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Por Juan Sasturain los once minutos del primer tiempo quedó una pelota indecisa en el medio campo y los más cercanos y equidistantes a ella a cuatro metros eran, cada uno desde su sector, Carrario y Serna. Partieron con todo y llegaron juntos. Pese a la algarabía reinante (de algún modo hay que calificar el vuelo ininterrumpido de puteadas que atravesaban longitudinalmente la Bombonera) se oyó perfectamente el ruido de la colisión con la pelota en medio. Tan fuerte fue. Ese ruido característico fue acompañado por la exclamación espontánea de la multitud que, como en un cruce de derechas justas en el centro del ring, se entusiasmó. Serna y Carrario fueron en ese momento emblemas de dos bandos, dos caballeros es un decir medievales jugando a desmontarse en un torneo no necesariamente de fútbol. Eso era el partido a esa altura y durante largo rato más: topetazos, un forcejeo, una pulseada, empujones de sumo. Y parejos como en esa pelota, que quedó indecisa. A los 28 minutos de ese primer tiempo, por izquierda de su ataque, Boca obtuvo vía Guillermo su primer tiro libre a favor en cercanías. Riquelme podía hacer, teóricamente, dos cosas: patear al arco o tirarle el centro a la fila escalonada de los lungos: Bermúdez, Samuel, Palermo, Arruabarrena. No hizo eso, sino que inventó un tiro sobre la barrera (ni al arco ni a los receptores habituales) y hasta allí llegaron, picando en el filo, algunos petisos y uno que le ganó a Vivaldo: gol de Guillermo. Eso empezó a ser el partido aunque no había antecedentes desde ese momento: sutileza y contundencia de Boca ante un Chacarita desorientado. A los 37 minutos apenas nueve después ya el partido era otro, estaban 2-0 tras el segundo golazo del Mellizo desde afuera con derecha a colocar arriba, se produjo una jugada como para cerrar la cancha en que la tocaron casi todos y más de una vez y después de pechitos y taquitos entró Cagna para pegarle al palo, inmerecidamente. Se cobró offside, pero si entraba era gol igual, aunque sea en el recuerdo. Esa jugada fue el clímax del partido para Boca; el punto más alto. Había subido muy rápido y sólo le quedaba bajar. Para Chacarita fue la cima, el pozo; desde ahí sólo le quedaba taparse con tierra, enterrarse del todo o empezar a salir. Hizo esto último. Se quedaron un ratito más que Boca en el vestuario y cuando entraron, con Muller por un Alex Rodríguez inexpresivo, tenían el espíritu del comienzo pero los pulmones no. A los 7 minutos del segundo tiempo Chacarita tuvo su primer tiro libre convertible (en gol) y Schiavi le dio con todo a la derecha de Córdoba, que atajó pero dio rebote. Llegó Carrario solito y la tocó con sutileza pero arriba. Se lo perdió. Pudo haber sido y debió ser, sobre todo para el espectáculo, porque Chacarita hubiera arrimado y un Boca algo distendido se habría sentido obligado a ponerse las pilas. Porque tenía pocas ya. Precisamente un ratito después, a los veinte de ese segundo tiempo, terminó el partido, cuando se acabaron la fe de Chacarita y las pilas de Riquelme. Los dos últimos intentos serios de los de Rivoira fueron otra aproximación de Carrario que dio en el palo y el (único) error de Córdoba que la regaló y le salió barata ante el mismo Carrario. La linterna exhausta del diez de Boca había iluminado con cuatro asistencias perfectas a Palermo, a Gustavo, a Guillermo, a un defensor de Chaca que casi la manda adentro hizo clic y fue al bolsillo. No hubo para más. Sólo el trajín conmovedor de Cagna y el no menos obstinado aliento de la tribuna funebrera. Al final, parecía que habían ganado ellos.
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