Por Eduardo Aliverti
La catástrofe de
Aeroparque fue seguida de otra, que quizá la explique.No fue sorpresiva. Así como
difícilmente cualquier automovilista, pasajero o peatón, de paso por la zona, no se haya
preguntado alguna vez qué ocurriría si un avión siguiera de largo, así también era
esperable que a las pocas horas de concretado un hecho como éste estallaría una
polémica interminable, frente a la que el absurdo supera, con creces, al sentido
común.Lo primero que se registra es un show de opinators (particularmente en
radio y televisión, como medios sometidos a la inmediatez y por tanto a la estulticia), a
un extremo que la vergüenza ajena ya no soporta. Periodistas que no tienen
ningún empacho en hablar y opinar de alerones y motores en reversa, de largos de pista o
de sistemas de cinturones de seguridad, tan sueltos de cuerpo como si hablasen de una
fiesta de cumpleaños. Tipos que, además, se van a olvidar del asunto dentro de una
semana, como mucho, si es que antes no hay otro episodio capaz de secundarizar al
accidente. Pero eso tampoco es lo peor, o al menos no lo más sugestivo, aunque también
sea penoso que ejerza su influencia sobre tanto tarado que, porque lo dijo la radio
o la tele, se suma al debate (?) con igual impunidad.Se supone que la aeronáutica
no es una ciencia exacta, de manera que hay un considerable margen de error y, en
consecuencia, de terrenos hipotéticos sobre todo al momento de juzgar una tragedia.
Pero de ahí a encontrarse con opiniones diametralmente opuestas en aspectos donde no es
posible la falta de coincidencia, porque se trata de reglamentaciones y documentación
técnica, hay una distancia tan grande que sólo puede entenderse si median intereses que
no son, precisamente, los de clarificar las cosas.¿Cómo se explica que sindicatos de
aeronavegantes, por un lado; y de pilotos, por otro; y la Fuerza Aérea, por otro, y la
concesionaria de los aeropuertos, por otro, y así de corrido hasta completar cuanto
experto en serio se supone hay sobre el tema, no se pongan de acuerdo acerca
de si Aeroparque cumple o no los requisitos internacionales de seguridad? ¿No hay acaso
letra fija sobre asunto semejante? En igual sentido, ¿cómo puede debatirse si el piloto
tenía una foja intachable o si en cambio disponía de bajas calificaciones técnicas
junto con sanciones por indisciplina? ¿Cómo puede reabrirse la discusión por la
aeroísla en medio de cadáveres frescos?Todo esto también es un horror. Que no cuesta
vidas de modo directo, pero tal vez desnuda a tanto irresponsable que juega con ellas.
Todo es política
Por James Neilson
Era previsible que las
polémicas generadas por el final catastrófico del vuelo 3142 de LAPA no tardarían en
adquirir connotaciones políticas, como si muchos quisieran convencerse de que en el fondo
el gran responsable del desastre era el Gobierno, cuando no el presidente Carlos Menem en
persona, razón por la cual éste hizo alarde de la rapidez de sus reflejos declarando
clausurado para siempre el Aeroparque. Aunque a juzgar por lo que efectivamente sucede en
el país, el poder real de los políticos para determinar lo que ocurre se ha reducido
muchísimo en los últimos años, la convicción de que deberían ser capaces de manejar
virtualmente todo no ha dejado de intensificarse.¿Una paradoja? La verdad es que no. La
sensación de desamparo que se ha apoderado de la ciudadanía y que supone que ante
cualquier calamidad la gente exige respuestas inmediatas a sus
dirigentes se debe en buena medida a que éstos se hayan apropiado no sólo de
la Justicia sino también de todos los niveles de todas las reparticiones del Estado,
entre ellas las relacionadas con la seguridad aérea. En lugar de limitarse a legislar o a
dar órdenes a sabiendas de que funcionarios profesionales más interesados en servir al
público que en el destino de padrinos partidarios se cuidarán de instrumentarlas con
eficiencia ejemplar, han colocado a sus congéneres en todos los puestos significantes,
con la consecuencia de que el Estado es inoperante y toda calamidad contribuye a
desprestigiar a los políticos. Es lógico, pues, que el accidente sufrido por el Boeing
737 se haya visto politizado con los suspicaces aludiendo a los eventuales arreglos de la
empresa responsable con funcionarios es decir, con políticos y el dueño
intentando atribuir la falta de inversiones al impuesto docente, o sea, a los políticos
también. Asimismo, de encontrarse en apuros por supuesta negligencia, los funcionarios
del área no vacilarán en aprovechar la lealtad de sus compañeros o
correligionarios, costumbre que asegura que la mayoría de las investigaciones que se
intentan luego de producirse un desastre quede en la nada.Siempre habrá accidentes
aéreos y a veces la búsqueda de responsables puede degenerar en una caza de brujas, pero
tienen razón los que instintivamente dan por descontado que la política ha
tenido que ver con el siniestro de Aeroparque. Después de todo, es gracias a la
política entendida como una forma de acumular poder y dinero que el Estado no es
sino un pobre simulacro de las instituciones del mismo nombre en otras latitudes y que
ningún organismo puede merecer la confianza de la gente.
|