Por Luis Bruschtein No quiero ni mirar
exclama el taxista que acaba de dejar un pasajero en Aeroparque. Aprieta el volante y
reflexiona: Eso fue una barbaridad. Pero a diferencia de este hombre, cientos
de porteños de todas las edades y clases sociales desfilaron ayer durante todo el día
por el playón de Punta Carrasco donde todavía están esparcidos los restos del
accidente.
La gente no sabe explicar por qué está ahí, o quizás les resulta inconfesable o
morboso. Algunos hablan en voz baja con cierto recato y para otros es una especie de
extraño paseo. Desde el comienzo de la mañana, con mucho sol, llegó gente en bicicleta,
en autos o en los colectivos, algunos con cámaras de fotos y otras de video,
esforzándose por robar una imagen por encima de la empalizada de madera que ahora protege
el lugar del siniestro. La gente responde al mismo reflejo de los medios, que llenaron sus
páginas con información sobre el accidente. Pero los que se acercan, son los que
necesitan constatar, verificar un hecho que los conmueve y los inquieta. Necesitan verlo
con sus propios ojos.
Es poco ya lo que queda para ver, sólo restos esparcidos de fuselaje, hierros y chapas
retorcidas ennegrecidas por el fuego. Queda apenas en el aire el olor difuso a gasolina.
Durante la tarde, la gente se dividió en dos grupos: los que recién llegaban, que
disputaban un espacio junto a la empalizada, un agujerito entre las maderas. Y los que ya
habían pasado por allí, que formaban grupos un poco más alejados que discutían las
alternativas del accidente. Hay hombres que pueden ser albañiles o portuarios y otros de
traje, corbata y maletín. Hay grupos familiares con chicos, a los que levantan para que
vean entre las maderas, y hay grupos de adolescentes y muchachos con ropa deportiva que
vienen de hacer footing en la Costanera.
Mirá, allí hay un pedazo de ventanilla, exclama una señora con algo de
excitación. Yo quiero afanarme un cacho de avión alardea frente a sus
compañeros un adolescente de pantalón corto. Otro grupo estudia minuciosamente la huella
que dejó el tren de aterrizaje y hacen comentarios de peritos. Uno especula si el piloto
se dio cuenta de que el semáforo estaba rojo. A lo mejor hizo girar el avión hacia
acá porque vio que el tráfico estaba cortado...
Más tarde la zona quedó en penumbra, sin luces, y apenas se distinguían los montones de
hierro. Siguió llegando gente. Los automóviles que salían de la ciudad por la
Costanera, tomaban la lateral y pasaban despacio. Los que venían detrás tocaban bocina
para apurarlos y luego se detenían ellos. En la noche, sin luces, la peregrinación se
hizo más extraña y, algunos que regresan, esperan el colectivo entre las chapas
retorcidas de la parada, como si lo cotidiano ya comenzara a digerir y tragar lo
inexplicable.
LOS MUERTOS PUEDEN LLEGAR A UN TOTAL DE 70
Vuelos a Córdoba cargados de dolor
Además
de los 64 cadáveres que llegaron a la Morgue Judicial tras el accidente del avión de
LAPA, allí fueron guardados seis restos de cuerpos que por su estado aún no se sabe a
cuántos cadáveres corresponden. De esta manera, todo indica que el número de víctimas
fatales de la tragedia en Aeroparque rondaría los 70. Y que no superaría esa cifra.
Hasta anoche fue reconocida la identidad de 36 de los fallecidos, de los cuales 27 ya
fueron restituidos a sus familiares. En hospitales públicos y privados todavía
permanecían internadas ayer 15 personas.
Entre los cuerpos entregados figura el de Gustavo Weihel, el piloto del avión que se
estrelló en el campo de golf ubicado frente al Jorge Newbery. Su cuerpo era velado
anoche, en tanto el copiloto, Luis Etcheverry, fue inhumado ayer mismo.
La mayoría de los reconocimientos de los cuerpos carbonizados se pudo concretar mediante
fichas odontológicas y otros elementos como características físicas y pertenencias
personales, informó María del Carmen Lanegrasse, secretaria general de la Cruz Roja
Argentina, quien se encuentra abocada al operativo de apoyo a los familiares de las
víctimas.
Según informaron fuentes de la Morgue, desde el miércoles se están realizando con
familiares cosanguíneos de las víctimas los estudios de ADN, cuyos resultados se esperan
para los próximos 15 días.
En la madrugada de ayer llegaron a Córdoba, para ser velados, los primeros 11 cuerpos
pertenecientes a algunos de los pasajeros del avión incendiado. El vuelo se realizó en
un Boeing de la Fuerza Aérea, luego de que los cuerpos pudieran ser reconocidos por
familiares de las víctimas que habían viajado a Buenos Aires.
A la noche, partió rumbo a la capital cordobesa un vuelo de LAPA: eran las nueve menos
diez y llevaba a familiares de víctimas fatales, a algunos de los sobrevivientes y varios
cadáveres. El arribo al aeropuerto de Córdoba resumió la tragedia: mientras algunos se
abrazaban desconsolados por los familiares que murieron, otros lo hacían por la emoción
de haber vuelto vivos.
Lo que no quedó claro aún, respecto del total de muertos, es cuántos corresponden a
pasajeros del avión de LAPA y cuántos a gente que simplemente pasaba frente al
Aeroparque. Para Córdoba, el desastre sigue sumando dolor: ayer se supo que uno de los
peatones que murió arrastrado por el bólido en el que se había convertido el Boeing 737
era también cordobés.
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