La semana pasada el
teniente general Martín Balza, jefe del Estado Mayor del Ejército, pareció dar gala de
progresismo al intentar reacomodar la relación entre las fuerzas armadas y los
homosexuales (él no dice gays). En realidad esa relación es vieja y tiene alcances
fundantes. Jorge Salessi en su libro Médicos, maleantes y maricas explica cómo la
noción de desvío contribuyó a un ordenamiento destinado a ejercer una campaña
científica moralizadora para definir los parámetros del hombre argentino
normal, cuyo modelo debía encontrarse fundamentalmente en el Ejército
argentino.
Claro que nunca faltan los escándalos. En 1906 el mayor del Batallón 10 de
Infantería Juan Comas mató al capitán Arturo Macedo quien, según documentos recogidos
por Jorge Salessi, poco antes había hecho una declaración firmada en conjunto con
miembros de su compañía donde involucraba a su futuro asesino en prácticas
homoeróticas. Entonces ningún informe fue explícito, a lo sumo se habló de un
amigo predilecto. En agosto de 1942 (¿El general Balza habrá querido
festejar el aniversario?) estalló otro escándalo, pero esta vez con nombres y apellidos
de abolengo y dando nombre a la sospecha. En los departamentos de jóvenes jailaifes
porteños, se hacían fiesta negras adonde se mezclaba el color rosa con el que se asocia
popularmente la cultura gay con el verde oliva con el que se asocia popularmente la
disciplina militar. Las evidencias fueron unas fotografías artísticas de
algunos cadetes desnudos, en poses provocativas y gorra del Colegio. El resultado del
escándalo fue desde el exilio hasta el suicidio pasando por el arresto y las
destituciones. Según la investigadora Donna Guy (El sexo peligroso), este episodio
influyó en el hecho que las autoridades militares argentinas decidieran reabrir los
burdeles cerrados a raíz de la Ley de Profilaxis Social dictada en 1936. El decreto
10.638 de abril de 1944 permitía abrir quilombos cerca de los cuarteles para
encaminar a los soldados a su destino natural y desviarlos, sobre
todo en el caso de que se encontraran en las bases remotas del sur, de los servicios de
una inocente oveja patagónica o de un compañero.
En la última dictadura los gays fueron considerados ejemplares de la botánica represiva
y tuvieron su rama propia en el árbol de la subversión. Claro que existieron espacios de
resistencia en baños y andenes adonde también extendía su fronda la División de
Moralidad, rama del árbol de la represión militar. En un libro, de próxima aparición,
Fiestas, baños y exilio (Los gays porteños bajo la última dictadura) Flavio Rapisardi y
Alejandro Modarelli aseveran que las ramas de los dos árboles solían cruzarse en el
mismo bosque de la noche y documentan cómo los mismos agentes represivos, mediante la
extorsión y el chantaje, terminaban por acceder a lo goces que denunciaban. Fiestas,
baños y exilios registra el testimonio de un ex empleado de Fabricaciones Militares
hoy elige llamarse La Richard sobre su romance con un guardia de
la comisaría de la Casa Rosada que transcurrió entre las paredes de Balcarce 50
bajo las oficinas asexuadas del general Videla: El diseño de la
comisaría de Casa de Gobierno es o era- como el de cualquier otra comisaría. Hacia
el lado derecho estaba el Casino de Oficiales, donde yo me quedaba a dormir. Era una
situación no sabida, aunque ahí dentro él me presentara como su pareja a otros maricas
tapados. Era muy amigo de un chico de la Casa Militar, un teniente de caballería
espléndido, que uno lo veía y se desmayaba: alto, engominado, de bigotes. Lo conocí un
día que entró golpeando las botas al dormitorio, muy estilo macho pesado. Me relojeó
por un segundo, recostado como estaba yo en la cama, junto con mi pareja, y lanzó un
suspiro delator. Se quejaba de que tenía los pies hechos mierda. Y yo le dije: ¿Y
entonces por qué no te sacás las botas? Me miró sorprendido, pero con mucha gracia, y
me respondió: ¿Sacarme las botas, estás en pedo? Mirá cómo me
lucen. El maestro Sigmund Freud dijo: La Iglesia y el ejército son
instituciones homosexuales con instintos coartados en su fin. ¿Siempre? La
propuesta del general Balza de no castigar con prisión a los militares que tengan
prácticas gays en sus vidas privadas y de que no se pregunte a ningún aspirante al
Ejército sus tendencias políticas, religiosas o sexuales al revés de la de los
militares que en 1944 abren la puerta de los prostíbulos, sugiriendo que la
homosexualidad es una falta de recursos reconoce la especificidad del deseo
homoerótico. En cuanto a los alaridos castrenses levantados, seguramente se deben menos a
la homofobia que al miedo de que los gays se comporten como verdaderos soldados y no
puedan diferenciarse del joven argentino al que se convoca desde los avisos
publicitarios y del que se espera que sólo conozca la pluma del tintero.
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