globalización y el liberalismo inculcado a los argentinos por universidades de países
que no lo aplican. Salvo la Argentina, todos los países protegen su producción nacional.
Aunque sea paradójico, hoy devaluar es nacionalista.
* Quizás exista el peligro de que la devaluación se
convierta en una profecía autocumplida: tanto hablar de ella que al final no quede más
remedio que devaluar. En ese momento, los devaluacionistas de la primera hora serán los
chivos expiatorios. Pero el Encuentro no acepta ese mochuelo: la Argentina devaluará --o,
más probablemente, la van a devaluar--, no porque lo haya predicado un pequeño club de
economistas algo exóticos, sino por la fuerza de los hechos. Lula, ese líder brasileño
supuestamente izquierdista que tiene tantos votos como todo el electorado argentino,
decía en agosto del año pasado que el real estaba muy sobrevaluado. Cardoso lo negó,
ganó las elecciones y poco después a Brasil lo devaluaron en un 40 por ciento, luego de
haber perdido 40.000 millones de dólares. Todo por no devaluar cuando Lula lo dijo.
* Acá no hay ningún Lula. Ninguno de los mayores candidatos
admite la devaluación. Pero eso es lo que dicen. Franklin Delano Roosevelt prometió a
sus votantes que nunca haría entrar en guerra a Estados Unidos, pero ya en ese momento
tenía resuelto declarar la guerra.
* Para el próximo presidente hay dos alternativas. Una es
esperar que los hechos ocurran, y apechugar. La otra, tirarse a la pileta y devaluar. El
que haga esto último puede terminar en la gloria o en el patíbulo, y más probablemente
en éste. |