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Menos de 30, la nueva generación que defiende los derechos humanos

Al finalizar la última dictadura militar, tenían alrededor de 10 años. Hoy son profesionales que trabajan en el apuntalamiento de los derechos humanos también por vínculos íntimos.

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Por Victoria Ginzberg
t.gif (862 bytes)  María José Guembe es abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Sergio Sorin, miembro de Amnistía Internacional y de la Organización Human Rights. Mariana Pérez y María Lavalle trabajan en Abuelas de Plaza de Mayo. Todos tienen menos de treinta años, es decir, tenían alrededor de diez cuando terminó la dictadura. Son parte de los abogados, periodistas, psicólogos, antropólogos y estudiantes que conforman una nueva generación de defensores de los derechos humanos. Tuvieron que vencer el estigma de ser “unos chicos” que les imponían los mayores y hoy se consolidan con su propio perfil en un espacio donde falta la generación inmediatamente superior a la suya. Son parte, también, delreaseguro de que la defensa de los crímenes de lesa humanidad no se quedará desamparada en el futuro.
“¿Quién es esta nena?”, sentía María José que pensaban algunos de los miembros de los organismos de derechos humanos cuando esta flaca de anteojos se presentó en sus reuniones como interlocutora por el CELS. Su sensación es que tuvo que hacer méritos extra para ganarse la confianza de los activistas tradicionales, no sólo por su edad, sino también por no ser una “víctima directa” de la dictadura. Actualmente se ocupa del área de Memoria y coordina el informe anual que publica el organismo, además de llevar adelante varias causas. También es asesora en derechos humanos de la defensora del pueblo Alicia Oliveira. A pesar de que existen vetas más rentables del derecho, María José eligió hacer algo que la compromete íntegramente. “Nunca tendría mi estudio, no me gusta. Trabajar en derechos humanos tiene que ver con mi parte de militante”, asegura hoy, con 28 años. Esa faceta salió a la luz después de que dejó Bahía Blanca y se vino a vivir a Buenos Aires. Padecer aquí los alzamientos carapintadas fue algo decisivo en la historia personal de esta abogada que se incorporó a una agrupación creada en plena dictadura militar.
Para Sergio, su trabajo en Amnistía y Derechos –organización internacional que sirve de enlace entre instituciones de todo el planeta– también tiene que ver con una vocación de militancia no canalizada. El periodista tiene 27 años y es el encargado del grupo de tecnología en Amnistía. Además, se dedica a su profesión, pero tiene en claro que la prioridad está en su labor en las organizaciones no gubernamentales.
Mariana y María trabajan activamente en la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo desde fines de 1995. Mariana tiene 22 años y estudia Ciencias Políticas. María es un año mayor, y es una futura psicóloga. Ambas se encargan de la actualización de la base de datos de la agrupación y además participan en proyectos relacionados con sus carreras. Mariana, en una investigación de la Facultad de Ciencias Sociales para la elaboración de un archivo biográfico sobre los desaparecidos. María, en la formación de una cátedra de derecho a la identidad.
“Trabajar con las ‘viejas’ es un poco complicado”, se sinceran. “Empezamos pidiendo la llave, peleando para que nos dejen usar la fotocopiadora. A ellas les daba miedo que manejáramos las computadoras, cuando teníamos más idea que ellas. En realidad, a nosotras nos daba miedo que se acercaran ellas”, dice María. Su compañera agrega: “Nos costó, y creo que ya se puede hablar en pasado, que nos dejen de ver como las nietitas, las nenitas que íbamos a las fiestitas de fin año”.
El motivo que las lleva a investigar el paradero de los chicos desaparecidos es predecible. Mariana busca a su hermano que nació en la Escuela de Mecánica de la Armada y María encontró a su hermana hace once años. Las dos jóvenes iban a la sede de Abuelas desde antes de que pudieran entender qué trabajo se realizaba allí. “Lo novedoso, dice Mariana, es que ahora hay gente joven trabajando en los equipos de Abuelas que no son ‘nietos’”.
Las organizaciones donde realizan sus tareas Sergio y María José no se ocupan exclusivamente de la temática vinculada con los crímenes cometidos por la última dictadura militar. Sin embargo, para ambos, el familiarizarse con el horror de esa época despertó su interés por los derechos humanos. Aunque los padres de Sergio habían militado en el Partido Comunista hasta la primera mitad de la década del 70, él asegura que no hablaba de política con ellos y que su interés por los derechos humanos se despertó en otro lado: “El retorno a la democracia lo viví en séptimo grado. El maestro nos hizo conseguir toda la información que había sobre las elecciones y en ese momento me empecé a enganchar. Después, a mitad del secundario me enteré de cosas más cercanas, eso también me marcó: no sólo leer lo que había pasado sino compartirlo”, narra. En BahíaBlanca, donde se crió María José, las imágenes del juicio a los comandantes llegaban muy fragmentadas. “Vine a Buenos Aires en el ‘88 y acá recuperé el retorno a la democracia. Fue abrir la puerta de todo lo que me interesaba y con lo que no había podido hacer nada. Me acuerdo, sí, clarito, de los levantamientos. Semana Santa fue un punto de quiebre”, analiza retrospectivamente.
La llegada de los veinteañeros no sólo aportó sangre joven a las organizaciones de derechos humanos. Algunas veces, no fue fácil para los “nuevos” intentar cambiar algunas de las formas instituidas de trabajo. María se decidió a intervenir en Abuelas cuando vio un volante que había impreso la asociación: “Decía algo así como ‘los esperamos con amor, los esperamos, con un abrazo, los esperamos, los esperamos...’”, recuerda la futura psicóloga. Y agrega: “Pensé que la reacción del otro lado no iba a ser buena: había que hacer algo”. Con la ayuda de los “nietos” (como no les gusta que les digan), las Abuelas cambiaron su discurso y comenzaron a hacer actividades de y para gente joven, como organizar un recital con los Pericos, Gustavo Cerati, Pedro Aznar y otras figuras del rock nacional. “A pesar de los roces que puede haber, creo que todos se alegran de ver gente joven, de ver una continuidad en su trabajo”, concluye Mariana. Y los demás asienten.

