Velada de grandes
coincidencias en el bar. Entusiasta coloquio sobre la dignidad del trabajo, la tarea bien
realizada y la satisfacción del deber cumplido. Cada uno, por turno, reflexiona sobre su
vida de trabajador voluntarioso y feliz. Entre la cigarra y la hormiga, todos, sin
excepción, siempre se han identificado con la hormiga.
Inclusive Anselmo, un parroquiano que interviene poco en las conversaciones, tiene algo
para decir:
Personalmente he llevado esa identificación lo más lejos posible. De la hormiga no
sólo se puede aprender la laboriosidad, sino también el ingenio y la paciencia.
Bien expresado dicen varios.
Debo confesar que durante años, por razones que no viene al caso mencionar,
sobreviví, como se dice comúnmente, de la caza y de la pesca, y llegué a perfeccionarme
en esa singularidad. En mi vida el trabajo fue una vocación tardía.
Más vale tarde que nunca decimos.
Las cosas empezaron a cambiar la noche en que el miserable de mi cuñado me dijo:
Estoy podrido que te comás todo, a partir de hoy no me tocás más nada de la heladera.
Yo vivo con ellos, en la casa familiar, ocupo la habitación de huéspedes que está en la
terraza. Me encerré a meditar. Medité durante una noche, un día y otra noche, y al
final de ese retiro había comenzado mi duradera alianza con el trabajo.
No hay mal que por bien no venga dicen varios.
Esa madrugada, cuando bajé la escalera, me dije: Anselmo, te merecés un suculento
plato de tallarines con manteca y parmesano, rociado con unos buenos vasos de excelente
borgoña. Así que a trabajar. Al gordo miserable de mi cuñado le encanta comer y chupar,
tiene una bodega espectacular y la despensa siempre llena. Me conseguí una aguja de
tejer, perforé el fondo de unos cuantos paquetes de spaguetti y con cuidado fui sacando
cinco o seis fideos de cada paquete. Después busqué una navaja de afeitar, abrí un pan
de manteca, lo rebané muy finamente por los cuatro costados y lo volví a cerrar con suma
pulcritud. La navaja me sirvió también para el parmesano. Todavía me faltaba el vino.
Del botiquín traje una jeringa descartable, con infinito esmero atravesé el plomo y el
corcho de varias botellas y extraje una cantidad razonable ya que era mi noche de
casamiento con el trabajo. Les inyecté vinagre a las botellas para que el vino se picara
y el miserable tuviera que devolverlas y así siempre hubiera botellas nuevas en la
bodega. Lo único que puedo decir a su favor es que elige buenas marcas. Aquel fue el
plato de fideos más gratificante que comí en mi vida, sin duda gracias al gran trabajo
que me costó.
Lógica conclusión en la que coincidimos dicen todos.
Me fui especializando en mi larga marcha hacia la despensa y si no fuera demasiado
extenso les podría explicar cada una de las técnicas que apliqué. Por ejemplo, para
extraer arvejas congeladas del sobre de plástico basta una pinza de depilar. Después se
suelda la punta del sobre con la plancha caliente. Para la lechuga, se sacan algunas hojas
cerca del centro, cortándolas con una tijerita curva de pedicuro. Ni el verdulero se
daría cuenta. A los miserables y a mí nos gusta el pan lactal, se pueden imaginar lo
sencillo que es sustraer alguna rebanada. El dentífrico requiere pulso y concentración
para que el pomo luzca siempre gordo. Modestia aparte, yo en mi trabajo soy un orfebre, un
miniaturista.
¿Cómo se arregla con las latas?
Ahí el gran trabajo es la paciencia. En algún momento las van a abrir. De todos
modos, me di cuenta de que no podía dedicarme solamente a los envases cerrados, porque no
son infinitos. Ya sea en abiertos o en cerrados, lo importante es saber hasta dónde se
puede avanzar sin que se note la merma.
¿Nunca cometió un error de cálculo?
Una vez me pasé del límite, atravesé la delgada línea roja. De la ristra de
salamines saqué uno de más. Lo noté inquieto al miserable, contaba y volvía a contar.
Me salvó Fido. Le tiré el piolín y la etiqueta del salamín tandilero al lado de la
cucha. Como trabajo, reconozco que fue un trabajo sucio. Y no voy a decir que estoy
orgulloso de esa pequeña bajeza. Las cosas que el miserable le gritó al pobre Fido son
irreproducibles. Y el noble animal se lo bancó sin un ladrido.
El perro es el mejor amigo del hombre, sin duda.
Aprendí la lección y no volví a equivocarme. Trabajosamente, aplicando el método
de prueba y error, fui ajustando la mecánica hasta averiguar cuál era el límite de
percepción óptica del miserable y la miserable. Llegué a la conclusión de que ambos
tienen una forma de pensamiento análogo al de las gallinas.
¿Y cuál es esa forma de pensamiento análogo al de las gallinas?
Las gallinas sólo saben contar hasta tres, usted puede sacarle todos los huevos que
quiera, mientras le queden tres no se darán cuenta. Ese descubrimiento fue un verdadero
premio al trabajo.
Anselmo termina su relato y sigue un silencio reverencial. Más de un parroquiano se debe
estar preguntando si él, comparado con Anselmo, no será al fin y al cabo más que un
miserable vago.
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