OPINION
Temporada de Jauja
Por James Neilson |
Una
consecuencia acaso lógica del triunfo ecuménico de la democracia liberal es que los
vendedores de políticos, estos expertos en marketing que desde una oficina en Dallas o
Río de Janeiro diseñan campañas electorales para candidatos en cualquier lugar del
planeta que estén dispuestos a pagarles los honorarios que consideran adecuados, están
tan abrumados por el trabajo que a veces se equivocan de país y mandan a un populista en
Burundi el software que habían creado para un ecólogo sueco, con el resultado de que
votantes tropicales son exhortados a usar trineos y tratar bien a sus renos mientras que
dirigentes escandinavos comienzan a perorar sobre cacahuetes y la amenaza congoleña. Es
por eso que Eduardo Duhalde ha declarado la guerra a la DGI, comprometiéndose a hacer de
Argentina un país casi libre de impuestos en el que no habrá evasores porque no habrá
nada para evadir: compró a una empresa brasileña un viejo programa que llegó demasiado
tarde para ser usado en la campaña de Ronald Reagan en 1980 pero que, levemente retocado,
le parece adecuado para la Argentina finisecular. No es la primera vez que haya ocurrido
algo así: el plan que Carlos Menem recibió de Bunge y Born cuando empezaba
su gestión y que enseguida puso en marcha fue fruto de un profundo análisis informático
de la economía... brasileña, detalle que en aquel entonces no preocupó a nadie. En la
edad de la globalización, lo que es bueno para algunos también lo es para todos los
demás.
Puede que en el Japón la idea de bajar casi todos los impuestos para que la gente se
abalanzara sobre las tiendas y la producción estallara poseyera cierto encanto, pero en
la Argentina tal como efectivamente es no pasa de ser un chiste de pésimo gusto. No sólo
es cuestión del equilibrio fiscal que naturalmente obsesiona a los economistas sino
también de la división del país en dos partes, de las cuales una, muy minoritaria, es a
su modo primermundista y la otra está hundida en la miseria más absoluta. ¿Será
posible superar este abismo a menos que los pudientes se acostumbren a pagar impuestos
como en Europa? Desde luego que no. Claro, Duhalde, De la Sota y otros recién convertidos
en neorreaganistas dicen que en el fondo lo que tienen en mente es reducir los impuestos
para que los evasores habituales finalmente acepten aportar lo suyo, pero esto supone que
tarde o temprano llegarán a la conclusión de que lo mejor sería abolirlos por completo
porque a los reacios a poner al día cualquier gravamen, por minúsculo que fuera, les
parecería excesivo. |
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