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Por Cecilia Hopkins Antes de transformarse en la nueva sede del Sportivo, el lugar estuvo destinado al insólito propósito de guardar ambulancias en desuso. Hoy totalmente restaurada, esta antigua casa de Palermo Viejo remite a un Buenos Aires de parra y cielo abierto, con un aire criollo que está en el límite del paisaje urbano y el rural. Allí, en la sala principal, se presenta la premiada El pecado que no se puede nombrar (sobre textos de Roberto Arlt, los viernes y sábados a las 22), mientras que en el bar se ofrece un espectáculo de pequeño formato dedicado a la obra de Osvaldo Lamborghini, otro de los autores fetiche de Bartís, al decir de sus alumnos. Se trata de un montaje sobre la base de textos que pertenecen al libro Novelas y cuentos (editado en 1988 por Del Serbal), del autor fallecido en 1985, a los 45 años, cuya perturbadora obra lo convirtió en uno de los malditos por excelencia de la historia de la literatura argentina.Casi todos en primera persona, los textos narrativos tienen una cualidad poética perturbadora. Los siete actores personifican criaturas fronterizas y vulnerables aun en la expresión de las crueldades más atroces. Entre todos generan un clima de una impactante densidad. Los personajes deambulan entre las mesas, disponiendo los preparativos de las escenas que se desarrollan en diferentes rincones de la sala. Los actores dan a su presencia una calidad estatuaria, demorando el gesto como a la búsqueda de la postura adecuada para sostener su discurso alucinado. Los personajes hablan a modo de confesión: algunos parecen salidos de un sueño, otros de la memoria de un ausente. Algunos de los textos interpretados son Antiprímula (por Bogdasarian), Matinales (Fondari), Tío Bewrkzogues (Ruiz) Diálogo (Fondari y Pablo De Nito) y Sonia (Félix).Si bien Ricardo Bartís no firma la dirección del espectáculo (su nombre aparece solamente en la nómina de colaboradores), se sabe que los textos han sido trabajados en sus clases. Porque algunos de los intérpretes de Teatro... son actores que continúan su formación en el Sportivo. Otros dan clases allí, como Analía Couceyro (se destacan sus dos textos: ¿Yo soy el hombre? y Y Porchia estaba loco). También integrante del elenco de El pecado..., el excelente Luis Machín tiene a su cargo uno de los mejores momentos del espectáculo con su interpretación del terrible cuento El niño proletario, que de por si sólo parece justificar el lugar maldito del autor en el ideario de la literatura nacional.
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