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OPINION
Amigos en las buenas y en las malas
Por Mario Wainfeld

El Pacto de Olivos sigue produciendo sus secuelas. El presidente Carlos Menem logró serlo durante diez años consecutivos. El Frepaso creció en el repudio al acuerdo de los dos grandes partidos y ahora actúa coaligado con uno de ellos. La Cámara alta se superpobló de “terceros senadores” figuras relevantes de la clase política pero indigeribles para los votantes (Eduardo Angeloz, Horacio Massaccesi y en la antesala Ramón Saadi y Carlos Corach por mencionar sólo a los más conspicuos.
Podrán decirse muchas cosas del Pacto de Olivos I urdido entre el radical alfonsinista Raúl Alfonsín y el peronista menemista Carlos Menem, salvo que haya sido inocuo o carente de consecuencias. Construyó instituciones, distritos electorales (la Capital Federal como gobierno autónomo) y definió identidades y trayectorias políticas por apoyarlo o por repudiarlo. El crecimiento exponencial del Frepaso fue el premio electoral a una fuerza nueva que se oponía al acuerdo propuesto por los líderes de los dos partidos tradicionales. Fernando de la Rúa cimentó su camino hacia la candidatura a presidente ganando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La primera confluencia objetiva entre los integrantes de la fórmula presidencial de la Alianza, De la Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez, fue su férrea oposición al Pacto.
El otro candidato a presidente con chances, el peronista Eduardo Duhalde terminó apoyando el Pacto pero tragando bilis toda vez que lo desplazó de lo que era en 1994 un tránsito sosegado hacia la presidencia en 1995.
Los dos candidatos presidenciales con posibilidades para ganar las elecciones no sólo fueron ajenos y hasta antagónicos al Pacto de Olivos. También construyeron sus liderazgos en oposición a Menem y Alfonsín. Cierto es que los dos presidentes (ya casi podría irse diciendo “los dos ex presidentes”) son en general más admirados, respetados y temidos (en política las tres palabras propenden a ser sinónimos) que De la Rúa o Duhalde. También es verdad que los aparatos políticos del radicalismo y del peronismo absorbieron a sus reales candidatos como un mal menor, como una necesidad impuesta por las circunstancias. Pero es también real que Menem y Alfonsín –erosionadas sus imágenes públicas por años de gestión– no tenían al momento de plasmarse las candidaturas, ni tienen ahora, piné electoral para confrontar con mínimas chances con De la Rúa y Duhalde. Fueron candidatos de lujo, ganadores por años. El ciclo de Alfonsín duró de 1983 a 1985 inclusive, el de Menem fue más fastuoso, de 1989 a 1995. Pero ambos terminaron.
Tampoco es real que los dos dirigentes que marcaron una época puedan prometer grandes cosas a futuro. Si la Alianza pierde es dudosa aún su continuidad. En cualquier caso es exótico que Alfonsín pueda hacer promesas en nombre de un radicalismo que entrará en entropía y de un Frepaso al que no pertenece.
Si el derrotado, como vienen indicando tozudamente las encuestas, es el PJ, nada asegura que Menem salga indemne del chubasco y mucho menos que los gobernadores Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota le dejen sin más el camino libre para ponerse a la cabeza del justicialismo. Un escenario bien probable es el de una renovación bis que descabece sin piedad –o como poco combata– a los mariscales de la derrota (Menem y Duhalde sin duda) y busque rearmarse en torno a dirigentes potables para la etapa (más parecidos a la Alianza ganadora que al peronismo como los renovadores del 84/85 se construyeron aún en su nombre a imagen y semejanza del alfonsinismo).
Alfonsín y Menem son dos líderes carismáticos de manual: potentes, caprichosos, seductores y con un temple único para no darse por vencidos ni aún vencidos. En eso se parecen más entre sí que a sus respectivos sucesores (que no herederos), figuras conservadoras, de perfil administrativo y no transgresor. Han tenido más poder que ellos, han llegado (al menos hasta ahora) más alto pero lo cierto es que están relegados a un segundo plano y lo estarán aún más el 24 de octubre, día en el que sólo serán mirados después y (mucho) menos que los protagonistas. Esos adversarios que son casi amigos, que se ven recíprocamente como las figuras consulares de sus partidos han perdido protagonismo. Ahora buscan reposicionarse, recuperaron el centro de la escena por un rato. Con la foto de ayer procuran demostrar que –como en Olivos I– serán protagonistas centrales del próximo lustro. Gobernarán otros ... ellos quieren seguir reinando. Les costará porque han surgido liderazgos sustitutos que no les regalarán el regreso al primer plano. También se interpondrá la opinión pública, que hace rato les niega el aval plebiscitario que supieron conseguir. Pero lo que ayer dejaron claro es que ellos seguirán bregando, que les sobra voluntad y que –en pos de ese objetivo– cada uno cuenta a muerte, con el otro.

 

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