Por Fernando DAddario Me gusta Mike, fue
la respuesta lacónica que lograron sacarle a Miles Davis cuando le pidieron que nombrase
nuevas figuras en el jazz. No era poco, tratándose del genial trompetista, tan poco amigo
de los halagos ligeros. Mike Stern tomó la brevedad del elogio como un síntoma
auspicioso, y pronto comenzaron a llover declaraciones de críticos y músicos alabando
las condiciones técnicas del guitarrista. Hoy es uno de los artistas más respetados del
ambiente, y Buenos Aires, proyección sudamericana de las novedades neoyorquinas, fue
siguiendo con entusiasmo su evolución musical. Este fin de semana (viernes, sábado y
domingo) concretará en el Auditorio Bauen su quinta visita al país, utilizando esta vez
como excusa la presentación de su flamante CD, Play, editado en Argentina antes que en
los Estados Unidos. En el disco participan algunos amigos ilustres, como los guitarristas
John Scofield y Bill Frisell. Para los shows en Buenos Aires, llegará con el baterista
Dennis Chambers, el Lincoln Goines (ambos ya conocidos por el público porteño) y el
saxofonista David Francisshini.
El curriculum de Stern abruma: formó parte de la banda de Miles Davis en su celebrado
retorno de comienzos de los 80, tocó con Jaco Pastorius, Arturo Sandoval, Jim Hall,
Michael Brecker y David Sanborn, integró los conjuntos Blood, Sweet & Tears y Steps
Ahead, entre otros, en un maratón eléctrico que tiene en el jazz la columna vertebral y
que dispara señales inequívocas de su realidad generacional (tiene 46 años), con
pinceladas de rhythmnblues y funk. No es, de todos modos, lo que las
enciclopedias podrían definir como un músico de fusión, sino un hábil decodificador de
lenguajes musicales. A los 9 años ya estaba en un coro infantil, y me pasé mi
infancia y mi adolescencia entre Puccini y Jimi Hendrix. Esos eran mis referentes, y de
algún modo lo siguen siendo. La estructura del jazz está muy definida, pero sus
posibilidades son amplias, y para nada excluyentes, asegura en la entrevista con
Página/12.
En sus visitas a la Argentina, conoció a muchos músicos locales. ¿Influye el
lugar donde se toca o el jazz es un idioma universal?
Hay un poco de las dos cosas. El del jazz es un lenguaje internacional, pero en cada
país se encuentran cosas interesantes, que delatan el lugar de origen. Es lo que me pasa
cuando escucho a Luis Salinas y especialmente a Pino Marrone. Y también, por qué no, a
Piazzolla, a quien tuve el honor de conocer en Japón, cuando él estaba con Gary Burton y
yo con Steps Ahead. El tango es para mí una música muy especial, porque también es
universal, aunque nadie lo va a tocar nunca como un argentino.
En el jazz parecería que cada vez hay más músicos virtuosos, pero es difícil
discernir si esto se corrobora con una evolución del género.
Este momento del jazz es interesante. Está tomando direcciones tan diferentes que
no sabemos hacia dónde irá. Eso es lo mejor que le puede pasar a un género musical.
Existen pequeños grupos desperdigados que hacen cosas totalmente diferentes entre sí y,
dentro de esos grupos, individualidades que se diferencian y recorren caminos divergentes.
Con el tiempo se verá. Lo importante es que no se desvirtúe lo que decía Miles, en el
sentido de que por encima de todo hay que tener una actitud ante la música, y que el
corazón esté siempre adelante de la técnica.
Se intuye un carácter vocal en muchos de sus arreglos instrumentales, y
sin embargo hasta ahora siempre prescindió de las voces. ¿Por qué?
Es una cuenta pendiente. Nunca me animé a hacerlo, pero sí reconozco que hay
canciones, sobre todo en este último disco, que se prestan para ser cantadas.
Próximamente voy a incluir a un vocalista, pero todavía no sé quién. Tengo varios
nombres en vista, y me gustaría contactarme con Pedro Aznar, que tocaba con Pat Metheny y
es realmente muy bueno.
Usted es ahora solista, pero tocó con monstruos como Davis y Pastorius. ¿Cómo era
trabajar con ellos? Con Jaco éramos muy amigos, así que nuestra relación iba más
allá de la música. Jameábamos todo el tiempo. Con Miles yo vivía asustadísimo. Era un
hombre al que le gustaban las cosas espontáneas, pero también tenía sus mañas. Era
imprevisible, pero menos de lo que la gente se imagina. Uno tenía que saber que él un
día era súper estricto y otras veces dejaba a toda la banda sin ensayar. Pero no era por
dejadez, sino porque él quería que las cosas fueran tomando su propia forma. Y los
resultados los conoce todo el mundo.
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