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Por Eduardo Fabregat La idea base no es precisamente original, y fue utilizada por la ciencia ficción en decenas de ocasiones: alguien es criogenizado durante una equis cantidad de tiempo, y se despierta en el futuro. O accede a la eterna fantasía de la máquina del tiempo. Pero esta vez no se trata de la teniente Ripley en Alien, o de Rod Taylor peleando contra los Morloks en la ya mítica versión cinematográfica de H. G. Wells. Ni siquiera son personajes de carne y hueso, sino criaturas animadas salidas de la mente de alguien llamado Matt Groening. Un robot psicópata y una hermosa alienígena de un solo ojo. Un miserable repartidor de pizza congelado hasta el año 3000 y un científico amateur que es, oh casualidad, su tatara-tatara-tataratatara sobrino nieto. Y las cabezas de Leonard Nimoy, Liz Taylor, Dennis Rodman, Richard Nixon, Barbra Streisand y el mismo Groening, entre otras celebridades, conservadas en peceras dentro de un museo. Bienvenidos a Futurama.La nueva creación del papá de los Simpsons (todos los domingos a las 20, por la señal de cable Fox) es tan deliciosamente subversiva como la que protagonizan Homero y su familia en Springfield (que, para completar el festival, va inmediatamente después), y a la vez elude la obviedad de hacer los Simpsons en el siglo XXXI. En realidad, el planteo de Futurama, para la cual Groening dijo inspirarse en textos de Isaac Asimov de los años 50, va tanto más allá como los mil años transcurridos: el escenario donde se mueven Fry, Lee-La, el profesor Farnsworth y el robot Bender es una sociedad en la que hace ya tiempo que los peores pronósticos del fin del siglo XX se han cumplido. Y olvidado. El primer capítulo que el 28 de marzo, cuando se estrenó en Estados Unidos, alcanzó la cifra record de 19 millones de espectadores sirvió como adecuada puesta en escena. En la Nochevieja de 1999, Fry, delivery boy de Panuccis Pizza, lleva una grande a Applied Cryogenics. Pero allí sólo hay unos misteriosos tubos con cuerpos humanos: cuando Fry se reclina en un asiento, cae dentro de uno de ellos y queda congelado. En una inolvidable secuencia frente a una ventana, que comprime mil años en quince segundos, el repartidor que no tenía ninguna clase de futuro se despierta, precisamente, en el futuro. Allí, en la Nueva-Nueva York cuyo aeropuerto se llama John F. Kennedy Jr., el viaje interplanetario es un trámite, la gente se transporta por la ciudad en conductos transparentes y hay cabinas de suicidio que, por sólo 25 centavos, proponen: Seleccione una muerte rápida e indolora o una lenta y muy dolorosa.A partir de allí, Fry (interpretado en el original por Billy West, un experto que cuenta en su historial con las voces de Ren & Stimpy y las de Bugs Bunny y Elmer Gruñón en Space Jam) se acomoda rápidamente a su nueva situación, e incluso arrastra a sus nuevas amistades a otro modo de vida. Junto a Lee-La (en un principio encargada de reubicarlo en la sociedad del 3000), el Profesor Farnsworth y Bender, pasa a integrar la tripulación de una nave de carga... como repartidor. Ya en el segundo capítulo, emitido por Fox el domingo 22, el efecto Groening funcionó a pleno, con la Luna como base para un gran parque temático tan artificial como los del siglo XX (pero increíblemente más estúpido, y con una versión bastante deformada de la historia de la carrera espacial), un granjero lunar con hijas-robots... y las primeras barbaridades de Bender, que a menudo amenaza con robarse el protagonismo.Bender, de profesión doblador de vigas y fanático de la serie televisiva Mirada de robot, es alcohólico por necesidad: si se mantiene sobrio entra en un peligroso proceso de oxidación, se tambalea y grita desaforadamente. Por eso siempre guarda en su panza metálica una botella de licor de malta Olde Fortran, aunque eso no sirve de excusa a sus arranques cleptomaníacos que lo llevan a exclamar Eh, miren lo que encontré en el bolsillo de un turista. En el tercer capítulo, Bender tuvo que compartir su mínima vivienda un cubículo de dos metros cuadradoscon Fry. Pero las referencias a Extraña pareja se fueron distorsionando sin remedio a medida que el dúo buscaba un nuevo hogar y se encontraba con departamentos diseñados sobre la base de dibujos de Escher, o cuando el robot, en pleno sueño, murmuraba entre dientes Hola, preciosa. ¿Vamos a matar humanos? o, simplemente, debo matar humanos. En esos rasgos como en los policías que poseen sables de luz al estilo Star Wars, pero que en realidad son los mismos machetes policiales de siempre, ideales para golpear cabezas va apareciendo el salvaje sentido del humor de Groening, que sabe que debe lidiar con su propio monstruo de piel amarilla, pero a la vez también sabe que tiene material como para convencer a sus seguidores y generar una nueva leyenda de la animación. Hasta el momento, los más acérrimos consumidores de la saga de Springfield la siguen poniendo en el primer lugar de sus preferencias, pero está claro que esta nueva historia tiene un potencial difícil de desdeñar.En los próximos capítulos, Lee-La se topará con Zapp Branigan, un legendario capitán con ínfulas de latin lover (Loves labors lost in space, este domingo); el grupo deberá hacer una entrega en un planeta de robots asesinos de humanos; Fry descubrirá que los módicos 93 centavos que tenía en su cuenta en 1999 son ahora 4 billones de dólares; el mismo Fry, entregando un paquete en un planeta líquido, se beberá al Emperador; Bender llevará a sus compañeros a un recital en el Madison Cube Garden protagonizado por las cabezas de los Beastie Boys, y allí se hará peligrosamente adicto a las descargas de electricidad... el futuro según Matt Groening, listo para ser disfrutado por la gente del presente, que ya es pasado. Que viva la máquina del tiempo.
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