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SUBRAYADO

El ejército magno, "Todo por 2 pesos" y los enanos de Borges

Por Carlos Polimeni

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"Todo x 2 pesos" se reía de modelos reconocibles del establishment televisivo.

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Astiz, ¿macho y argentino?


"Se le puede perdonar a un hombre hacer cualquier cosa... siempre que no la admire."
Oscar Wilde

1. Caetano Veloso se acomodó los lentes, desplegó uno de los diarios tamaños sábana de Brasil sobre una mesa, y se encontró con una de esas noticias policiales que hablan más de las sociedades que los editoriales. Era un mediodía de 1997 y hacía calor, en Leblon, la parte más paqueta de Río. La noticia era como una especie de repetición del caso de Hugh Grant, sólo que en clave Almodóvar: la policía había detenido en un callejón a dos hombres, a los que había encontrado atareados en el sexo oral. Uno era mayor, el otro muy joven. Uno era un ciudadano respetable, el otro un taxi boy. El mayor, que lucía desesperado al ser descubierto, era un coronel del glorioso Ejército Brasileño, casado con una mujer de buen nivel social. Aquellos policías de bajo rango acabaron sin saberlo, al abrir las puertas del auto, con su carrera, con su vida social, con su matrimonio y con una parte importante de su honor. La historia acabó en tragedia: unas semanas después, un desconocido al que nadie supo identificar mató al coronel en la calle, tal vez por el cachetazo que en mitad de la crisis de la detención le pegó al joven al que había pagado por un ratito de sexo.

A Caetano no le impactó tanto la historia --Almodóvar estuvo escribiendo el guión de un posible próximo film ¡sobre el universo masculino! en su propia casa, el verano pasado-- como la repercusión que tuvo el caso en la prensa brasileña. Una noche, y esto ya fue contado en una nota de mayo del año pasado, en el suplemento Radar, un programa de investigación presentó un debate sobre el asunto, para tratar de indagar sobre si la historia del coronel era, ya se sabe, un hecho aislado o revelaba verdades ocultas bajo siete candados. "Debe quedar claro que es la primera vez que esto pasa entre militares", escuchó Caetano que decía un general de gesto duro. "En el Ejército, estas cosas no ocurren, ni deben ocurrir. ¿Cómo podría tolerarse que haya homosexuales en las Fuerzas Armadas?" Unos días después, Caetano, padre de tres hijos, y en condición técnica de ser abuelo, decidió escribir una canción sobre el tema. La canción, que grabó meses después, se llama "Alexandre" y es una de las mejores de su disco Livro. Cuenta la historia del militar más poderoso de la historia de la humanidad, Alejandro Magno, un chico macedonio educado por Aristóteles, rey desde los 20 abriles, conquistador de Grecia y Egipto, dueño del Imperio Persa, "generoso y malvado, magnánimo y cruel". El genio militar cuyas batallas estudiaron por siglos los estrategas --entre ellos Napoleón-- era homosexual, quería recordar Caetano a su sociedad. Alex-andros significaba en griego "el que combate a los hombres". Alexandros los combatía en el campo de batalla y en el lecho. Y nadie lo desobedecía por eso cuando era hora de cargar contra las hordas enemigas. Fue el hombre más poderoso de todos, en su época, y uno de los que unió las entonces irreconciliables culturas occidental y oriental.

Nadie parecía recordar la historia, cuando el jueves pasado Mariano Grondona invitó a seis panelistas a debatir sobre el anuncio del general Martín Balza sobre la posibilidad de que el Ejército Argentino comience a incorporar homosexuales a sus filas, o mejor dicho, a no impedirles el ingreso, como hasta ahora. Sólo un televidente recordó al invencible ejército espartano y al emperador Adriano, que hacían, con hombres y contra hombres, el amor y la guerra. En su papel habitual de tirabombas, el pensador Juan José Sebrelli recordó que los ámbitos cerradamente masculinos, como las fuerzas armadas, los equipos de fútbol, el clero, terminan siendo, de modo casi necesario, lugar propicio para el desarrollo de la homosexualidad. El coronel retirado Luis Prémoli, ex hombre fuerte de la empresaria Amalita de Fortabat, le contestó que en medio siglo en el Ejército jamás había oído ni de pasadas, ni visto, ni sabido de un medio caso de homosexualidad. O está sordo o está corto de vista, habrán pensado los televidentes. Pueden acercársele docenas de miles de testimonios. En las épocas del servicio militar obligatorio había gays que intentaban ser reclutados, por todos los medios posibles, para hacerse un verdadero festival en los cuarteles, entre otros datos de color. Participaban reclutas tagarnas, sunchos surtidos y oficiales de todo calibre. No es que Prémoli no sepa que esto pasó o pudo pasar: es más bien el lugar desde donde lo dice lo que parece irritante.

Si el Ejército tan macho y tan argentino que representan los Prémoli de este mundo es el mismo que conquistó la Patagonia exterminando a los indios para quedarse con las tierras, derrocó entre otros a Yrigoyen, a Perón, a Frondizi, a Illia, fusiló a los luchadores de la Patagonia que intentaban poner fin a la explotación absurda a que los sometían patrones sin leyes, concretó La Noche de los Bastones Largos, secuestró y torturó a gusto durante los 70 e hizo "desaparecer" a 30 mil ciudadanos y cuando tuvo que pelear contra un adversario de verdad hizo lo que hizo en Malvinas, ¿no habría sido mejor que hubiera tenido desde siempre homosexuales en sus filas? ¿No le habrían dado al menos, mayor sentido común? ¿Quién era más valiente, entre el teniente Astiz que hacía puntería en la nuca de Dagmar Hagelín al frente de una patota de salvajes o Batato Barea, que se ponía tetas y salía a lucirlas por una ciudad donde hay gente que te insulta por una cosa tan nimia como el color de tu pelo?