 

“Es mejor sentirse útil”
“A veces cuando hablaba con un juez me miraba como diciendo ‘este pendejo ¿qué?’”, cuenta Ariel Garrido, abogado de 27 años. Garrido vivió durante un año en Guatemala, donde trabajó, contratado por las Naciones Unidas, para la fundación Mirna Mack. Allí asesoraba a abogados y juristas, se dedicaba a la defensa del sistema interamericano de derechos humanos y al fortalecimiento de la Justicia. Tuvo que vencer el prejuicio de la edad a la par del extranjero. El abogado, que actualmente está en Buenos Aires, asegura que la aprensión se supera trabajando. Si bien tiene presente que su especialización no es tan redituable como otras, prefiere sentirse “útil”. Viviana Krsticevic nunca se imaginó a sí misma viviendo en Washington pero, dice, resiste porque su trabajo la hace feliz. También abogada y de 32 años, Krsticevic es la directora ejecutiva del Centro por la Justicia y el Derecho internacional, el organismo que representa a las víctimas que acuden a la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. “Tengo la convicción de que la vida es corta y lo mejor es hacer algo que me haga sentir satisfecha y respete mis valores”, afirma. Respecto de las diferencias generacionales, asegura que es difícil mover a alguna gente de los temas tradicionales: “Si le preguntás a la mayor parte de los activistas tradicionales, a nadie le parece demasiado mal que la mujer casada tenga menos derechos que el hombre casado. Para muchos es difícil percibir eso como un algo urgente a resolver”. Krsticevic tenía 16 años cuando la Cámara Federal juzgó a los comandantes. Conocer la brutalidad de la represión, dice fue “muy importante”, pero agrega, “lo que me marcó fue la retirada, el punto final, la obediencia debida y los indultos. Fueron puntos de inflexión en los que sentí que tenía un compromiso mayor con una serie de valores que no eran parte de la agenda oficial de los gobiernos”.


Una práctica atípica
Las pasantías que implementó el CELS hace cinco años, a través de un acuerdo con la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, son la principal fuente de reclutamiento de profesionales jóvenes de la institución. A través de este sistema, los aspirantes a abogados pueden optar por realizar la práctica obligatoria en el organismo en vez de hacerlo en tribunales. En los últimos tiempos, la facultad también realizó acuerdos con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y otras organizaciones de asesoría legal popular. “La gente que viene acá tiene un interés especial por el rol social de abogado, por hacer algo más que la práctica privada, pero es algo atípico dentro de la facultad”, asegura Martín Abregú, director del CELS. La institución también recibe gente joven que trabaja en investigaciones antropológicas y dentro de poco trabajará con alumnos de Ciencias de la Comunicación.

 

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