Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

POR LAS DUDAS
Por José Pablo Feinmann


t.gif (862 bytes) Tal vez la presencia de esos partidos que están lejos, muy lejos del poder sea necesaria para que se atrevan a marcar la osadía de lo imposible. Porque ya se sabe: todo partido que tiene la posibilidad de acceder al poder, la posibilidad de gobernar, reduce su osadía, asume la cautela de la realpolitik. Pero la izquierda (esos partidos pequeños que plantean horizontes lejanos) es necesaria para eso: para pedir, todavía, lo imposible. Así, pide que no se pague la deuda externa, que se rompa con el Fondo, con el Banco Mundial, que se investigue y encarcele a los corruptos, que se deroguen las leyes alfonsinistas de Punto Final y Obediencia na24fo02.jpg (10763 bytes)Debida y que se juzgue y confine en definitiva prisión a todos los genocidas. Sabemos, con dolor, con rabia e impotencia, algo: ningún partido que tenga verdaderamente esas intenciones llegará al gobierno en este país. Y si llega, las iras de los amos del mercado, de la economía, del ominoso mundo del dinero, lo destrozarían en breve tiempo, como lo destrozaron a Alfonsín cuando no hizo debidamente los deberes que luego –con entusiasmo, con ostentosa y moralmente repugnante frivolidad– hizo Menem. De esta forma, la función de la izquierda sea quizás utópica, pero no desdeñable: señalar el horizonte de lo que se debería hacer, aunque ni siquiera ella misma, en caso de acercarse realmente, al poder, podría hacer, porque, entre otras cosas, teniendo en cuenta la militarización del poder financiero internacional, sería borrada del mapa por un “error” de la OTAN. O del organismo militar creado para el caso.
El votante argentino sabe que vota a un poder político condicionado y, lo que es más grave comprometido con un poder económico nacional y multinacional (ya es difícil separar estas dos facetas) que tiene los resortes –cedidos con entusiasmo por la gestión menemista– para condicionar la gobernabilidad de este país. Sabe, también, el votante argentino, que sólo puede esperar, a lo sumo, dos cosas: menor corrupción y cierta tenue voluntad social que ampare a los desdichados, que se apiade de los excluidos. Estas son las cosas que la inevitable realpolitik de los partidos con posibilidades de gobernar permite prometer.
Lo de la corrupción no es un dato secundario. Una disminución del aparato corrupto argentino podría solventar algunos problemas sociales urgentísimos, que se traducen en delincuencia, represión y vidas humanas. Lo de la voluntad social es menos secundario aún y, en cierta medida, posible. Quiero decir: existe todavía, algún margen como para que una dirigencia menos torpe, menos cruel y hasta, digámoslo, menos estúpida y vanidosa, se entregue (aun bajo la consigna del más áspero gatopardismo) a paliar problemas sociales. O sea, el hambre. En la Argentina de hoy hasta el gatopardismo es progre, porque el poder pareciera desear ensañarse con los pobres y llevarlos a una desesperación sin retorno. El poder olvida el costo que la desesperación suele tener en el ámbito social. Pero su avaricia y su torpeza, su increíble cortedad de miras son más intensas que su posible prudencia ante acontecimientos temibles, a los que confía solucionar con una policía militarizada.
Este cuadro es el que permite entender el retroceso del duhaldismo en las encuestas. Los votantes advierten que sólo dos cosas serán posible amenguar: la corrupción y la desesperante situación social. De ambas es responsable el gobierno de Carlos Menem. Tal vez durante estos días simplemente ocurra que muchos (desoyendo toda esa vocinglería del “retorno del peronismo”) estén recordando que el vicepresidente de Carlos Menem –durante la centralidad del proceso que llevó a la Argentina a su desesperante situación actual– se llamó Eduardo Duhalde. Igual que el candidato actual del justicialismo. Y, con cautela, por si, digamos, se tratara de la misma persona, han decidido no votarlo. Sólo por eso: por las dudas.

rep.gif (706 bytes)

PRINCIPAL