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PLUMAS Y BOTAS
Por María Moreno


t.gif (862 bytes) La semana pasada el teniente general Martín Balza, jefe del Estado Mayor del Ejército, pareció dar gala de progresismo al intentar reacomodar la relación entre las fuerzas armadas y los homosexuales (él no dice gays). En realidad esa relación es vieja y tiene alcances fundantes. Jorge Salessi en su libro Médicos, maleantes y maricas explica cómo la noción de desvío contribuyó a un ordenamiento destinado a ejercer una campaña científica moralizadora para definir los parámetros del hombre argentino “normal”, cuyo modelo debía encontrarse fundamentalmente en el Ejército argentino.
na32fo02.jpg (11451 bytes)Claro que nunca faltan los escándalos. En 1906 el mayor del Batallón 10 de Infantería Juan Comas mató al capitán Arturo Macedo quien, según documentos recogidos por Jorge Salessi, poco antes había hecho una declaración firmada en conjunto con miembros de su compañía donde involucraba a su futuro asesino en prácticas homoeróticas. Entonces ningún informe fue explícito, a lo sumo se habló de un “amigo predilecto”. En agosto de 1942 (¿El general Balza habrá querido festejar el aniversario?) estalló otro escándalo, pero esta vez con nombres y apellidos de abolengo y dando nombre a la sospecha. En los departamentos de jóvenes jailaifes porteños, se hacían fiesta negras adonde se mezclaba el color rosa con el que se asocia popularmente la cultura gay con el verde oliva con el que se asocia popularmente la disciplina militar. Las evidencias fueron unas fotografías “artísticas” de algunos cadetes desnudos, en poses provocativas y gorra del Colegio. El resultado del escándalo fue desde el exilio hasta el suicidio pasando por el arresto y las destituciones. Según la investigadora Donna Guy (El sexo peligroso), este episodio influyó en el hecho que las autoridades militares argentinas decidieran reabrir los burdeles cerrados a raíz de la Ley de Profilaxis Social dictada en 1936. El decreto 10.638 de abril de 1944 permitía abrir quilombos cerca de los cuarteles para “encaminar” a los soldados a su destino “natural” y desviarlos, sobre todo en el caso de que se encontraran en las bases remotas del sur, de los servicios de una inocente oveja patagónica o de un compañero.
En la última dictadura los gays fueron considerados ejemplares de la botánica represiva y tuvieron su rama propia en el árbol de la subversión. Claro que existieron espacios de resistencia en baños y andenes adonde también extendía su fronda la División de Moralidad, rama del árbol de la represión militar. En un libro, de próxima aparición, Fiestas, baños y exilio (Los gays porteños bajo la última dictadura) Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli aseveran que las ramas de los dos árboles solían cruzarse en el mismo bosque de la noche y documentan cómo los mismos agentes represivos, mediante la extorsión y el chantaje, terminaban por acceder a lo goces que denunciaban. Fiestas, baños y exilios registra el testimonio de un ex empleado de Fabricaciones Militares –hoy elige llamarse “La Richard”– sobre su romance con un guardia de la comisaría de la Casa Rosada que transcurrió entre las paredes de Balcarce 50 “bajo las oficinas asexuadas del general Videla”: “El diseño de la comisaría de Casa de Gobierno es –o era- como el de cualquier otra comisaría. Hacia el lado derecho estaba el Casino de Oficiales, donde yo me quedaba a dormir. Era una situación no sabida, aunque ahí dentro él me presentara como su pareja a otros maricas tapados. Era muy amigo de un chico de la Casa Militar, un teniente de caballería espléndido, que uno lo veía y se desmayaba: alto, engominado, de bigotes. Lo conocí un día que entró golpeando las botas al dormitorio, muy estilo macho pesado. Me relojeó por un segundo, recostado como estaba yo en la cama, junto con mi pareja, y lanzó un suspiro delator. Se quejaba de que tenía los pies hechos mierda. Y yo le dije: ¿Y entonces por qué no te sacás las botas? Me miró sorprendido, pero con mucha gracia, y me respondió: ‘¿Sacarme las botas, estás en pedo? Mirá cómo me lucen’”. El maestro Sigmund Freud dijo: “La Iglesia y el ejército son instituciones homosexuales con instintos coartados en su fin”. ¿Siempre? La propuesta del general Balza de no castigar con prisión a los militares que tengan prácticas gays en sus vidas privadas y de que no se pregunte a ningún aspirante al Ejército sus tendencias políticas, religiosas o sexuales –al revés de la de los militares que en 1944 abren la puerta de los prostíbulos, sugiriendo que la homosexualidad es una falta de recursos– reconoce la especificidad del deseo homoerótico. En cuanto a los alaridos castrenses levantados, seguramente se deben menos a la homofobia que al miedo de que los gays se comporten como verdaderos soldados y no puedan diferenciarse del “joven argentino” al que se convoca desde los avisos publicitarios y del que se espera que sólo conozca la pluma del tintero.

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