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Por Alfredo Grieco y Bavio Con más de 200 millones de habitantes, Indonesia es el cuarto país más populoso de la tierra. La vecina Timor Oriental era uno de los más densamente poblados. Pero en 1975 sufrió una cruenta invasión indonesia, con apoyo norteamericano. En los primeros años de ocupación, uno de cada cuatro timorenses fue asesinado. Los que sobrevivieron y sus descendientes votarán hoy a favor o en contra de independizarse de Indonesia, en una elección de alto riesgo organizada por la ONU. Es que la población vive aterrorizada por las represalias de los paramilitares antiindependentistas. Y el ejército, encargado del entrenamiento paramilitar, anunció que no sabrá (o no querrá) contener el estallido de violencia esperado. Desde hace 24 años, la situación en Timor Oriental es una de las herencias más sangrientas de la década del 70. Cuando la revolución de los claveles triunfó en Portugal en 1974 y depuso a la dictadura derechista de Salazar, el imperio colonial más antiguo del mundo empezó a derrumbarse. Para Timor, una colonia populosa y católica que había vivido cuatro siglos de dominio portugués fue el principio del fin. El dictador indonesio Suharto aprovechó la ocasión para una fácil y bien promocionada victoria. Estados Unidos lo dejó hacer, como lo dejó hacer siempre. Al menos con Timor, podía pensar la administración del presidente republicano Gerald Ford, no ocurriría lo mismo que con Angola y Mozambique, las ex colonias portuguesas que giraron a la izquierda en los dos flancos de Africa. Timor se convirtió en la provincia número 27 de Indonesia. La votación de hoy, organizada por la ONU, ya fue aplazada dos veces. Las campañas sistemáticas de los paramilitares antiindependentistas fueron descritas por algunos analistas militares como inspiradas directamente por el programa Phoenix lanzado por EE.UU. en Vietnam del Sur en los años 70 para eliminar las guerrillas del Vietcong. Este referéndum constituye un momento crucial para Indonesia, que firmó el 5 de mayo pasado con Portugal un acuerdo para procurar solucionar el último conflicto que dejó la descolonización de los imperios clásicos. Es una prueba importante para el presidente indonesio, Jusuf Habibi yerno y heredero de los 32 años de dictadura de Suharto, que permitió esta apertura política, impugnada por el ejército, en momentos en que trata de ser reelecto para un segundo mandato. Pero el obispo católico y premio Nobel de la Paz, Carlos Belo, volvió a reclamar ayer la postergación del referéndum. Y el ejército indonesio pareció darle la razón al reafirmar su desinterés por la seguridad.
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