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“OPINATORS” Y POLITICOS EN EL ACCIDENTE DE LAPA

La otra tragedia


Por Eduardo Aliverti
t.gif (862 bytes) La catástrofe de Aeroparque fue seguida de otra, que quizá la explique.No fue sorpresiva. Así como difícilmente cualquier automovilista, pasajero o peatón, de paso por la zona, no se haya preguntado alguna vez qué ocurriría si un avión siguiera de largo, así también era esperable que a las pocas horas de concretado un hecho como éste estallaría una polémica interminable, frente a la que el absurdo supera, con creces, al sentido común.Lo primero que se registra es un show de “opinators” (particularmente en radio y televisión, como medios sometidos a la inmediatez y por tanto a la estulticia), a un extremo que la vergüenza ajena ya no soporta.na36fo01.jpg (17647 bytes) Periodistas que no tienen ningún empacho en hablar y opinar de alerones y motores en reversa, de largos de pista o de sistemas de cinturones de seguridad, tan sueltos de cuerpo como si hablasen de una fiesta de cumpleaños. Tipos que, además, se van a olvidar del asunto dentro de una semana, como mucho, si es que antes no hay otro episodio capaz de secundarizar al accidente. Pero eso tampoco es lo peor, o al menos no lo más sugestivo, aunque también sea penoso que ejerza su influencia sobre tanto tarado que, “porque lo dijo la radio o la tele”, se suma al debate (?) con igual impunidad.Se supone que la aeronáutica no es una ciencia exacta, de manera que hay un considerable margen de error –y, en consecuencia, de terrenos hipotéticos– sobre todo al momento de juzgar una tragedia. Pero de ahí a encontrarse con opiniones diametralmente opuestas en aspectos donde no es posible la falta de coincidencia, porque se trata de reglamentaciones y documentación técnica, hay una distancia tan grande que sólo puede entenderse si median intereses que no son, precisamente, los de clarificar las cosas.¿Cómo se explica que sindicatos de aeronavegantes, por un lado; y de pilotos, por otro; y la Fuerza Aérea, por otro, y la concesionaria de los aeropuertos, por otro, y así de corrido hasta completar cuanto experto en serio –se supone– hay sobre el tema, no se pongan de acuerdo acerca de si Aeroparque cumple o no los requisitos internacionales de seguridad? ¿No hay acaso letra fija sobre asunto semejante? En igual sentido, ¿cómo puede debatirse si el piloto tenía una foja intachable o si en cambio disponía de bajas calificaciones técnicas junto con sanciones por indisciplina? ¿Cómo puede reabrirse la discusión por la aeroísla en medio de cadáveres frescos?Todo esto también es un horror. Que no cuesta vidas de modo directo, pero tal vez desnuda a tanto irresponsable que juega con ellas.

Todo es política

Por James Neilson
T.gif (862 bytes) Era previsible que las polémicas generadas por el final catastrófico del vuelo 3142 de LAPA no tardarían en adquirir connotaciones políticas, como si muchos quisieran convencerse de que en el fondo el gran responsable del desastre era el Gobierno, cuando no el presidente Carlos Menem en persona, razón por la cual éste hizo alarde de la rapidez de sus reflejos declarando clausurado para siempre el Aeroparque. Aunque a juzgar por lo que efectivamente sucede en el país, el poder real de los políticos para determinar lo que ocurre se ha reducido muchísimo en los últimos años, la convicción de que deberían ser capaces de manejar virtualmente todo no ha dejado de intensificarse.¿Una paradoja? La verdad es que no. La sensación de desamparo que se ha apoderado de la ciudadanía y que supone que ante cualquier calamidad la gente exige “respuestas” inmediatas a sus “dirigentes” se debe en buena medida a que éstos se hayan apropiado no sólo de la Justicia sino también de todos los niveles de todas las reparticiones del Estado, entre ellas las relacionadas con la seguridad aérea. En lugar de limitarse a legislar o a dar órdenes a sabiendas de que funcionarios profesionales más interesados en servir al público que en el destino de padrinos partidarios se cuidarán de instrumentarlas con eficiencia ejemplar, han colocado a sus congéneres en todos los puestos significantes, con la consecuencia de que el Estado es inoperante y toda calamidad contribuye a desprestigiar a los políticos. Es lógico, pues, que el accidente sufrido por el Boeing 737 se haya visto politizado con los suspicaces aludiendo a los eventuales arreglos de la empresa responsable con funcionarios –es decir, con políticos– y el dueño intentando atribuir la falta de inversiones al impuesto docente, o sea, a los políticos también. Asimismo, de encontrarse en apuros por supuesta negligencia, los funcionarios del área no vacilarán en aprovechar la “lealtad” de sus compañeros o correligionarios, costumbre que asegura que la mayoría de las investigaciones que se intentan luego de producirse un desastre quede en la nada.Siempre habrá accidentes aéreos y a veces la búsqueda de responsables puede degenerar en una caza de brujas, pero tienen razón los que instintivamente dan por descontado que “la política” ha tenido que ver con el siniestro de Aeroparque. Después de todo, es gracias a “la política” entendida como una forma de acumular poder y dinero que el Estado no es sino un pobre simulacro de las instituciones del mismo nombre en otras latitudes y que ningún organismo puede merecer la confianza de la gente.

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