OPINION
Aeroparque no es culpable
Por Mempo Giardinelli |
Vuelo
por LAPA y/o Austral casi todas las semanas. Esto significa que arribo o parto del
Aeroparque Jorge Newbery varias veces cada mes. He volado en todos los aviones, e incluso
en las dos últimas máquinas siniestradas (no casualmente las más antiguas de sus
respectivas flotas: el DC-9 de Austral era de 1969 y el Boeing de LAPA era de 1970). Tengo
derecho y razones para opinar, entonces, que el Aeroparque metropolitano no tiene ninguna
culpa en lo sucedido. Aparte del dolor y el miedo que vuelve a surgir con el espantoso
accidente del martes pasado, lo que indigna ahora es la actitud de las autoridades y la
voracidad de los especuladores en bienes raíces, que no necesariamente son dos sectores
independientes entre sí.
Nuestro Aeroparque donde está ubicado y tal como está ubicado con muy pocas
mejoras podría seguir siendo un verdadero privilegio para una macrociudad como es Buenos
Aires: recostado sobre un gran río, a minutos del centro, magníficamente comunicado, su
polución es baja y perfectamente controlable. De lo que se trata, entonces, es de
resolverle los conflictos que lo hacen en las actuales condiciones tan
peligroso. Y eso es muchísimo más sencillo y barato que lo que se está propagandizando.
¿Qué hay que hacer? Muy sencillo: eliminar todos los servicios aéreos particulares, los
aerotaxis, los pequeños aparatos deportivos y los superfluos. Hay que sacar de allí a
decenas de aparatos pequeños cuya operatividad es conflictiva y recarga innecesariamente
a la aviación aerocomercial, que es un servicio público. Todas esas máquinas y
servicios para minorías deberían ser desplazados a aeropuertos alternativos (Don
Torcuato, San Fernando o La Plata) y también habría que sacar del Aeroparque la minibase
militar donde estaciona cual absurdo lujo el avión presidencial, que podría
estacionarse en Morón o en Campo de Mayo, adonde cualquier presidente puede llegar
rápidamente en helicóptero.
Deberían quedar las aerolíneas de cabotaje y el puente aéreo al Uruguay, que
transportan al 95 por ciento de los pasajeros, o quizá más.
Es una cuestión de sentido común, como el que han tenido y tienen otras ciudades tanto o
más grandes que Buenos Aires. El Reagan National Airport de Washington fue
reacondicionado hace cinco años en base a premisas semejantes. De los tres aeropuertos de
la capital norteamericana es el más cómodo y el más seguro, aun estando en pleno
centro, a dos kilómetros de la Casa Blanca y del Capitolio y junto al Potomac, un río
que es un arroyo en comparación con el Plata. El Aeropuerto Benito Juárez, de la capital
mexicana, está en pleno casco urbano. Atiende cinco veces más operaciones que nuestro
Aeroparque y es reacondicionado cada diez años, aunque sin estaciones de servicio ni
edificios de más de cuatro pisos en una vasta área. Finalmente están los aeropuertos
Congonhas (uno de los tres de Sao Paulo) y Santos Dumont (uno de los dos de Río de
Janeiro) también céntricos y hace poco refaccionados.
A ningún norteamericano, mexicano o brasileño sensatos se les ocurriría eliminar esos
aeropuertos. Todos ellos son seguros, en ninguno ha habido accidentes de envergadura en
los últimos años, y resultan de una gran practicidad para los habitantes de esas
capitales.
Aquí, en cambio, los que desvían las causas del horroroso accidente acusan a
un aeropuerto para no ocuparse de la poca inversión empresarial, la codicia de los
concesionarios, la falta de controles técnicos suficientes y la obsolescencia de los
aviones. Todo eso es lo que mató a casi dos centenares de argentinos. |
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