Por Carlos Rodríguez Doctor, sepa disculpar
lo que pasó. No se preocupe, en un rato le devolvemos todo en el estudio. Cuando
cortó la comunicación, el abogado José Luis Améndola creyó que se trataba de una
broma, pero pocos minutos después el gentil hombre del teléfono, que resultó ser una
persona a la que alguna vez había defendido por distintas causas penales, le reintegró
el reloj y los 900 pesos que horas antes le habían sido sustraídos por dos jóvenes que
lo encañonaron con un arma. Améndola aclaró a Página/12 que el ladrón agradecido
no estaba entre los que lo robaron y cuando se presentó personalmente en el
estudio del letrado, en el centro de la ciudad de La Plata, se limitó a decir que era
todo lo que había podido recuperar. En realidad era exactamente
todo lo que le habían robado a Améndola, quien mantiene en reserva el nombre de su
ex cliente.
En épocas en las cuales se alimenta una y otra vez la idea de que los ladrones son cada
vez más violentos, Améndola tiene la impresión de haberse cruzado con un delincuente al
estilo de fines del siglo pasado. La verdad que lo que me pasó es algo muy pocas
veces visto, si es que alguna vez ocurrió algo así. El robo se produjo hace ocho
días, pero Améndola sólo lo comentó entre algunos colegas, hasta que se enteró la
prensa. Ese día salió a las 8.30 en su auto particular, desde Gonnet, localidad en la
que vive con su familia. Cuando se detuvo, por un semáforo en rojo, en la esquina de 25 y
500, un hombre se bajó de otro auto.
Me encañonó con un revólver, bajé el vidrio y muy sintéticamente me dijo que le
entregara todas las cosas de valor. Primero le reclamaron que se quitara el reloj y
luego, sin ofrecer resistencia alguna, se desprendió de toda la plata que llevaba
encima, que serían unos 900 pesos. En el apuro por evitar que los ladrones se
ofuscaran, Améndola les entregó también todas sus credenciales. El atraco duró
apenas diez segundos y, reprochándose la mala suerte, Améndola se encaminó
hacia una serie de audiencias en las que debía participar.
Cuando ya me había olvidado de lo sucedido, en mi estudio (de la calle 13 entre 46
y 47) recibí el llamado de un hombre, que no se identificó, y que me hizo algunas
preguntas. Améndola le confirmó, al entonces desconocido interlocutor, que lo
habían asaltado y hasta detalló cuáles habían sido los valores que le arrebataron. La
respuesta del hombre fue que esperara un rato y que le iban a reintegrar todo.
Minutos después la promesa se cumplió cuando llegó una persona a la que reconocí
como un ex cliente mío, que sin revelar el nombre de los que me robaron me
entregó todo y hasta me presentó sus disculpas.
Améndola deduce que su viejo cliente era conocido de los dos hombres que lo
robaron y que lo reconoció porque ellos se llevaron mis credenciales. El
abogado aclaró que, a pesar de su condición de hombre del Poder Judicial, por lo
especial de la situación decidí, por ahora, no hacer ninguna denuncia, porque en
definitiva me devolvieron todo. También resolvió ni siquiera mencionar el
nombre de mi ex cliente, primero porque desconozco sus actividades actuales y luego porque
lo suyo fue un buen gesto que tengo que agradecer. Estimó que su silencio puede
considerarse como secreto profesional, aunque admitió, entre risas, que tal
vez lo pueden acusar de encubrimiento.
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