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El lugar de la tragedia como un
recorrido para el morbo porteño

La gente se acerca en auto, colectivo o bicicleta. Algunos llevan sus cámaras de fotos o de video. Espían el lugar de la catástrofe, analizan las marcas que dejó el avión, estudian los restos y elaboran sus propias teorías.

Pruebas: “Mirá, allá hay un pedazo de ventanilla”, exclama una señora con excitación. “Yo quiero afanarme un cacho de avión”, alardea un adolescente de pantalón corto.

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La gente espía en busca de alguna imagen fuerte de la tragedia.
Algunos esperan encontrar algún trozo de avión para llevarse.


Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes) “No quiero ni mirar” exclama el taxista que acaba de dejar un pasajero en Aeroparque. Aprieta el volante y reflexiona: “Eso fue una barbaridad”. Pero a diferencia de este hombre, cientos de porteños de todas las edades y clases sociales desfilaron ayer durante todo el día por el playón de Punta Carrasco donde todavía están esparcidos los restos del accidente.
La gente no sabe explicar por qué está ahí, o quizás les resulta inconfesable o morboso. Algunos hablan en voz baja con cierto recato y para otros es una especie de extraño paseo. Desde el comienzo de la mañana, con mucho sol, llegó gente en bicicleta, en autos o en los colectivos, algunos con cámaras de fotos y otras de video, esforzándose por robar una imagen por encima de la empalizada de madera que ahora protege el lugar del siniestro. La gente responde al mismo reflejo de los medios, que llenaron sus páginas con información sobre el accidente. Pero los que se acercan, son los que necesitan constatar, verificar un hecho que los conmueve y los inquieta. Necesitan verlo con sus propios ojos.
Es poco ya lo que queda para ver, sólo restos esparcidos de fuselaje, hierros y chapas retorcidas ennegrecidas por el fuego. Queda apenas en el aire el olor difuso a gasolina. Durante la tarde, la gente se dividió en dos grupos: los que recién llegaban, que disputaban un espacio junto a la empalizada, un agujerito entre las maderas. Y los que ya habían pasado por allí, que formaban grupos un poco más alejados que discutían las alternativas del accidente. Hay hombres que pueden ser albañiles o portuarios y otros de traje, corbata y maletín. Hay grupos familiares con chicos, a los que levantan para que vean entre las maderas, y hay grupos de adolescentes y muchachos con ropa deportiva que vienen de hacer footing en la Costanera.
“Mirá, allí hay un pedazo de ventanilla”, exclama una señora con algo de excitación. “Yo quiero afanarme un cacho de avión” alardea frente a sus compañeros un adolescente de pantalón corto. Otro grupo estudia minuciosamente la huella que dejó el tren de aterrizaje y hacen comentarios de peritos. Uno especula si el piloto se dio cuenta de que el semáforo estaba rojo. “A lo mejor hizo girar el avión hacia acá porque vio que el tráfico estaba cortado...”
Más tarde la zona quedó en penumbra, sin luces, y apenas se distinguían los montones de hierro. Siguió llegando gente. Los automóviles que salían de la ciudad por la Costanera, tomaban la lateral y pasaban despacio. Los que venían detrás tocaban bocina para apurarlos y luego se detenían ellos. En la noche, sin luces, la peregrinación se hizo más extraña y, algunos que regresan, esperan el colectivo entre las chapas retorcidas de la parada, como si lo cotidiano ya comenzara a digerir y tragar lo inexplicable.

 


 

LOS MUERTOS PUEDEN LLEGAR A UN TOTAL DE 70
Vuelos a Córdoba cargados de dolor

t.gif (862 bytes) Además de los 64 cadáveres que llegaron a la Morgue Judicial tras el accidente del avión de LAPA, allí fueron guardados seis restos de cuerpos que por su estado aún no se sabe a cuántos cadáveres corresponden. De esta manera, todo indica que el número de víctimas fatales de la tragedia en Aeroparque rondaría los 70. Y que no superaría esa cifra. Hasta anoche fue reconocida la identidad de 36 de los fallecidos, de los cuales 27 ya fueron restituidos a sus familiares. En hospitales públicos y privados todavía permanecían internadas ayer 15 personas.
Entre los cuerpos entregados figura el de Gustavo Weihel, el piloto del avión que se estrelló en el campo de golf ubicado frente al Jorge Newbery. Su cuerpo era velado anoche, en tanto el copiloto, Luis Etcheverry, fue inhumado ayer mismo.
La mayoría de los reconocimientos de los cuerpos carbonizados se pudo concretar mediante fichas odontológicas y otros elementos como características físicas y pertenencias personales, informó María del Carmen Lanegrasse, secretaria general de la Cruz Roja Argentina, quien se encuentra abocada al operativo de apoyo a los familiares de las víctimas.
Según informaron fuentes de la Morgue, desde el miércoles se están realizando con familiares cosanguíneos de las víctimas los estudios de ADN, cuyos resultados se esperan para los próximos 15 días.
En la madrugada de ayer llegaron a Córdoba, para ser velados, los primeros 11 cuerpos pertenecientes a algunos de los pasajeros del avión incendiado. El vuelo se realizó en un Boeing de la Fuerza Aérea, luego de que los cuerpos pudieran ser reconocidos por familiares de las víctimas que habían viajado a Buenos Aires.
A la noche, partió rumbo a la capital cordobesa un vuelo de LAPA: eran las nueve menos diez y llevaba a familiares de víctimas fatales, a algunos de los sobrevivientes y varios cadáveres. El arribo al aeropuerto de Córdoba resumió la tragedia: mientras algunos se abrazaban desconsolados por los familiares que murieron, otros lo hacían por la emoción de haber vuelto vivos.
Lo que no quedó claro aún, respecto del total de muertos, es cuántos corresponden a pasajeros del avión de LAPA y cuántos a gente que simplemente pasaba frente al Aeroparque. Para Córdoba, el desastre sigue sumando dolor: ayer se supo que uno de los peatones que murió arrastrado por el bólido en el que se había convertido el Boeing 737 era también cordobés.

 

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