2. Marcelo Tinelli llegó al éxito de Videomatch de carambola, en una historia que vale la pena recordar, porque ya es tan vieja como la década. La decisión del presidente Carlos Menem de pagar favores previos privatizando los dos canales que podían privatizarse (el 13 para Clarín, el 11 para Atlántida,) había originado una etapa de grandes cambios en las pantallas. Al joven gerente del flamante Telefé, Gustavo Yankelevich, se le ocurrió explorar el horario de la medianoche, que hasta entonces habían explotado apenas Juan Alberto Badía y Raúl Portal, en su etapa más bobita. Para eso compró un montón de latas con material deportivo, contrató a un grupo de periodistas y le ofreció la conducción del experimento al joven Gustavo Lutteral. Sobre la hora, éste rechazó el trabajo, pensando que con Badía tenía más futuro. Yankelevich llamó de urgencia a Tinelli, que estaba dando vueltas por los canales ofreciendo, sin éxito, una serie de micros sobre las ciudades donde ese año se disputaría el Mundial de Fútbol 1990, que había financiado de su propio bolsillo. Videomatch midió muy mal en las primera semanas, y algo no funcionaba: los comentaristas a duras penas podían disimular sus risas ante la realidad de que el material deportivo que debían evaluar era de cuarta.

Soportado el primer embate de la razón, Tinelli comenzó a soltarse, a ponerse liviano, a abandonar su papel de presentador más o menos formal para sumarse a la chacota que se producía en el estudio cuando Gonzalo Bonadeo u Osvaldo Príncipi se las veían en figurillas para justificar la importancia de pasar al aire un partido de tenis entre una transexual y un jugador retirado o una pelea entre el campeón de Sumatra de los livianos y un oso polar bizco. Lo dejaron hacer porque el rating era inexistente. Con el invierno del 90 llegó el Mundial de Goycochea, Maradona y Caniggia. Los partidos se jugaban por la tarde y por la noche. El encendido completo de la televisión aumentó considerablemente, como ocurre en estos casos. Cuando todos los programas terminaban y la gente se quedaba con ganas de más deporte, allí estaba en Telefé esa banda algo descontrolada, como de colegio privado de Olivos, riéndose de todo, convirtiendo en humorístico aquello que había sido planeado en serio. Como en un cuento, una vez pasado el Mundial, Videomatch tenía l4 puntos de rating. Comenzaba, de rebote, el fenómeno más importante de la televisión argentina de los 90, aquel que la define. Empezaba el apogeo del pum para arriba superproducido. Tinelli ya nunca más sería el relator de fútbol en ascenso o el ex che pibe de Badía. Tinelli estructuraría de allí en más un imperio dentro de otro imperio. Hoy su programa es el más visto, cada día, de la Argentina, y Tinelli tiene tres hijos, algunas canas, mucha plata, varias propiedades, pocas pulgas, miles de chivos, y una estancia.

Tinelli tiene, además, una productora de televisión, que generó para hacer un canal de cable cautivo de Telefé, que para eso levantó el año pasado su señal de noticias, Red de Noticias. En esa condición, ya que la crisis económica paró el proyecto de la propia señal de cable, suministra programas a otro canal de aire que ha cambiado de nombre y de dueño, el ex 9, hoy Azul. Uno de esos programas se llamó, hasta esta semana "Todo x 2 pesos". Fue levantado porque su rating, 3 puntos en un canal que promedia 6, dejaba que desear. No hace falta decir que el delirio al que le pusieron la cara Fabio Alberti y Diego Capusotto fue una de las sorpresas de calidad de la temporada. En cambio, sí conviene recordar de dónde viene Tinelli, incluso de qué modo de hacer negocios en televisión fue resultado para evaluar cómo se comporta cuando de él depende el futuro de otros. ¿O no habrá tolerado nunca que esos conductores se riesen de modelos reconocibles del establishment televisivo, cuya vanguardia integra? Mal debían estar los buscadores de perlas en la televisión argentina de aire si dependían del bolsillo o el humor de Tinelli, ¿no?

3. El marido de la organizadora se presentó a un concurso de literatura y lo ganó. El concurso, que organiza la Secretaría de Cultura de la Nación, lleva por nombre Jorge Luis Borges y ofrece un premio de cien mil dólares. Los jurados en cuento eran Abelardo Castillo, Hector Tizón y Augusto Monterroso. En poesía, Gonzalo Rojas, Leónidas Lamborghini y Joaquín Gianuzzi. La organización del concurso estaba a cargo de Leonor Fleming, encargada del área Libros e Industrias Culturales de la Secretaría. El premio en cuento, luego de una ardua disputa interna, se repartió entre un venezolano, Oscar Mareano, y un argentino, Santiago Sylvester. Veinticinco mil para cada uno. Una vez concedido, el jurado supo que Sylvester es esposo de Fleming, aunque el seudónimo era bastante parecido al apellido (Sylverstein). No es un sketch de "Todo x 2 pesos", ni una jodita de Tinelli: ocurrió en Buenos Aires durante la semana pasada. La sabiduría popular dice que la esposa del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo. Ya que el concurso lo homenajea, no está nada mal recordar una ocurrencia de Borges, cierta vez que Enrique Pezzoni lo invitó a dar una conferencia en Filosofía y Letras. Habló sobre la estridencia de los títulos que un escritor elige cuando es joven, lo que motivó que Pezzoni le preguntase que le parecía Matando enanos a garrotazos, que acababa de publicar Alberto Laiseca. Georgie, con la pelota picando en el área chica, contestó: "Caramba, parece un plan para reescribir la historia de la literatura argentina".

 

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